Sueños de verdad. Vicki Lewis Thompson
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¿Acaso la estaba invitando a que lo hiciera? El solo pensamiento le puso la piel de gallina. El flirteo que estaban compartiendo no podía llegar a nada, por supuesto, era tan solo una diversión inofensiva. Dios, necesitaba algo de romanticismo en su vida. No tenía tiempo para nada serio, pero un juego como ese era perfecto. Limpió la cama de pétalos y bajó corriendo a ver al niño. La limpieza de la enorme casa le llevaría toda una hora larga, pero antes de ponerse con ello subió de nuevo a la habitación con una nota escrita en su papel de cartas perfumado.
Querido señor Northwood:
Tenderse en su cama esta mañana fue muy agradable. Si no le importa, me llevo los pétalos de rosa a mi casa. Quedarán magníficos en un baño de espuma.
Au revoir
Darcie, la Doncella Francesa
Y sobre la nota, dejó una onza de un carísimo chocolate.
Metió la bolsita de plástico con los pétalos entre sus cosas de limpieza para subirse el ánimo mientras instalaba a Gus en el coche rumbo a su siguiente obligación, aunque esta fuera mucho menos placentera: la casa de los señores Butterworth.
Fue allí donde conoció a Bart hijo, el típico tipo que se da a la fuga. Últimamente, la señora Butterworth, en realidad se llamaba Trudy pero Darcie nunca había podido llamarla por su nombre, había tomado el día que Darcie iba a limpiar, para jugar con su nieto Gus. Darcie no podía negarle ese privilegio, pero el hecho de que Trudy estuviera con su niño la ponía nerviosa. Aquella mujer se volvía muy posesiva con el pequeño.
Mientras enceraba la mesa del comedor pensando en Joe y los pétalos de rosa, entró Trudy con Gus en brazos. Era alta, rubia y siempre iba muy arreglada y no parecía estar muy cómoda cargando al niño, lo cual alivió bastante a Darcie.
—No entiendo por qué insististe en poner a tu hijo el nombre de tu padre —dijo Trudy—. Creo que deberías llamarle por su segundo nombre. Gus es un nombre ridículo para un niño tan pequeño, ¿no te parece?
Gus se rio pensando: «Te saldrán verrugas en el trasero por decir eso, abuelita».
—Pues a mí me gusta —acertó a decir Darcie con toda la amabilidad de que fue capaz, apretando bien los dientes—. Mi padre solía decir que suena bien al oído, igual que una lluvia de primavera sobre los tejados de paja.
—Resulta encantador, y muy irlandés, pero los irlandeses han sido siempre tan pobres, Darcie. Gus suena a, bueno, a nombre de campesino.
Gus golpeaba con sus manitas las mejillas de la señora Bart.
—No hay nada malo en ser un campesino —Darcie se concentró con más fuerza en sacar brillo a la mesa, intentando esconder el temperamento que había heredado de sus antepasados, todos campesinos. No había un solo Director General entre todos ellos. Pero no podía perder los nervios con la señora Butterworth. Aquella mujer había sido su primera clienta y había recomendado a Darcie a todas sus amistades de la alta sociedad de Tannenbaum y rápidamente ella firmó todos los contratos que pudo en la zona residencial, lo cual facilitaba considerablemente su tarea.
Y Darcie estaba convencida que igual que la señora Butterworth lo había hecho, podía destruirlo en un abrir y cerrar de ojos. Un simple comentario en el momento preciso durante un acto social de los Tannembaum sobre la desaparición de algún objeto en casa de los Butterworth después de que Darcie hubiera estado limpiando allí, y su próspero negocio se iría al traste.
Algo así ya sería bastante malo, pero la señora Butterworth podía asestarle un golpe mayor, y si se enfadaba de verdad, podía buscar la manera de quitarle al niño. Ella y el señor Butterworth podrían darle todas las comodidades mientras que Darcie tenía que vigilar constantemente si podía llegar a fin de mes. El tribunal estaría del lado de Darcie probablemente, a menos que los Butterworth contrataran a uno de esos abogados embaucadores. Darcie no podría resistir la presión a la que la someterían, por lo que decidió no meterse en problemas. Su santo padre le había enseñado la regla de oro: los que tienen el dinero son los que ponen las normas. Por un tiempo la olvidó, mientras andaba con Bart Butterworth hijo, pero ya lo había borrado de su memoria.
—Supongo que los campesinos tienen su sitio —dijo la señora Butterworth—, pero preferiría que no hubiera ninguno en nuestra familia. De hecho, el otro día estaba pensando que sería bonito si de verdad fueras francesa, porque eso te daría caché.
—Bueno, siento decirle que no hablo esa lengua.
—Pero eso se podría remediar. Toda nuestra familia habla francés, lo que me recuerda algo que me dijo mi hijo Bart la otra noche. Él…¡ay! Gus, me haces daño.
«Solo estaba comprobando que el pelo está pegado a tu cabeza, eso es todo».
—Gus, ten cuidado con eso —le dijo Darcie, disimulando una sonrisa. Reflejado en la mesa encerada, veía a Gus darle otro tirón al lamido pelo de la señora Butterworth, mientras esta luchaba por desenredar los dedos del niño.
—Bart no es un mal chico —dijo la señora Butterworth.
—Claro —respondió Darcie. «Yo diría más bien que es un mal hombre», pensó.
—Es solo un soñador que quiere alcanzar un sueño.
—Sí, siempre tuvo la cabeza en la… en las nubes —se corrigió Darcie rápidamente—. Estoy encantada de que esté en la selva Amazónica —y se lo imaginaba luchando con cocodrilos devoradores de hombres.
—Tienes un corazón muy generoso, Darcie. Me hace feliz saber que comprendes que mi hijo Bart es uno de esos espíritus libres de los que no se pueda esperar que se ciñan a las normas que dicta la sociedad.
—No, él dicta sus propias normas —le sonrió Darcie.
—Me tranquiliza saber que no le guardas rencor, porque estoy segura de que cuando esté preparado, volverá y asumirá todas sus responsabilidades paternales.
La idea le produjo pavor a Darcie. Había oído hablar de padres que, después de mucho tiempo, aparecían y reclamaban el cuidado de los hijos que habían abandonado. Si algo así llegara a sucederle a ella, quería estar preparada. En primer lugar, quería estabilizarse económicamente, para lo cual necesitaba volver a la escuela. En segundo lugar, si Bart hijo aparecía de nuevo, querría que la encontrara casada. Sabía que encontrar al hombre adecuado sería complicado y llevaría su tiempo, pero le gustaría que Gus tuviera un padre, especialmente si Bart hijo decidía de repente reclamar ese derecho.
—Ojalá nos permitieras pagarte la matrícula para que puedas terminar tus estudios de diseño de interiores —continuó la señora Butterworth—. Es una pena que tuvieras que dejarlo cuando solo te quedaba un semestre para terminar.
Darcie sabía que no podía aceptar. En el momento que le pagaran la matrícula, se establecerían lazos de dependencia a su alrededor que nunca podría soltar, y al final, se quedarían con Gus, sería como si ella se lo hubiera entregado. Pero tenía que rechazarlo con delicadeza.
—Es usted muy amable, señora Butterworth.
—Llámame Trudy, querida. Te lo he dicho mil veces, pero insistes en seguir llamándome señora Butterworth.
—No