Sueños de verdad. Vicki Lewis Thompson

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Sueños de verdad - Vicki Lewis Thompson страница 5

Sueños de verdad - Vicki Lewis Thompson Julia

Скачать книгу

por su parte, se puso a golpear con el tenedor sobre la bandeja de la trona. Darcie lo miraba, y de repente sonó el teléfono.

      —Será mejor que no sea nadie pidiendo un donativo, porque estaría tentada de donarte a ti —y secándose una mano en los pantalones, descolgó el auricular—. ¿Dígame?

      —Me gustaría hablar con Darcie, por favor.

      Era una voz masculina muy agradable, de televendedor pero, teniendo en cuenta que no tenía dinero, había desarrollado un sistema para tratar con ese tipo de llamadas.

      —¿De parte de quién, por favor?

      —Joe. Joe Northwood.

      A Darcie casi se le cayó el teléfono.

      —Un-un momento, por favor —bajó un poco el auricular hasta apoyarlo contra su pecho, y luego se lo puso directamente sobre el estómago, temiendo que Joe pudiera oír los latidos de su corazón.

      Darcie pensó rápidamente en la imagen que había tratado de dar en todas esas semanas. Sexy. Y francesa. Él nunca podría esperar encontrarse con una chica irlandesa, madre de un bebé, abandonada y con un tazón de zanahorias aplastadas pegado a su cabeza.

      Tomó aire y se puso el auricular en el oído.

      —¿Allô?

      —¿Darcie? Hola, soy Joe. Joe Northwood. Supongo que era tu compañera de piso la que ha respondido al teléfono.

      ¡Aquel tipo tenía una voz realmente sexy! Sintió que el calor subía por su espalda y su corazón latía con fuerza.

      —Mi compañera de piso. Oui.

      —Espero no molestarte.

      Darcie hizo su mejor imitación del acento francés, la cual no era muy buena.

      —En absoluto. Estaba, ¿cómo se dice? Haciéndome una limpieza facial —y mientras decía esto, el zumo de las zanahorias escurría por ambos lados de su cara, goteando sobre el suelo.

      —¡Ga-ba-ba! —gritó Gus.

      —¿Qué ha sido eso? —preguntó Joe.

      —Oh, es solo la tele. La tengo encendida para mejorar mi inglés.

      —Tu inglés está bien, Darcie. Escucha, me dijiste que podía pedirte un tipo de flores en particular si quería, y he pensado en ello.

      A Darcie le parecía estar escuchando la cadencia de las olas del mar en su voz, tan profunda y varonil. Estaba segura de que tenía un cargo importante en aquellos almacenes y unas extraordinarias perspectivas también.

      —Lo que usted diga, Monsieur Northwood.

      —¡Ga! —dijo Gus, comenzando a golpear la bandeja de su trona.

      —Escucho que en el programa de televisión que estás viendo sale un bebé —observó Joe.

      —Oui —Darcie se esforzaba por recordar algo del francés que había aprendido en la escuela—, un bambino —y al decir esto tuvo la preocupante sensación de que lo que acababa de decir era italiano, y no francés—, como dicen en mi país vecino —añadió—. ¿Y qué flor le gustaría, monsieur?

      —Había pensado que tal vez tulipanes.

      —¿Tulipanes? Bueno, será difícil encontrarlos en esta época del año, pero si el señor quiere tulipanes, se los encontraré.

      —Tulipanes rojos, Darcie. Rojo carmesí. Encuentro muy sexys los tulipanes rojos… tienen unos pétalos tan tersos, y la forma en que se abre la flor… tan insinuante —su voz se hizo más profunda.

      Darcie se quedó sin respiración, de hecho se le olvidó respirar.

      —¿Te gustan los tulipanes, Darcie?

      —Oh, sí, quiero decir, oui —suspiró ella—. Cuando se abren, los pistilos, están tan… erectos.

      —Entiendo lo que quieres decir. Siempre me ha interesado mucho la dinámica de… la polinización —su voz pareció quedar estrangulada al decir esto.

      Por su parte, Darcie dejó de sujetarse el tazón y este cayó al suelo con gran estrépito.

      —¿Darcie? ¿Estás bien?

      —¡Sí! ¡Quiero decir, oui! —«corazón, cálmate. Estoy limpiando su casa para ganar dinero»—. Solo se me ha caído al suelo el bidet.

      —¿El qué?

      Maldita fuera. Había dicho la primera palabra en francés que se le había ocurrido. ¿Qué querría un hombre como él de una mujer que se ganaba un escaso sueldo limpiando casas… hasta el punto de estar teniendo con ella un encuentro sexual por teléfono?

      —Pardonnez-moi. Quise decir el bouquet. Estaba arreglando unas flores cuando sonó el teléfono.

      —Pensé que me habías dicho que te estabas haciendo una limpieza facial.

      —Oui. Preparo una mascarilla aplastando flores, que luego extiendo sobre el rostro húmedo. Resulta verdaderamente estimulante —las zanahorias, ya sin tazón que las cubriera, comenzaban a resbalar por su frente. Darcie echó la cabeza hacia atrás.

      —¿Te gustaron los pétalos de rosa? —Joe tomó aire profundamente y su voz recobró el tono profundo.

      —Oui, monsieur —contestó ella con un suave ronroneo.

      —Bien. Tal vez, cuando los tulipanes comiencen a marchitarse podríamos… pensar en algo para hacer con ellos.

      El corazón le golpeaba el pecho a Darcie con solo pensar en la imagen que Joe había llevado a su mente. Si tan solo… pero eso no podía ser. Para él no era más que una fantasía, no algo real.

      —Eso me gustaría mucho, monsieur, si mis ocupaciones me lo permiten.

      —Yo podría arreglarlo…

      En ese momento, Gus comenzó a gritar de nuevo, aquella vez con más fuerza.

      —Ahora debo marcharme —murmuró—. La llamada de la selva.

      —¿La llamada de la selva? ¿Qué es eso de la llamada de la selva?

      —No es nada, chéri. Ciao —colgó el auricular, y cerró los ojos muy fuerte al recordar que lo de ciao era italiano. Oh, bueno, así pensaría que era multilingüe. O mejor dicho, con múltiple personalidad.

      Se sentía dividida, por haberle dado la peor personificación de la tentación a la francesa estando cubierta de pies a cabeza de zanahorias. Se preguntaba si Joe se lo habría creído, y también, si estaría tan excitado como ella.

      Madge se quitó los auriculares. El aparato de escucha que había comprado por catálogo no era perfecto, pero serviría. Abrió la puerta del cuarto de costura para ver si Herman estaba en el piso de arriba.

      La

Скачать книгу