Seducida por un escocés. Julia London
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Seducida por un escocés - Julia London страница 3
Se giró hacia Maura, que le devolvió la mirada con calma, casi como si estuviera retándolo a que creyera a aquel estúpido muchacho y la mandara lejos. Aquella expresión suya, tan fría, le produjo un escalofrío que le recorrió la espalda.
–La mandaré con mi primo por el momento, ¿de acuerdo? –dijo, sin apartar los ojos de Maura–. Vive en Aberuthen, en una bonita casa cerca de un lago. ¿Te parece bien, Maura?
Ella ni siquiera se movió. No dijo ni una palabra. Sin embargo, la injusticia irradiaba de ella en forma de un calor que los alcanzaba a todos.
–Entonces, ¿la va a enviar a casa de su primo con todos los privilegios que ya le hemos concedido todos estos años? –preguntó su esposa, con indignación–. Ha destruido la felicidad de mi hija y, por eso, debe devolvernos toda la amabilidad con la que la hemos tratado.
–Pues sí –dijo la señora Cadell, con un gesto de desdén–. Debería sufrir las consecuencias de seducir con sus encantos a un joven inocente.
«Inocente, y un cuerno», pensó Calum.
–¿Qué quiere, señora? –le preguntó a su esposa–. ¿Una libra de su carne? Porque no tiene ni un penique.
En realidad, sí lo tenía, pero él no estaba dispuesto a separarse del estipendio.
–Tiene un collar –dijo su esposa.
A Maura se le escapó un jadeo.
–No –dijo.
–¿Que no? –repitió la señora, con una expresión de rabia–. ¡Cuando pienso en todos los vestidos, zapatos y comidas que se te han proporcionado!
–Los vestidos y los zapatos fueron primero de Sorcha, ¿no? –dijo Calum, pero nadie le estaba escuchando.
–Ese collar lleva muchos años en mi familia –dijo Maura–. Es lo único que me queda de ellos.
–Pues gracias a Dios, porque, así, puedes pagar la enorme deuda que tienes con nosotros.
–Señora Garbett –dijo Calum, con firmeza.
–¿Qué, señor Garbett? –le espetó ella.
No iba a servir de nada. Su esposa estaba enfurecida, Sorcha estaba llorando y la señora Cadell estaba intentando convencer a su marido de que volvieran a Inglaterra. Y todo aquello, delante del duque de Montrose, que permanecía estoico y en silencio.
Qué estaría pensando de ellos. Seguramente, que eran un hatajo de pueblerinos. Él se sentía completamente mortificado por aquel espectáculo. Habría dado cualquier cosa por que terminara. Miró a su mujer y supo que, si no conseguía su venganza, no dejaría de quejarse en toda la vida. Le dijo a la doncella:
–Ve a buscar el collar.
–No –gritó Maura, frenética–. ¡No podéis quedároslo!
Pero Hannah ya había salido corriendo de la habitación.
Calum se estremeció y miró a Maura. Era obvio que aquello le causaba un gran dolor, porque se le habían llenado los ojos azules de lágrimas.
–Me duele tener que decírtelo, pero será mejor que recojas tus cosas. Tienes que irte hasta que se haya celebrado la boda, ¿de acuerdo?
–No va a haber ninguna boda –anunció Sorcha, entre lágrimas, y salió corriendo de la habitación, con la nariz enrojecida precediendo sus pasos.
Maura se irguió lentamente y lo miró de un modo que hubiera aterrorizado a cualquier hombre. Después, se marchó.
–Gracias a Dios –dijo la señora Cadell–. No debería tener a una mujer como esa en su casa, señor Garbett, si no le importa que se lo diga. Es una seductora.
El cobarde de Adam asintió.
Calum deseaba con todas sus fuerzas defender a Maura, pero se estaba jugando demasiado. Cuando se hubiera celebrado la boda, enviaría a alguien a buscarla y arreglaría las cosas con ella, y ella lo entendería todo.
Maura salió de la casa aquella misma tarde.
Por desgracia, la ruptura entre los Cadell y los Garbett no se resolvió con tanta facilidad, porque Sorcha y su madre se negaron a aceptar las disculpas de la familia de su prometido.
Dos días después, Thomas Cadell y Calum Garbett se reunieron de nuevo con el duque de Montrose para ponerle al corriente de la situación con respecto a su empresa conjunta.
–Si sigo adelante, mi esposa me cortará la cabeza –dijo Thomas.
–Y, si yo sigo adelante, mi esposa me cortará los testículos –añadió Calum, con una expresión sombría.
El duque de Montrose, que había permanecido en silencio durante toda la explicación, dijo, por fin:
–Tal vez exista un modo de remediarlo. Conozco a todo un experto en resolver problemas.
Calum y Thomas lo miraron con sumo interés.
–¿Quién es? –preguntó Calum.
–Se llama Nichol Bain –dijo el duque–. Es un hombre que tiene mucha experiencia en este tipo de problemas.
Tomó una pluma, la mojó en el tintero y escribió el nombre y la dirección. Después, deslizó el papel hacia Calum.
–Puede ser que no apruebe sus métodos, pero le agradará el resultado. Avíselo rápidamente si quiere su fundición, señor.
Aquella misma noche, Calum envió un mensajero a Norwood Park, la dirección de Nichol Bain en Inglaterra.
Capítulo 2
El señor Nichol Bain esperaba que, cuando volvieran a encargarle la resolución de un problema, se tratase de un asunto que requiriera ingenio y discreción considerables. Una situación con consecuencias trascendentales, como el problema que había resuelto para el duque de Montrose hacía unos años. Justo en el momento en que el duque se postuló para ocupar un escaño en la Cámara de los Lores, empezó a correr el rumor de que había asesinado a su esposa. Eso sí que era un problema peliagudo.
Se habría conformado, incluso, con el tipo de problema que había resuelto en nombre de Dunnan Cockburn, un hombre afable y heredero único de una dinastía escocesa del comercio del lino que, sin saber muy bien cómo, se había introducido en los círculos del juego y había caído en las garras de los prestamistas menos indicados de Londres. El patrimonio de Dunnan estaba jurídicamente vinculado a su apellido, lo cual significaba que no podía venderlo como quisiera, sino que la ley le obligaba a preservarlo para futuras generaciones. Con astucia,