Seducida por un escocés. Julia London
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–Ah –dijo Adam Cadell, y asintió lentamente. Comenzaron a brillarle los ojos, pero el brillo desapareció–. Pero es que Sorcha no me va a aceptar si la pupila está por aquí.
Así que la señorita Darby se había convertido en una mera pupila.
–Ya no está aquí –dijo Nichol.
–No, pero va a volver. El señor Garbett le tiene mucho afecto. No va a dejar que siga alejada de la casa. Ella seguirá siendo parte de esta familia.
Nichol reflexionó.
–Si la situación de la pupila cambiara, por supuesto, a otras circunstancias aprobadas por el señor Garbett, pero que la alejaran de esta casa, ¿podría usted encontrar la manera de disculparse adecuadamente ante su prometida?
–Sí –dijo el joven, asintiendo con entusiasmo–. Por supuesto. Olvidaría por completo a la señorita Darby.
–Pues, entonces, déjemelo a mí –dijo Nichol, y le tendió la mano.
El señor Cadell se la estrechó con debilidad.
–Gracias, señor Bain.
Nichol se dio cuenta de que la solución iba a servir para dos problemas a la vez. Seguramente, aquella era la situación más fácil que se había encontrado en los últimos quince años.
Salió de casa de los Garbett y fue a la posada en la que se estaba alojando, en Stirling. Escribió una carta a Dunnan Cockburn, su antiguo cliente, y alguien a quien podía considerar un amigo. En realidad, él no tenía amigos, porque nunca había permanecido mucho tiempo en ninguna parte. Además, había aprendido a muy temprana edad a callarse lo que pensaba para que nadie pudiera utilizar aquella información en su contra. Y, finalmente, había descubierto que la amistad se basaba en la capacidad de compartir sentimientos. Él no compartía los suyos y, por eso, tenía muy pocos amigos.
Lord Norwood era uno de ellos. Había conocido al conde mientras trabajaba para el duque de Montrose. Norwood era el tío de la nueva lady Montrose, y se había quedado admirado, o se había divertido, con su forma de llevar el asunto entre el duque y su sobrina. Fuera cual fuera el motivo, había querido que él se mantuviera cerca y parecía que disfrutaba con su compañía, aunque, con frecuencia, le enviaba a ayudar a sus influyentes amigos.
Nichol consideraba un amigo a Dunnan porque habían pasado mucho tiempo juntos. Dunnan estaba siempre dispuesto a agradar a los demás y tenía muy buen humor, a pesar de sus muchos problemas. Vivía en una gran finca con su madre viuda y, aunque había conseguido superar su problema con el juego, los dos habían decidido que tendría menos posibilidades de recaer si se casaba con la mujer adecuada, alguien que lo reconfortara y lo aconsejara con franqueza, y que lo mantuviera vigilado.
–Vas a buscarte una esposa, ¿verdad? –le había preguntado Nichol la última vez que habían estado juntos.
–Por supuesto, por supuesto –respondió Dunnan–. Es algo que tengo que hacer, está entre mis prioridades.
Por desgracia, Dunnan aún no había encontrado a la candidata. Así pues, parecía un arreglo perfecto para todo el mundo, y él estaba seguro de que el señor Garbett lo aceptaría. La señorita Darby estaría bien cuidada y su marido iba a honrarla. La trataría muy bien y le daría afecto. Parecía que Dunnan estaba impaciente por casarse.
Nichol le envió la carta y esperó dos días hasta que llegó la respuesta:
Sí. Si tú me la recomiendas, Bain, me considero afortunado y le abriré mis brazos, mi corazón y mi casa.
Esa era la reacción que él esperaba, y se sintió muy contento del resultado. Tan contento, de hecho, que pensó en llamar a su hermano, a quien no veía desde hacía muchos años. Últimamente le había estado pesando mucho la distancia que había entre ellos. Quería mucho a Ivan. Su hermano vivía en la casa familiar, que no estaba lejos de Stirling; al menos, eso era lo que le había dicho en su última carta. Sin embargo, Ivan no había vuelto a responderle a las cartas que le había enviado aquellos últimos años.
Él no estaba muy seguro del motivo, pero no iba a saberlo si no hablaba con su hermano. Para Ivan, aquello iba a ser todo un shock, puesto que hacía más de doce años que él se había marchado de casa. Aquello era otro asunto diferente, un asunto que no tenía una solución fácil. Pero, con respecto a Ivan, a Nichol sí le gustaría saber qué había sucedido.
Tal vez ya fuera hora de ir a verlo.
No obstante, lo primero era lo primero. Se arregló con ayuda de un muchacho a quien contrató como ayuda de cámara y se puso en marcha para explicarles al señor Garbett y al señor Cadell su plan para acabar con el desencuentro entre sus familias.
Tal y como sospechaba, todo el mundo aceptó la propuesta con entusiasmo, salvo la señora Garbett, que no creía que la señorita Darby debiera tener un buen matrimonio. Pero, al enfrentarse a la posibilidad de que la pupila de su marido volviera con ellos, aceptó de mala gana lo que había propuesto Nichol.
A finales de aquella semana, Nichol y Gavin, su nuevo mozo, se prepararon para hacer un viaje de varios días hasta una casa solariega que estaba cerca de Aberuthen, donde debían recoger a la señorita Darby.
Llegaron a su destino al día siguiente. Estaba nevando suavemente, y el mozo iba temblando en la montura, aunque Nichol le había dado su manta para que se la echara sobre el abrigo.
–Gavin, ¿cómo vas?
–Bien, señor –respondió el chico.
–Llegamos enseguida –le aseguró Nichol, mientras salían del pequeño pueblo de Aberuthen en dirección a la finca, siguiendo las indicaciones que le había dado Garbett.
Esperaba que la casa fuera parecida a la de Garbett, pero se llevó una desagradable sorpresa al ver que era mucho más pequeña y que estaba muy descuidada, casi ruinosa. Tenía una sola torre en un extremo, cubierta de enredadera, y el resto era una construcción cuadrada como una caja. Solo salía humo de una de las cuatro chimeneas, y había varias ventanas cuyos cristales rotos habían sido reemplazados con tablones de madera.
Gavin y él desmontaron y miraron hacia la casa. No salió nadie a recibirlos, y el mozo lo miró con expectación.
–Voy a ver si puedo despertar a alguien –le dijo Nichol. Le entregó las riendas y señaló con un gesto de la cabeza el establo, que era otra construcción en mal estado–. Da de comer y beber a los caballos. También hay comida en la bolsa para ti, ¿de acuerdo? Come y entra en calor. En cuanto resuelva la situación aquí, nos marcharemos.
Gavin asintió y se llevó a los caballos hacia el establo.
Nichol se encaminó a la puerta y llamó tres veces. Nadie respondió. Casi había decidido que la casa estaba completamente vacía cuando oyó ruido. La puerta se abrió de repente y en el vano apareció un hombre sujetando un farol. Llevaba una bata y un camisón manchados de comida. Estaba muy obeso y tenía las piernas separadas, como si quisiera sostener todo su peso. No se había afeitado y tenía el pelo largo y sucio, flotando alrededor de la cabeza y los hombros. También tenía mucho pelo en las orejas.
Nichol disimuló