Seducida por un escocés. Julia London
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Читать онлайн книгу Seducida por un escocés - Julia London страница 6
–Sí, en efecto –respondió Nichol.
El hombre extendió la mano con la palma hacia arriba.
–Pues págueme primero.
Diah… Parecía que el primo de Garbett era un zafio.
–¿Podría entrar? Hace bastante frío.
El hombre soltó un gruñido, retrocedió unos pasos y se inclinó con un gesto de burlona cortesía. Nichol entró a un vestíbulo lleno de capas, botas y montones de turba. El hombre cerró la puerta y caminó, arrastrando los pies, hacia el pasillo.
Nichol lo siguió hacia una sala. Era un comedor repugnante. Había comida podrida y heces de perro por el suelo, y dos canes dormían junto a la chimenea. Uno de ellos se puso en pie y se acercó a olisquearlo. Después, volvió a su sitio.
Nichol miró a su alrededor y preguntó:
–¿Ha muerto su ama de llaves, señor Rumpkin?
–Qué gracioso. ¿Lo ha enviado mi primo para entretenerme, o para pagarme por haber alojado a la bampot? –le preguntó el hombre.
Nichol sacó una bolsa de monedas del bolsillo de su abrigo y se la entregó al hombre, que había vuelto a abrir la palma de la mano. El señor Rumpkin la abrió y comenzó a contar rápidamente. Mordió una de las monedas para asegurarse de que era de oro y, cuando quedó satisfecho, señaló unas escaleras que había al otro lado del pasillo.
–Está allí arriba. Se ha atrincherado.
Nichol no podía reprochárselo.
–¿Cuánto lleva ahí?
–Dos días –respondió Rumpkin. Nichol no respondió, a causa de la sorpresa, y Rumpkin alzó la vista–. ¡No me mire así! Le envié comida, pero no la tocó.
Sin duda, la muchacha debía de temer que le contagiaran la peste. Nichol no podía creer que el señor Calum Garbett hubiera enviado a aquel infierno a su pupila. La conciencia le exigió que sacara de allí a la señorita Darby lo antes posible.
–¿Qué habitación es?
–La torre –dijo Rumpkin, con la voz ronca. Se sentó a la mesa, tomó una cuchara y siguió comiendo algo que había en un cuenco.
Nichol se dio la vuelta para no tener arcadas. Salió al pasillo y subió las escaleras rápidamente. En el rellano vio una puerta cerrada, a la izquierda, junto a la que había una bandeja de comida intacta, cubierta con un trapo.
Llamó con energía a la puerta, y dijo:
–Señorita Darby, por favor, abra. Me llamo Nichol Bain y me ha enviado su benefactor, el señor Garbett.
Pasó un instante hasta que empezó a oír algo de movimiento. Esperó que se abriera la puerta, pero se llevó un gran susto, porque algo parecido al cristal chocó violentamente contra el otro lado de la madera. ¿Acababa de arrojar algo la muchacha contra la puerta?
Nichol volvió a llamar, con más suavidad en aquella ocasión.
–Señorita Darby… por favor. El señor Garbett me ha enviado para hacerle una propuesta y creo que le va a gustar. Él quiere que salga usted de aquí cuanto antes. Por favor, abra la puerta.
Silencio.
Él apoyó las manos a ambos lados del marco. No había previsto que tuviera que convencerla para marcharse; por el contrario, había pensado que la muchacha saldría corriendo a la primera oportunidad.
–Le prometo que lo que tengo que decirle será mejor que cualquier cosa que pueda encontrar aquí.
Oyó que la señorita Darby arrastraba algo pesado por el suelo, como si estuviera poniendo un mueble contra la puerta.
–Ya se lo advertí –dijo Rumpkin a su espalda. Nichol miró por encima de su hombro, hacia atrás. El señor Rumpkin había subido las escaleras con una botella de alcohol en la mano. Le dio un buen trago y añadió–: Es una fiera.
Nichol se giró de nuevo hacia la puerta.
–Ya es suficiente, señorita Darby, ¿de acuerdo? Su benefactor está deseando encontrar una solución para usted, y lo que ha planeado va a ser de su agrado. Pero tiene que abrir la puerta para poder escucharlo.
Silencio.
Nichol estaba empezando a perder la paciencia.
–Señorita Darby, insisto en que salga inmediatamente –dijo, con severidad.
Puso la oreja contra la puerta y escuchó atentamente. ¿Eran imaginaciones suyas, o pudo oír una risa baja al otro lado?
Sí, claramente, eran risas.
Nichol perdió la paciencia por completo. Él estaba orgulloso de su capacidad para mantener la calma en situaciones en las que los demás perderían los estribos, pero aquello le resultaba muy molesto. No estaba dispuesto a dejarse tratar con tanta grosería por una joven a quien solo él podía ayudar.
Se apartó de la puerta. El señor Rumpkin seguía allí, bebiendo. Se limpió los labios con la manga y repitió:
–Se lo advertí.
Nichol lo rodeó y caminó hacia las escaleras.
Una de las cosas que había aprendido durante todos aquellos años resolviendo problemas ajenos era que, cuando se cerraba una puerta, siempre se abría otra. El truco estaba en encontrarla.
Y él iba a encontrarla.
Capítulo 3
Maura apoyó las manos en la puerta y pegó la oreja a la madera para escuchar cómo se alejaban los pasos.
Cuando ya no los oyó, se apartó de la puerta y sonrió con ironía. ¿Cómo se atrevía el señor Garbett a enviar a alguien a buscarla? ¿Cómo era posible que no hubiera ido en persona a pedirle disculpas? ¿De veras creía que ella se iba a marchar de aquel lugar infernal con un desconocido, dócilmente, después de todo lo que había ocurrido? No, sin una disculpa, no. Estaba decidida a no salir de aquella habitación hasta que la tuviera.
Sin embargo, estaba aún más decidida a salir de allí, en cuanto supiera cómo hacerlo. No tenía intención de pasar ni una sola noche más bajo el techo del señor David Rumpkin.
¡Cómo despreciaba a aquel hombre! Al principio, había intentado poner buena cara al mal tiempo y, aunque casi no podía soportar ver todo lo que la rodeaba, había intentado conformarse y ser agradable. Igual que cuando la habían acogido los Garbett.
En su lecho de muerte, su padre le había dicho que fuera siempre bondadosa y amable, que fuera agradecida con la familia que la acogiese en su casa. Le había recordado que no tenía a nadie más en el mundo y que su existencia dependía de la benevolencia de un hombre que no era su padre. Y ella había intentado ser todo lo que él le había dicho, pero no era de la sangre de los Garbett, y la señora