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GABRIEL
Y rápida, con inconcebible rapidez, gira en derredor la magnificencia de la Tierra, alternando los esplendores paradisíacos con la noche profunda llena de espantos. Salta espumante el mar en anchas oleadas al batir los profundos cimientos de las rocas; y rocas y mar son arrastrados en el raudo curso eterno de las esferas.
MIGUEL
Y rugen a porfía las tormentas desde el mar a la tierra y desde la tierra al mar, formando furiosas en torno una cadena de la más profunda acción. Relumbra el rayo devastador precediendo en su vía al estampido del trueno. Mas tus mensajeros, Señor, veneran el apacible curso de tu día.
LOS TRES
Tal espectáculo infunde fortaleza a los ángeles, aunque ninguno pueda comprenderte; y todas tus altas obras son espléndidas como en el primer día.
MEFISTÓFELES
Ya que de nuevo te llegas acá, ¡oh, Señor!, y preguntas cómo andan las cosas entre nosotros, y ya que en otro tiempo solías verme con agrado, aquí me ves también entre la servidumbre. Perdona, yo no sé decir palabras elevadas, aunque me escarnezca el corro entero. Mi énfasis te movería ciertamente a risa si no hubieras perdido la costumbre de reír. Del sol y de los mundos, nada sé yo qué decir, y sólo veo cómo se fatigan los mortales. El pequeño dios de la tierra sigue siendo de igual calaña y tan extravagante como en el primer día. Un poco mejor viviera si no le hubieses dado esa vislumbre de la luz celeste, a la que da el nombre de Razón y que no utiliza sino para ser más bestial que toda bestia. Se me figura, con perdón de vuestra Gracia, uno de esos cigarrones de largas patas, que sin cesar vuelan y saltan volando y cantan invariablemente en la hierba su vieja cantinela. ¡Y si al menos pudiera siempre estarse quieto en la hierba! No hay inmundicia donde no hunda la nariz.
EL SEÑOR
¿Nada más tienes que decirme? ¿Has de venir siempre a acusar? ¿Nunca hay para ti algo bueno en la tierra?
MEFISTÓFELES
No, Señor; encuentro lo de allá deplorable como siempre. Lástima me dan los hombres en sus días de miseria, y hasta se me quitan las ganas de atormentar a esos pobres.
EL SEÑOR
¿Conoces a Fausto?
MEFISTÓFELES
¿El doctor?
EL SEÑOR
Mi siervo.
MEFISTÓFELES
¡Singular manera tiene de serviros! ¡Caramba! No son terrenas la comida ni la bebida de ese insensato. El frenesí le lleva lejos, y sólo a medias tiene conciencia de su locura. Pide al cielo sus más hermosas estrellas y a la tierra cada uno de sus goces más sublimes; y ninguna cosa, próxima ni lejana, basta a satisfacer su pecho profundamente agitado.
EL SEÑOR
Aunque ahora me sirve sólo en medio de su turbación, presto le guiaré a la claridad. Bien sabe el hortelano, cuando verdea el arbolillo, que la flor y el fruto serán su adorno en años venideros.
MEFISTÓFELES
¿Qué apostáis? Aun le perderéis si me dáis licencia para conducirle poco a poco a mi camino.
EL SEÑOR
En tanto que viva sobre la tierra, no te está prohibido. El hombre yerra mientras tiene aspiraciones.
MEFISTÓFELES
Y os lo agradezco, porque con los muertos nunca me ha gustado meterme. Prefiero las mejillas carnosas y frescas. Para cadaveres no estoy en casa. Me pasa lo mismo que al gato con el ratón.
EL SEÑOR
Pues bien, es cosa tuya. Desvía de su origen a este espíritu, y si en él puedes hacer presa, llévatelo contigo por tu senda abajo; pero caiga sobre ti la confusión si te ves obligado a confesar, que, en su oscuro impulso, un hombre bueno sabe discernir bien el recto camino.
MEFISTÓFELES
Perfectamente; sólo que no durará esto mucho. No paso el menor cuidado por mi apuesta. Si alcanzo mi fin, permitidme proclamar mi triunfo a pleno pulmón. Tendrá que comer polvo, y con delicia, como mi prima, la famosa serpiente.
EL SEÑOR
Puedes aparecerte, pues, también a tu albedrío. Jamás odié a tus semejantes; de todos los Espíritus que niegan, el burlón es el que menos me molesta. Harto fácilmente puede relajarse la actividad del hombre, y éste no tarda en aficionarse al reposo absoluto. Por esta razón le doy gustoso una compañía que lo seduzca, e influya y obre como diablo. (A los Ángeles.) Pero vosotros, verdaderos hijos de Dios, regocijaos en la espléndida belleza viviente. Lo que deviene en una eterna acción y vida, os circunde con dulces barreras de amor, y a lo que se cierne cual flotante aparición afirmadlo con pensamientos duraderos.
El cielo se cierra. Los Arcángeles se dispersan.
MEFISTÓFELES
(Solo.) De tiempo en tiempo pláceme ver al Viejo, y me guardo bien de romper con él. Muy linda cosa es, por parte de todo un gran señor, el hablar tan humanamente hasta con el diablo.
La noche
En una estancia gótica, estrecha y de alta bóveda. Fausto, inquieto, en su sillón ante un pupitre.
FAUSTO
Con ardiente afán, ¡ay!, estudié a fondo la filosofía, jurisprudencia, medicina y también, por desgracia, la teología; y heme aquí ahora, pobre loco, tan sabio como antes. Me titulan maestro, me titulan hasta doctor, y cerca de diez años hace ya que llevo de las narices a mis discípulos de acá para allá, a diestro y siniestro... y veo que nada podemos saber. Esto llega casi a consumirme el corazón. Verdad es que soy más entendido que todos esos estultos doctores, maestros, escritorzuelos y clérigos; no me atormentan escrúpulos ni dudas, no temo al infierno ni al diablo... pero, a trueque de eso, me ha sido arrebatada toda clase de goces. No me imagino saber cosa alguna razonable, no me imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres. Por otra parte, carezco de bienes y dinero, de honores y grandezas mundanas. Ni un perro quisiera seguir viviendo. Por esta razón me entregué a la magia, para ver si mediante la fuerza y la boca del Espíritu, no me sería revelado algún arcano, merced al cual no tenga que seguir explicando con fatigas y sudores lo que ignoro yo mismo, y pueda conocer lo que en lo más íntimo mantiene unido el universo, contemplar toda fuerza activa y todo germen, sin verme así precisado a hacer más tráfico de huecas palabras.
¡Oh, luna, que brillas en toda tu plenitud! ¡Ojalá vieras por vez postrera mi miseria!, tú, a quien tantas veces a la medianoche esperaba yo velando junto a este pupitre; entonces, inclinado sobre papeles y libros, te me aparecías, consternada amiga mía. ¡Ah! ¡Si a tu dulce claridad pudiera al menos vagar por las alturas montañosas o cernerme con los espíritus en derredor de las grutas del monte, moverme en las praderas