Fausto. J.W. Goethe

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Fausto - J.W. Goethe Clásicos

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      Sólo el discurso labra el éxito del orador. Me doy bien cuenta: todavía estoy muy atrasado.

      FAUSTO

      Buscad la ganancia honrada; no seáis un loco agitando sus cascabeles. La razón y el verdadero sentimiento se expresan ellos mismos con escaso artificio; y si deseáis decir algo serio, ¿qué necesidad tenéis de ir a caza de palabras? Sí; vuestros discursos, que tan brillantes son, y en los cuales rizáis recortes de papel para la humanidad, son pesados como el brumoso viento de otoño que murmura a través de las secas hojas.

      WAGNER

      ¡Ay, Dios! El arte es largo y breve es nuestra vida. En mis esfuerzos de crítica llego a temer no pocas veces por mi cabeza y mi pecho. ¡Cuán arduos de conseguir no son los medios por los cuales se remonta uno a las fuentes! Y sin duda ha de morir el pobre diablo antes de haber andado sólo la mitad del camino.

      FAUSTO

      ¿Crees tú que un árido pergamino es la fuente sagrada que, con sólo beber un trago de ella, apague la sed para siempre? No hallarás refrigerio alguno si no brota de tu propia alma.

      WAGNER

      Perdonad; es un vivo deleite transportarse al espíritu de los tiempos para ver cómo pensó algún sabio antes que nosotros, y considerar después qué lejos hemos llegado al fin.

      FAUSTO

      ¡Oh, sí!, hasta las estrellas. Los tiempos pasados, amigo mío, son para nosotros un libro de siete sellos. Lo que llamáis espíritu de los tiempos no es en el fondo otra cosa que el espíritu particular de esos señores en quienes los tiempos se reflejan; y a decir verdad, todo ello resulta muchas veces una miseria tal que uno se aparta con asco al primer golpe de vista. Es un cesto de basura, un cuarto de trastos viejos, y a lo sumo un mal dramón histórico con excelentes máximas pragmáticas, de esas que tan bien cuadran en boca de títeres.

      WAGNER

      Pero, ¿y el mundo?, ¿y el corazón, y el espíritu humano? ¿Quién no desea saber de ello alguna cosa?

      FAUSTO

      Cierto; ¡lo que llaman saber! ¿Quién se atreve a nombrar al niño por su nombre verdadero? Los pocos que supieron algo de esto, y, bastante insensatos para guardarlo en su corazón, y descubrieron a la plebe sus sentimientos y sus ideas, fueron desde siempre crucificados o quemados. Pero dispensadme, amigo, la noche está muy avanzada, y es menester que por hoy hagamos punto aquí.

      WAGNER

      Con gusto hubiera seguido en vela para continuar con vos una plática tan instructiva; pero mañana, como primer día de Pascua, permitidme haceros alguna que otra pregunta. Con celo me he consagrado al estudio; verdad es que ya sé mucho, pero quisiera saberlo todo.

      Vase.

      FAUSTO

      (Solo.) ¡Cómo nunca desaparece toda esperanza de la cabeza de aquel que siempre se aferra a cosas insulsas! Con ávida mano escarba la tierra buscando tesoros, y se da por satisfecho cuando encuentra lombrices. ¿Es posible que se deje oír semejante voz humana en este sitio, donde me rodeaba un mundo de visiones? Mas, ¡ay!, por esta vez te lo agradezco, ¡oh, tú, el más mísero de todos los hijos de la tierra! Tú me arrancaste de los brazos de la desesperación, que amenazaba trastornar mis sentidos. ¡Ah! Tan colosal era la aparición que a su lado no pude menos de juzgarme un pigmeo.

      Yo, imagen de la Divinidad, yo que me figuraba estar ya muy cerca del espejo de la verdad eterna, que gozaba de mí mismo, bañado en la luz y el esplendor celeste, y había despojado al hijo de la tierra; yo, superior al querubín, yo, cuya libre fuerza, llena de presentimientos, ya pretendía osadamente correr por las venas de la Naturaleza, y, creando, aspiraba a gozar de la vida de los dioses, ¡cómo debo expiarlo! Una palabra potente como el rayo me ha anonadado.

      No puedo pretender igualarme a ti. Si tuve poder para atraerte, no lo tuve para conservarte junto a mí. En aquellos felices instantes ¡sentíame a la vez tan pequeño y tan grande! Me rechazaste, despiadado, hacia la incierta suerte humana. ¿Quién me instruirá? ¿Qué debo evitar? ¿Tengo que ceder a aquel impulso? ¡Ay! Nuestras mismas acciones, lo mismo que nuestros sufrimientos, entorpecen la marcha de nuestra existencia.

      En las más sublimes concepciones del espíritu se ingiere de continuo materia cada vez más extraña. Cuando llegamos a lo bueno de este mundo, lo mejor se califica entonces de engaño e ilusión. Los nobles sentimientos que nos dieron la vida se amortiguan en medio del bullicio mundanal.

      Si la fantasía, llena de esperanza y con vuelo audaz, se extiende de ordinario hacia lo infinito, un breve espacio es suficiente para ella cuando una dicha tras otra naufragan en el remolino de los tiempos. Al punto anida la inquietud en el fondo del corazón, engendrando allí secretos dolores, y se agita intranquila turbando placer y reposo. Cúbrese sin cesar con nuevos disfraces y puede aparecer ora como hacienda y hogar, ora como esposa e hijo, o bien como fuego, agua, puñal o veneno. Tiemblas ante todo lo que no te afecta, y tienes que llorar sin tregua aquello que nunca perdiste.

      No; no me igualo a los dioses. Harto lo percibo. Me asemejo al gusano que escarba el polvo: mientras busca allí el sustento de su vida, le aniquila y sepulta el pie del caminante.

      ¿No es polvo también todo cuanto llena estos cien estantes de los altos muros que me oprimen; ese fárrago, que con mil fruslerías me ciñe en este mundo de polilla? ¿Y es aquí dónde he de encontrar lo que me falta? ¿Tengo acaso necesidad de leer en estos mil libros que en todas partes se atormentaron los hombres, y que sólo acá y allá ha habido uno dichoso?

      Y tú, vacía calavera, ¿qué gesticulas, cual si me dijeras que tu cerebro, desconcertado en otro tiempo como el mío, buscó la serena luz del día, y sediento de verdad, erró lastimosamente en el triste crepúsculo?

      Vosotros, instrumentos, sin duda os burláis de mí con esas ruedas y esos dientes, cilindros y arcos. Yo estaba ante la puerta; vosotros debíais ser las llaves, y con todo y tener vuestras guardas bien rizadas, no movéis el pestillo. Misteriosa en pleno día, la Naturaleza no se deja despojar de su velo, y lo que ella se niega a revelar a tu espíritu, no se lo arrancarás a fuerza de palancas y tornillos. Tú, vetusto ajuar que nunca utilicé, ahí te estás sólo porque mi padre se sirvió de ti. Y tú, vieja polea, ¡cómo te has ennegrecido desde que la triste lámpara ha humeado sobre este pupitre! Mucho mejor hubiera obrado yo disipando lo poco que poseo, que estarme aquí sudando agobiado por el peso de tal escasez. Lo que tú heredaste de tus padres, adquiérelo para poseerlo. Lo que no se utiliza es una carga pesada; sólo puede aprovechar aquello que crea el momento.

      Mas, ¿por qué se fija mi vista en aquel sitio? ¿Es aquel pequeño frasco un imán de los ojos? ¿Por qué de improviso todo se vuelve para mí suavemente claro, como cuando de noche, en medio de la selva tenebrosa, nos baña el resplandor de la luna?

      Yo te saludo, redoma singular, que con veneración bajo ahora de tu sitio. En ti honro el ingenio y el arte del hombre. Tú, agregado de benéficos jugos soporíferos; tú, extracto de todas las sutiles fuerzas mortales, da a tu dueño una muestra de tu favor. Te miro, y el dolor se mitiga; te tomo en mis manos, y mengua el afán, baja poco a poco la marea del espíritu. Siéntome arrastrado a la alta mar, el espejo de las olas brilla a mis pies, hacia nuevas playas me atrae un nuevo día.

      Sostenido por leves alas, un carro de fuego flota en el aire, acercándose a mí. Dispuesto me siento a cruzar el éter por inusitada vía, lanzándome a nuevas esferas de pura

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