Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
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Salieron por la puerta principal de la estación central de Florencia y de inmediato el ruido del tráfico inundó los sentidos de Fiona. ¡Por favor, aquello era un completo caos! En nada se parecía a la estación de Waverley en Edimburgo, y su salida a Princess Street.
–Iremos caminando –le dijo Fabrizzio–. El hotel no queda lejos de aquí.
–Vaya caos de circulación que tenéis aquí –dijo abriendo los ojos al máximo al ver los atascos producidos por infinidad de coches, autobuses y taxis. El ruido de las bocinas, de gente gritando, las motocicletas…
–Te acostumbras enseguida. Por cierto, tendrás un coche a tu disposición para moverte por la ciudad o los alrededores –le informó Fabrizzio sin saber si ella conducía. En los días que había estado en Edimburgo ni siquiera se había planteado si tenía coche o no.
–Gracias, pero preferiría una moto –le rebatió mirándolo con ese gesto risueño que a él lo desarmaba. Esa sonrisa llena de picardía perfilada en sus labios que ahora le gustaría probar.
–¿Una moto? –preguntó Fabrizzio extrañado por aquella petición.
–Se refiere a una Vespa, ¿verdad? –aclaró Carlo mirándola de manera intensa. Fiona no pudo evitar reírse de aquel cometario.
–¿Vespa? ¿A eso llamáis moto? Es para críos –les dijo mirando a ambos como si se estuvieran burlando de ella–. ¿Tengo aspecto de conducir una motocicleta? –les preguntó a ambos de manera sarcástica, mientras a los dos se les secaba la boca al contemplarla en aquella pose tan sensual: con las manos sobre sus caderas, una pierna adelantada y esa sonrisa tan… endiablada.
–Entonces… ¿qué moto deberíamos conseguirte? –le preguntó Fabrizzio entornando la mirada hacia ella y hablándole despacio, temiendo su reacción. Carlo no podía dejar de mirarla y darse perfecta cuenta de que su aspecto no era el de una chica de dieciséis años que condujera una Vespa. ¡Madre mía! Aquella mujer sabía lo que quería.
–Algo parecido a mi Honda Black Shadow –les respondió con naturalidad, como si estuvieran hablando del tiempo.
Los dos se quedaron en silencio mirándola sin poder dar crédito a su petición.
–¿No irás a decirme que la Honda que había aparcada cerca del museo…? –Se quedó sin palabras cuando vio la sonrisa de Fiona y cómo asentía de manera lenta, mordiéndose el labio inferior de una manera sensual que lo volvió loco de deseo de besarla. De irse con ella hasta el hotel y arrancarle la ropa.
Carlo no pudo evitar dejar escapar un silbido mientras intercambiaba una mirada con Fabrizzio.
–¿En serio que aquella moto era tuya? –insistió mientras no podía dar crédito a sus palabras. La verdad, era una mujer que lo había sorprendido en varias ocasiones, pero aquello superaba cualquier expectativa–. No te hacía yo en una máquina como esa, la verdad –le confesó mirándola fijamente a los ojos, que ahora brillaban de emoción por haberlo dejado sin capacidad de reacción una vez más.
–Tampoco me lo preguntaste –le comentó mirándolo con sorpresa por sus palabras.
Carlo los miraba divertido. En verdad que aquella mujer era… ¡tremenda! También lo estaba, claro. Sin duda que esa semana iba a dar mucho que hablar. Sí señor. Se acababa de dar cuenta de que Fabrizzio estaba completamente descolocado descubriendo que la signorina montaba en moto. Y no una cualquiera de paseo. No señor. Una de verdad.
–Bueno, si es mucha molestia… Puedo conformarme con… –comenzó diciendo Fiona con cara de ingenuidad y una sonrisa de niña buena, mientras en su interior disfrutaba viéndolo en aquella situación–. ¿Algo más modesto?
Fabrizzio sopesó aquella petición. Sonrió sin poder dar crédito, pero accedió para su propia sorpresa. ¿Qué estaba haciendo por ella? Concederle sus deseos, sus caprichos. ¿Lo sería él también durante esa semana?
–Tendrás tu moto –le dijo con toda certeza de que la conseguiría. La miró fijamente sintiendo que la sangre le hervía en su presencia. Que no podía controlarse, pero recordó dónde estaba. No era lugar para dar un espectáculo. Y menos con Carlo delante–. Ahora, será mejor que vayamos al hotel.
Fiona sonrió complacida por haber ganado otra pequeña batalla dentro de su particular guerra. Quería seguir sorprendiéndolo, ponerlo a prueba. Fabrizzio le gustaba, y mucho, pero quería saber hasta dónde estaría dispuesto a llegar por ella. Sabía que lo de la moto no era gran cosa, pero a ella le valdría para moverse por Florencia y alrededores, aparte de para ver si estaba dispuesto a complacerla.
–Una mujer de armas tomar –le susurró en italiano Carlo a Fabrizzio, al tiempo que emitía un silbido de admiración por ella.
Fabrizzio no dijo nada, sino que se limitó a mirar a su colega y a suspirar. «Si tú supieras», pensó mientras sacudía la cabeza sin poder creer que saliera vivo de aquella semana con ella allí.
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