Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray страница 21
–Tal vez deberíamos pasar el control –le sugirió dándose cuenta que ella parecía haberse quedado petrificada por su simple gesto–. Ya sabes que llevará su tiempo.
–Cierto. Pero antes quisiera ir al aseo. ¿Te encargas de mi maleta?
Fabrizzio asintió mientras ella se alejaba algo alterada. Necesitaba refrescarse. Aclarar su mente y preguntarse qué estaba haciendo. Empujó la puerta del aseo de mal humor y abrió el grifo del agua fría. Necesitaba refrescarse para aplacar la temperatura que su cuerpo desprendía en esos momentos. Apoyó las manos sobre el mármol frío y se concentró en la imagen que el espejo le devolvía. Se humedeció las manos y se dio pequeños toques por el rostro y el cuello. Entrecerró los ojos como si se estuviera retando, pero en ese momento sintió cómo una gota de agua resbalaba muy sutilmente por su canalillo provocándole una sensación agradable y placentera. Cerró los ojos y recordó cómo Fabrizzio había dejado que su dedo primero, y su lengua húmeda después, hicieran ese mismo recorrido. Trató de serenarse y salir del aseo con otra cara, otro talante distinto al que había mostrado hasta ahora. Pero sin bajar la guardia ante él. «Profesionalidad ante todo«, se dijo lanzando una última mirada al espejo y viendo cómo asentía de manera firme.
Lo encontró en la barra mientras recibía el cambio de los cafés. Fiona se dio cuenta de que no le había dado dinero para pagar el suyo. Bueno, tampoco era para tanto.
–¿Estás lista? –le preguntó tratando de que su mirada no la recorriera de arriba abajo y el deseo volviera a llamar a su puerta.
–Sí, claro. Oye, gracias por el café.
–No tiene importancia.
–Bueno, es lo menos que podías hacer ¿no? –le rebatió con ironía, mientras él la miraba sin comprender su comentario–. Por no preparármelo en casa esta mañana. –Le guiñó un ojo y le regaló una sonrisa no exenta de picardía. Quería ser más dura con él, pero cuanto más lo intentaba, más le costaba. Y más juguetona se volvía. Tal vez debiera cambiar de táctica y mostrarse sensual y traviesa con él después de todo.
Fabrizzio no le respondió, pero algo en su interior pareció cobrar vida. ¿Sería posible que después de todo solo estuviera fingiendo estar enfadada? Caminó hasta el control de pasaportes. Fiona comenzó a despojarse de sus pertenencias y de su chaqueta, lo cual agradeció Fabrizzio sin poder evitar recrearse en su cuerpo. Esbozó una sonrisa de picardía y más cuando, al pasar por el arco de metal, este comenzó a pitar. Fiona se mostró contrariada por este hecho.
–Llaves. Monedas. El cinturón, señorita –le señaló la guardia mientras Fiona miraba a Fabrizzio y este le sonreía de manera irónica. Una vez que se hubo despojado de este cruzó el arco sin problemas. Recogió su bandeja y se apartó para poder guardar todo.
Fabrizzio se acercó a ella mientras la veía pasar el cinturón por las trabillas de la parte trasera de su pantalón. Con el movimiento, la camisa se le abrió un poco más y pudo disfrutar de la exquisita visión de sus voluminosos pechos de piel cremosa. Fiona se dio cuenta de ese detalle y le lanzó una mirada de incomprensión. ¡Por favor, ya se los había visto! ¿A qué venía abrir los ojos de aquella manera tan desmesurada? Sin embargo, no pudo evitar sentir una punzada de halago al sentir su mirada en ella. Deseándola a pesar de lo acordado.
Caminaron hacia la puerta de embarque, donde no tuvieron que esperar demasiado para subir al avión. Una vez a bordo, Fabrizzio se volvió hacia ella para preguntarle:
–¿Ventanilla o pasillo?
–Pasillo. No me gusta mirar por la ventanilla –le dijo con cierto tinte de temor en su voz.
Fabrizzio subió su equipaje y esperó a que ella le tendiera su maleta.
–Será mejor que pases a tu asiento, o no nos moveremos. Que sepas que agradezco tu detalle –le dijo mientras cargaba con su maleta y se disponía a guardarla. Se estiró hasta que la camisa y el top se le salieron del pantalón, y Fabrizzio se quedó clavado en la porción de piel que había quedado al descubierto. Sintió deseos de pasar su dedo por encima, dejarlo resbalar hacia el borde del vaquero y tirar de este para que Fiona cayera sobre él. Entonces no tendría compasión con ella.
Pero, para su sorpresa, el destino pareció leer sus pensamientos y de repente Fiona aterrizó sobre él debido al intenso tráfico que se había producido en el pasillo. La recibió entre sus brazos y sus rostros volvieron a quedar separados por escasos centímetros. Fabrizzio estaba apoyado prácticamente contra la ventanilla con ella encima, mirándola con un gesto de sorpresa por haber acabado así. Fiona se humedeció los labios e intentó incorporarse pero, por algún motivo, no podía. Y no se trataba de que su pierna estuviera algo atrapada entre los asientos. Que él la sujetara con aquella mezcla de firmeza y delicadeza. O que de repente sintiera que uno de sus dedos le acariciaba de manera perezosa la piel de su espalda, por debajo de la camisa y camiseta que se habían salido del pantalón. Se trataba de que entre sus brazos se sentía reconfortada. Los dedos de él jugaron con algunos mechones que se habían soltado y ahora caían libres sobre su rostro. Fiona sopló intentando alejarlos de este mientras Fabrizzio sonreía divertido y los devolvía a su lugar. Fiona sintió un escalofrío cuando notó el dedo de él trazando el contorno de su oreja. Fabrizzio se quedó eclipsado por el brillo magnético de sus ojos. Y se preguntó en qué momento pensó en ella como su compañera. No sabría decirlo con exactitud, pero aquella mujer le había arrebatado la cordura. Sin saberlo. Sin pretenderlo. Fiona se mordió el labio, presa de una agitación extrema, sintiendo el influjo que Fabrizzio ejercía sobre ella. Ese magnetismo que la había sorprendido desde el primer momento que lo vio en la taberna. ¿Cómo era posible que sintiera eso por él? Cerró los ojos y se acercó dispuesta a besarlo, le bastaba por ahora con un leve y suave roce de sus labios para seguir adelante.
–Por favor, ¿me permite? –preguntó la voz de un hombre mayor–. ¿Necesita ayuda?
Fiona sintió que su momento mágico acababa de esfumarse. Cerró los ojos y sonrió con timidez, mientras Fabrizzio la ayudaba a incorporarse y por fin se sentaba.
–Estos aviones son muy estrechos –le dijo el hombre, que parecía una especie de gnomo por la barba que lucía y sus diminutas gafas redondas.
–Sí. Me empujaron y caí –le comentó algo azorada por la situación. Le costaba respirar y su rostro enrojecía por momentos.
–Bueno, estoy seguro de que al caballero no le habrá molestado –comentó lanzando una mirada a Fabrizzio y saludándolo con la mano.
Este le devolvió el saludo y desvió su atención hacia la ventanilla para que Fiona no viera su gesto de sorna. Pero cuando sintió el codo de ella golpearlo y se percató de su gesto de advertencia en su mirada, comprendió que con ella no habría un momento de descanso. Fabrizzio se encogió de hombros y la miró sin comprender su gesto.
–Por cierto –le dijo mostrando en alto sus gafas y esbozando una sonrisa de complicidad con ella–. Se te cayeron en tu accidentado aterrizaje.
–Muy gracioso –le espetó arrebatándoselas literalmente de la mano.
Se las puso y apoyó la cabeza contra el respaldo de su asiento, dispuesta a disfrutar del vuelo. No cruzaría una sola palabra con él hasta llegar a la terminal de Pisa. Ahora, oculta tras sus gafas y más tranquila que hacía cinco minutos, rememoró la escena en su mente. La mirada de asombro