Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray

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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray Tiffany

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se había quedado en la terminal del aeropuerto de Edimburgo.

      Fabrizzio echó un vistazo a unos documentos que había subido al avión. El vuelo duraba casi tres horas y prefería ir avanzando algo de trabajo. Desvió su mirada en un par de ocasiones hacia ella y la descubrió durmiendo relajada. Seguramente la noche anterior había sido dura, igual que para él. ¿Había dicho en serio que había echado de menos que le prepara el café? La pregunta quedó grabada en su mente. Sin duda que tendría oportunidad de que se lo aclarara. No iba a dejar las cosas de esa manera. Pero lo que más le había sorprendido era que hubiera querido besarlo cuando se cayó sobre él en el asiento. Sí. Lo había percibido en su mirada. Se había inclinado hacia él dispuesta a besarlo, y él deseoso de recibirla. Pero en último momento, el destino había decidido que no era el momento para ello.

      Fabrizzio contempló por la ventana que se estaban aproximando al aeropuerto de Pisa. Miró a Fiona detenidamente y le dio la impresión de que seguía dormida, ya que no emitía ningún sonido, salvo su respiración relajada. Sonrió mientras le levantaba las gafas y al hacerlo se encontraba con los ojos de ella entreabiertos.

      –¿Qué sucede? –le preguntó mientras ella misma se sujetaba las gafas en lo alto de la cabeza.

      –Estamos llegando. Vamos a aterrizar.

      –¿Ya? –le preguntó sorprendida, como si el viaje le hubiera parecido relativamente corto–. Me ha parecido corto.

      –No me extraña, te has pasado dormida las tres horas de vuelo.

      Fiona asintió mientras se inclinaba sobre él para poder echar un vistazo por la ventanilla y ver el aeropuerto de Pisa. No pareció que fuera muy consciente de su acto, pero sí Fabrizzio, quien sintió que apoyaba la mano sobre su pierna. Fiona asintió antes de retirarse a su asiento, pero entonces se fijó en la expresión de desconcierto en el rostro de él.

      –¿Por qué me miras así?

      –Creí haberte escuchado decir que no querías ventanilla –le recordó con una de sus sonrisas.

      –Y no me gusta. Pero quería echar un vistazo ahora que vamos a aterrizar –le dijo mientras se acomodaba en su asiento–. Dime, ¿qué has hecho durante el viaje, aparte de estar centrado en esos documentos? ¿Mirarme a ver si dormía? –le preguntó, no sin cierta sorna, al tiempo que arqueaba una ceja en clara señal de suspicacia y emitía una especie de ronroneo.

      Fabrizzio sonrió divertido ante su último comentario.

      –¿Por qué estás tan segura de que te he estado mirando?

      –No lo sabía, pero tu pregunta y tu rostro te han delatado –le respondió con un toque de orgullo en su voz. Se colocó las gafas y esbozó una sonrisa de triunfo al descubrir que así había sido.

      Fabrizzio se quedó sin habla ante aquella magnífica deducción. Sí, era cierto que la había contemplado dormir. Le gustaba la tranquilidad y la paz que desprendía. Recordó que la noche que durmió en su cama se despertó de madrugada y la contempló mientras dormía plácidamente. Con la espalda desnuda, al descubierto para que él pudiera admirarla. Sus cabellos esparcidos sobre la almohada. Su respiración pausada. Sus labios entreabiertos. Le había parecido sensual, pero también sensible. Tierna. Dulce.

      La maniobra del avión captó todos sus sentidos. Recogió sus papeles, plegó la mesa, y se abrochó el cinturón para disponerse a aterrizar en Pisa. De allí se dirigirían en tren a Florencia, donde los aguardaba Carlo. Carlo, que tantas ganas tenía de conocer a Fiona. Si él supiera la clase de mujer que era. Si la conociera como él la conocía. Una mujer que no dejaba de sorprenderlo a cada momento.

      Carlo había llegado con cierta antelación a la estación central de Florencia. No quería causar una mala impresión a la signorina Fiona. «No sería de buen gusto por mi parte», pensó, mientras sonreía divertido. Más bien podría decirse que tenía muchas ganas de conocerla. Fabrizzio le había advertido y recalcado que ella era intocable. Que su estancia en Florencia se debía única y exclusivamente al trabajo que iba a desempeñar. Pero Carlo conocía a las mujeres, y apostaba que esta no era muy diferente de las demás. Sabía cómo captar su atención, y cómo agasajarla para que se sintiera la reina del baile. No había conocido a ninguna turista que no quisiera descubrir los más bellos lugares de Florencia en su compañía.

      El tren procedente de Pisa llegó a la hora que anunciaba el panel indicador. Carlo estiró el cuello buscando a Fabrizzio y a su acompañante. Levantó la mano en cuanto lo vio, haciéndole señales para que se dirigiera hacia donde estaba él. Fabrizzio le devolvió el saludo y deslizó el nudo que se había formado en su garganta. El momento que temía se acercaba. No es que tuviera un temor especial por la reacción que pudiera tener Fiona al conocer a Carlo. Pero se sentía algo incómodo recordando el inusitado interés de su amigo por ella. Sabía cómo era Carlo, y que intentaría seducirla por todos los medios. Lo que no sabía este era cómo las gastaba Fiona.

      Carlo desvió la mirada de Fabrizzio para centrarse en la mujer que lo acompañaba. No era muy alta, pero llamaba poderosamente la atención. No es que fuera muy guapa, pero sí resultona. Con aquel cuerpo que cortaba la respiración. Si aquella mujer era una comisaria de exposiciones, él era el Presidente de la República. Fiona lo escrutó de arriba abajo en cuanto estuvo a su altura. Carlo hizo lo mismo pero recorriendo su cuerpo sin poder dejar de imaginarla con otra ropa, o sin ella.

      –Llegáis en punto. Menos mal que decidí venir con un poco de antelación –le dijo sin apartar la atención de Fiona. Fabrizzio comenzó a sentirse algo molesto por la manera en que la miraba. Y más cuando se acercó a ella para rodearla por la cintura y darle dos besos.

      Fiona lo miró contrariada. De acuerdo que tuvieran que conocerse y saludarse, pero ¿tenía que sujetarla por la cintura de aquella manera tan descarada? Se apartó al momento dejándole claro que ella no era una mujer fácil. Carlo era apuesto, sí, pero nada que ver con el toque misterioso que tenía Fabrizzio. Fiona se había cubierto las espaldas al preguntarle por Carlo en el tren desde Pisa. Y entre lo que le contó y lo que ella pudo deducir, la imagen de Carlo era la viva estampa del típico seductor que se la comía con los ojos.

      –Te presento a Fiona, de la National Gallery de Edimburgo. Ya te he contado a qué viene –le recalcó dejando un ligero toque de advertencia en sus últimas palabras.

      –Sí, recuerdo perfectamente. Y he hecho mi trabajo. No vayas a pensar mal. Además, ¿qué imagen tendría la signorina Fiona de nosotros? –preguntó haciendo una reverencia hacia ella que provocó una sonrisa irónica en esta.

      –Este es Carlo, por cierto. De quien ya te he hablado.

      –Espero que haya sido para bien –lo interrumpió regalándole una sonrisa a Fiona.

      –Sí. Su descripción se ajusta –le correspondió ella moviendo las cejas y sonriendo divertida. Sin duda. Estaba convencida de que Carlo intentaría ligar con ella. Se le veía venir de lejos.

      –Será mejor que acompañemos a Fiona a su hotel –interrumpió Fabrizzio–. ¿Hablaste con David sobre el hotel?

      –Todo está arreglado. Una habitación en Nova Porta Rossa. Eso pidió David.

      –Sí, es el hotel con el que trabajamos. David lo conoce. Solemos alojar allí a las visitas por motivos de trabajo –le informó Fabrizzio mientras caminaban por el andén en dirección a la salida.

      –Si me permites… –le dijo Carlo tomando la maleta de Fiona, a lo que

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