Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
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Fiona se detuvo justo delante de él apoyándose en su maleta y lo miró por encima de las gafas. No pudo evitar sentir un escalofrío cuando los ojos de Fabrizzio se posaron en ella. No debió mirarlo por encima de las gafas sabiendo lo que le provocaba. Pero sentía curiosidad por comprobar si, en efecto, aún tenía esa capacidad de hacerla estremecer con una sola mirada. Debía reconocer que estaba atractivo esa mañana. No demasiado, pero su rostro soñoliento tenía su encanto. Además, no se había afeitado y esa barba de dos días le daba un aspecto más serio, más duro, que no le quedaba nada mal, pensó sonriendo con malicia. «Oye quedamos en que se trataba de una relación profesional. Nada de pensamientos de esa clase, ¿de acuerdo?», se dijo a sí misma cuando se descubrió pensando en lo que le apetecería hacerle. Tal vez se sintiera así porque el recuerdo de los encuentros en su cama o en la ducha aún no se habían evaporado del todo. No podía evitar pensar en lo interesante que se ponía cuando se hacía el chico duro. Umm, era una delicia a pesar de todo. No estaba segura de respetar su decisión de comportarse como una profesional en todo el tiempo que pasaran juntos en Florencia. Sabía que en su interior habitaba una diablilla que no dejaría escapar la oportunidad para intentar seducirlo.
–¿Tenemos tiempo para un café? –le preguntó poniéndose las gafas en lo alto de la cabeza, lo que le daba un aspecto sensual y divertido. Se enfrentaría a su mirada de manera directa. Demostrándole que no le tenía miedo. Que no le afectaba la atracción que existía entre ellos.
–¿No has desayunado? –le preguntó él con un leve toque de sorpresa en su voz, que a Fiona le pareció que sonaba a burla.
–No me ha dado tiempo. No tenía quien me lo preparase –le soltó tratando de hacerle sentir responsable de ello, pero nada más decirlo pensó que tal vez debiera haberse callado.
Antes de que él dijera nada, ella emprendió el camino hacia el puesto de café más cercano bajo la mirada llena de curiosidad de Fabrizzio, y la de los tíos con los que se cruzaba. Miradas llenas de lujuria por lo que le harían si se dejara. Sonrió irónico al darse cuenta de este hecho, y la siguió pensando que tal vez las cosas no estaban tan mal entre ellos como había creído en un principio. ¿Qué le había dicho? ¿Él era el culpable de que no hubiera desayunado? Sacudió la cabeza y salió en pos de ella.
Fiona sintió su pecho agitarse más de lo normal por el comentario hecho. Pero era la verdad, bueno no exactamente. No había podido desayunar porque, por muy raro que pareciera lo había echado de menos. Que le preparase el café y se sentara a la mesa con ella como la otra mañana. Acariciándola en todo momento con su mirada y convirtiendo su desayuno en el mejor que había tomado en su vida, la verdad. Lanzó una mirada por encima de su hombro para comprobar si la seguía. Y, efectivamente, allí venía. Con aspecto de dejado, pero atractivo de igual modo. Y esa sonrisa juguetona en todo momento en sus labios. Cómo los había extrañado en las últimas horas, pensó humedeciéndose los suyos.
Se situó junto a ella mientras esperaba a que le dirigiera la palabra. El aroma a café recién hecho se mezcló con el de ella provocándole el deseo de besarla justo ahí, donde latía su vena. Lo miró con curiosidad, esperando a que él pidiera.
–Un café solo, por favor.
–Olvidaba que tú, como buen italiano, lo prefieres corto y fuerte –comentó con ironía. Buscando provocarlo. ¿Estaba enfadada con él porque no había despertado a su lado en la cama?
–Sí, pero siento decir que el café aquí no tiene nada que ver con el que tomarás en Florencia –le comentó devolviéndole el golpe. Quería encenderla, picarla, ver su reacción. Quería divertirse con ella un rato. Después de la pulla que le había lanzado acerca de que no había estado para prepararle el desayuno, él no estaba dispuesto a dejarla pasar.
–Ya lo veremos.
Durante unos instantes, en los que ambos bebían de sus tazas, ninguno dijo nada. Pero no consiguieron apartar sus respectivas miradas del otro. Como si de una competición se tratara. Fiona sintió que por un momento la taza temblaba en su mano. Un temblor provocado sin duda por la cercanía de Fabrizzio.
–¿Por qué volamos a Pisa y no a Florencia? –le preguntó de manera casual, queriendo romper el incómodo silencio que se había establecido entre ambos.
–No hay vuelo directo. Pero no te preocupes, cogeremos el tren en el aeropuerto de Pisa para que nos lleve a Florencia. Allí nos recogerá Carlo, ya sabe a qué hora llegaremos.
–Lo que tú digas. Yo me fío de ti –le dijo desviando por primera vez su mirada de él.
–¿Puedo saber qué te sucede? ¿No has dormido bien? Estás…
Fiona entrecerró los ojos fulminándolo con su mirada por el comentario que acababa de hacer.
–¿Cómo estoy si puede saberse? –le retó con un tono sarcástico. Cabreada por lo que sentía por él. Por no poder apartar de su mente tórridas escenas de ambos. Por echarlo de menos esa mañana al despertar. Por tener que pasar una semana con él y haberse hecho la promesa de no sucumbir a sus encantos una vez más. Eso la encendía. Y más si él hacía preguntas de ese tipo.
Fabrizzio sonrió de forma socarrona. Divirtiéndose al verla reaccionar de aquella manera. Había sido bastante explícita al revelarle que había echado de menos su desayuno. ¿Solo eso? Estaba convencido de que en el fondo le estaba pasando lo que a él. Sentían la química del deseo flotando a su alrededor. La atracción se había sentado entre ellos compartiendo la mesa de la cafetería. Y sin duda había decidido irse a Florencia con ellos. De eso estaba seguro. Fiona se puso las gafas para que él no se percatara de la necesidad, del anhelo que asomaba a sus oscuros ojos. No quería mostrarse débil ante él. Que pensara que lo echaba de menos. Que sentía la necesidad de acariciarlo, de sentir su mano trazando el perfil de su rostro. Cómo le fastidiaba tener que comportarse de esa manera. Pero quedaron que sería un comportamiento profesional.
–Solo quería saber si te pasaba algo. Nada más –le susurró con voz ronca, acercándose peligrosamente a su rostro. El aroma de su perfume invadió una vez más sus sentidos. Después, dejó que su pulgar acariciara la comisura de los labios de Fiona. Aquel leve contacto la sobresaltó. Se levantó las gafas y lo miró confundida, con la respiración tan revolucionada que sus pechos subieron y bajaron de manera sensual y provocativa. Las alarmas en su interior se dispararon. Y, mientras, Fabrizzio se limitó a sonreír mostrándole la yema de su pulgar manchada de café.
Fiona no sabía si debía abofetearlo o coger su cara entre sus manos y besarlo con esa necesidad urgente que sentía desde la otra noche en que lo dejó en su hotel. En cambio, se humedeció los labios como si estuviera invitándolo a probarlos. A adueñarse de ellos sin pedirle permiso. Deslizó el nudo que se le había formado en la garganta y que parecía haber bajado hasta su estómago. Le gustó su atención, su delicadeza, su detalle por limpiarle el café. En verdad