El destino celeste. Mary Robinette Kowal
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El copiloto, Estevan Terrazas, se levantó, pero su sonrisa era algo tensa. Habíamos ido juntos a la Luna y reconocí aquella expresión. Intentaba mostrase alegre, pero estaba molesto.
—Hola, York.
Le estreché la mano e intercambiamos las cortesías de rigor. No pude preguntarle qué ocurría debido a la presencia de Phil, el fotógrafo. Cuando la prensa estaba cerca, había que portarse bien, incluso si se trataba de la prensa interna.
Florence Grey también estaba en el equipo. Nos conocimos en una fiesta de empresa el año anterior y ambas éramos amigas de Helen. Era una mujer negra y bajita que durante la guerra había descifrado códigos inalámbricos y que tenía la reputación de ser increíblemente rápida como calculadora.
—Florence. ¿Cómo estás? —Le ofrecí la mano.
La miró un momento antes de suspirar y extender la suya.
—Bien. —Luego se volvió hacia su carpeta. Fue un poco grosera.
Eché un vistazo a la habitación.
—¿Dónde está Helen?
Florence cerró la carpeta de golpe.
—¿En serio? —Se levantó y salió de la habitación.
La miré marcharse con la boca ligeramente abierta mientras Phil sacaba fotos. Intenté mostrarme impertérrita y me volví hacia el resto del equipo. Por un breve momento, todos me miraron; luego, centraron su atención en los manuales.
Todos excepto Parker, que tenía una sonrisa retorcida mientras balanceaba el dichoso sextante en la palma de la mano. Me miró y cogió aire para hablar, pero Betty se interpuso entre nosotros. Le hizo un gesto a Phil, que bajó la cámara. Se inclinó y me susurró:
—A Helen la echaron para hacerte un hueco.
La habitación se tiñó de rojo y la piel me empezó a arder.
«Qué narices».
Al parecer, lo dije en voz alta, porque Parker se rio.
—Venga ya, York. Sabes cuál es el peso permitido, ¿creías que te añadirían sin más?
—No sé por qué pensé que Clemons sería sincero conmigo. —Me estaba bien empleado por creerlo—. Os dejo que volváis al trabajo.
Seguía con la cara como un tomate, aunque no sabría determinar si era por ira o por vergüenza. Debería haberlo sabido. Debería haber imaginado que no podían incorporarme al equipo sin más. En cada nave solo viajan siete personas. Era evidente que no podían añadirme a mí y todos los suministros necesarios para una boca adicional sin prescindir de nada. Para añadir a una calculadora de vuelo habría que eliminar a otra para mantener las ecuaciones en equilibrio.
Di un paso atrás, temblando, antes de salir de la habitación. Maldito Clemons. Debería habérmelo dicho.
—¿Adónde vas, York? —La silla de Parker se movió con un chirrido metálico al levantarse.
—Voy a renunciar para que Helen recupere su puesto.
—Bien. Es lo correcto. —Sus pasos me siguieron por el pasillo alfombrado del planetario—. ¿Quieres que te lleve de vuelta para que el equipo vuelva a estar completo lo antes posible?
Solo lo hacía para molestarme, pero me detuve en el pasillo y me volví para enfrentarme a él.
—Sí. La verdad es que sí.
Parker y yo seguíamos sin llevarnos bien, pero, después de trabajar juntos durante cuatro años, habíamos desarrollado cierto respeto profesional la una por el otro. Cuando terminamos la lista de verificación previa al vuelo y estuvimos en el aire, me había calmado lo suficiente como para recordar que debía ser civilizada.
Sentada en el asiento trasero del T-38, me acompañaban la vista de la parte trasera del casco de Parker y el ruido del viento. Nos había hecho subir por encima de las nubes hasta un cielo azul claro y glorioso. Solté un suspiro lo bastante fuerte como para activar el comunicador y que mi voz le llegase por el micrófono.
—Lo siento. Debería haberlo sabido.
—Sí, deberías. —Imbécil. A ver, estaba en lo cierto, pero no tenía que restregármelo. Su casco giró como si quisiera mirarme por encima del hombro—. Pero Clemons debería haber dicho algo. Fue una jugada muy sucia.
—No habría dicho que sí si lo hubiera sabido.
—No lo dudo. —Por debajo, las nubes pasaban en un mar de olas blancas—. Lo cierto es que me sorprendió que aceptases bajo cualquier circunstancia.
—¿Ir a Marte?
—Ya habías dicho que no.
Era cierto. Cuando se planteó el programa por primera vez, decidí que me conformaría con la Luna; no quería estar fuera tanto tiempo.
—Es por los recortes. Clemons quiere usarme otra vez.
Parker suspiró y negó con la cabeza.
—Lo ideal sería que el programa espacial lo dirigiera un científico en vez de una panda de lacayos de relaciones públicas y políticos.
—En eso estamos de acuerdo. —Por otra parte, no sabía cuáles serían las consecuencias de dejar la misión. Nada bueno, probablemente, pero no le robaría la oportunidad a alguien que había trabajado duro durante tanto tiempo. Era posible que Reynard me maldijera por ello, ya que volver al equipo alejaría a Helen de él—. ¿Cómo se ha tomado tu mujer todo el asunto de que te marches durante tres años?
Ante mí, la luz del sol se reflejó en el casco de Parker, que se movía de un lado a otro. El aire silbó a nuestro alrededor y arrastró el silencio.
¿En qué momento me había parecido una buena idea hacerle una pregunta personal? Nos respetábamos a nivel profesional, pero nada más.
—No importa. Lo siento. No debería haber preguntado.
Parker se aclaró la garganta y el casco se movió de tal manera que el reflejo del sol bailó por su superficie.
—Me… —Se le quebró la voz—. Me ha animado a ir.
Hablaba con una mezcla de amor y dolor, lo cual me desconcertó, dado que mantenía una aventura con Betty desde hacía cuatro años.
Esperaba que Parker me siguiera a la oficina de Clemons para ver el espectáculo, pero se desentendió y subió al ala de astronautas de la CAI. Canalicé el aplomo y la fría furia sureña de mi madre antes de entrar al antedespacho de Clemons como si equilibrase un libro sobre la cabeza.
La señora Kare levantó la mirada con una sonrisa.
—¡Doctora