Años de mentiras. Mayte Esteban
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—Cometiste el error, pero me di cuenta al revisar tu trabajo. Esa revista es la que se pondrá mañana a la venta, no la que te he enseñado. Esa he mandado que la impriman aparte porque la necesitaba para traerte aquí.
—¿Y no hubiera sido más sencillo sin darme el susto que me has dado? ¿O sin humillarme delante de todo el mundo? —preguntó.
Estaba enfadado con ella, pero no dejó que lo viera en su tono. Si algo hacía Daniel bien, además de imitar a otros escribiendo, era no mostrar lo que sentía frente a nadie.
—No, no lo hubiera sido porque lo que tengo que pedirte tiene que mantenerse en secreto y para ello necesito que los demás piensen que la has cagado y que por eso vas a irte a casa unos días. ¿Me puedes explicar esto?
Beatriz giró la pantalla de su ordenador para que Daniel pudiera verla. Allí, un correo electrónico ocupaba toda la superficie.
—Lee —le animó.
Daniel leyó las dos líneas que componían aquel correo dos o tres veces antes de atreverse a separar los ojos de la pantalla:
Cita a Daniel Durán en casa de Elsa dentro de unos días, necesito hablar con él. Muchas gracias, Beatriz.
Alejo Novoa
—¿Cómo has conseguido ponerte en contacto con él? —preguntó la directora.
—Pues… le mandé un correo electrónico al email que tiene para que le escriban sus admiradores.
A la directora de Vimar la explicación le resultó insuficiente.
—Alejo Novoa no ha contestado a nadie en toda su vida. ¡Daniel, no me contesta ni a mí! Llevo años suplicándole una entrevista para una de nuestras revistas y siempre he recibido lo mismo: silencio. ¿Se puede saber cómo te las has arreglado para que quiera hablar precisamente contigo?
El redactor se encogió de hombros. No le parecía que hubiera hecho nada excepcional.
—He escrito a ese correo incontables veces, pero a mí tampoco me ha contestado, si te sirve de consuelo. De hecho, esta vez, si no me equivoco, te ha contestado a ti.
Beatriz le miró muy seria. Dio la vuelta a la pantalla y volvió a leer el escueto correo de Alejo Novoa. Daniel estaba en lo cierto, no le había escrito a él, sino a ella. No se había puesto en contacto con él, sino con la directora del grupo para el que él trabajaba.
—Bueno, ahora eso es lo de menos —le dijo—, lo que quiero saber es qué has hecho en concreto para conseguir llamar su atención hasta este punto.
Él volvió a negar con la cabeza.
—Llevo meses mandándole correos. Le consulto dudas, le hago preguntas que me acabo contestando yo solo, porque nunca me ha respondido. Hace mucho que estoy escribiendo un ensayo sobre él. Quería que participara de alguna manera en este proyecto. Ya sé que parece de locos, pero escribirle, aunque a él le resbalase lo que yo le contaba, se convirtió en un estímulo para mí.
Beatriz tamborileó los dedos contra la pulida superficie de su mesa. El que ella estuviera en medio de la petición de Alejo era algo que le había parecido caído del cielo. No era mujer de desaprovechar oportunidades, así que decidió sacar alguna ventaja de aquello. Abrió ligeramente el cajón de su mesa y se quedó mirando un pequeño objeto que llevaba unos días guardado allí. Esperaba no tener que llegar a usarlo.
Cerró el cajón.
—Vamos a hacer una cosa —le dijo a Daniel, apoyando los codos en la mesa y aproximándose a él—. Como Alejo ha querido que sea yo quien te ponga en contacto con él, tengo un encargo que hacerte. Un justo quid pro quo.
—¿Un encargo?
—Por supuesto. Quiero que le hagas una entrevista para mí y, de paso, que le convenzas para que nos dé la publicación de una novela.
Daniel estuvo a punto de entrar en shock por segunda vez aquella mañana. Alejo Novoa era un escritor de culto que llevaba casi treinta años retirado del mundo editorial. No había concedido nada más que media docena de entrevistas en su vida, a principios de los ochenta, y en ninguna apareció ni siquiera una foto. Desde hacía muchos años era público que había decidido no escribir nada más. No entendía por qué Beatriz pensaba que entrevistarlo y convencerlo de que les diera la publicación de una novela era algo que podría hacer él, por mucho que el escritor quisiera verlo y hubiera sentido curiosidad por sus preguntas.
—No ha querido saber nunca nada de periodistas de renombre, pero por alguna razón tú le has caído bien. Eres el hombre perfecto para conseguirlo. Por supuesto, le dirás que todo lo que sepas de él, su dirección, su vida personal, todo, te lo guardarás para ti. Oficialmente seguirá desaparecido, como siempre ha querido estar.
—Me has dicho que, además, quieres que le convenza para que nos venda una novela. Eso… eso es imposible y los dos lo sabemos —alegó Daniel.
—En esta vida solo es imposible lo que queremos que lo sea. Irás a esa cita y me traerás ese libro. Tienes seis meses para lograrlo.
—¿Y si no quiero?
—¿Por qué no ibas a querer?
Beatriz se temía aquello. Daniel Durán no se caracterizaba precisamente por ser un hombre ambicioso.
—No tengo ninguna necesidad de tener relevancia alguna. No te niego que me apetecería conocer a Alejo Novoa y hablar con él, pero no tengo interés en esa entrevista. Si él quiere seguir desaparecido, yo lo respeto. No a todo el mundo le gustan los focos.
Daniel se levantó de la silla, dando por finalizada la entrevista con Beatriz. Ella emitió un suspiro profundo. Al final iba a tener que hacer uso de sus recursos.
—Si no lo haces, te irás. Tú decides si quieres seguir trabajando o te buscas otro empleo, pero ya sabes cómo están las cosas. Creo que tienes una hipoteca que pagar que además compromete la casa de tus padres. ¿Vas a dejarlos también a ellos en la calle?
Abrió la boca para replicar a Beatriz, pero no fue capaz. No entendía cómo había averiguado lo de la hipoteca, pues estaba seguro de que no había compartido esa información con nadie. Era algo que en su momento no le pareció mala idea, pero a medida que la crisis había hecho mella en su economía le quitaba el sueño por las noches. Si no pagaba, no solo perdería su piso, sino la casa que sus padres habían logrado tener en propiedad después de toda una vida de sacrificios.
No era algo con lo que se pudiera jugar a la ligera.
—Daniel, piénsalo —dijo Beatriz—. No es la única información tuya que manejo.
Cuando Daniel salió del despacho, el color había abandonado su rostro. Recogió la mochila donde guardaba su portátil y se marchó de la redacción. Darío Cifuentes se aproximaba al despacho de Beatriz y le dedicó una sonrisa de satisfacción mal disimulada.
La directora, en su silla, se estremeció. El aplomo que había mostrado se esfumó en el mismo instante en el que Durán cerró la puerta. Lo que le acababa