Años de mentiras. Mayte Esteban

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Años de mentiras - Mayte Esteban Top Novel

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escuchaba atento la historia de Elsa, la suave cadencia de sus palabras que llegaban hasta él envueltas en su cálido tono de voz y en una manera de contar las cosas que le hipnotizaba. No creía que tuviera mucho sentido que le contase aquello, pero le estaba gustando escucharla y en esa historia descubría algo del carácter de Novoa, la timidez que quizá fuera la razón por la que había decidido no enfrentarse a la fama que le sobrevino en tromba tras el éxito de la novela. Quizá por eso se escondía de todos.

      —¿Sabes qué pasó? —preguntó Elsa.

      —No. Escucho.

      —La que él creía que era Elena era en realidad la otra hermana, Emiliana.

      Elsa regresó a su café, haciendo una pausa estudiada mientras volvía a beber un sorbo. Daniel esperó. Una confusión de nombres, tan parecidos en realidad, no le parecía algo tan importante como para contener la respuesta a su sencilla pregunta.

      —Daniel. El nombre derribó todos sus sueños de años. Daba igual que las dos muchachas fueran iguales, que no tuvieran tantas diferencias. Daba igual incluso que Emiliana hubiera dado muestras de sentir algo por Alejo porque, en realidad, todo en él lo había construido el nombre. No era ella, era su nombre, lo que él idealizó.

      —Dejó de gustarle.

      —Dejó de resultarle interesante. No era atractivo, Emiliana le parecía un nombre feo y sin personalidad. No era como Elena, no removía nada dentro de él. No le decía nada.

      —Eso es un poco injusto.

      —¿Qué no es injusto en esta vida? Ahora, piensa en el mundo en el que tú te mueves. ¿Qué es lo primero que te llama la atención de un libro?

      No tuvo que pensar demasiado para darle una respuesta.

      —El título.

      —Eso es. El nombre. Como decía Juan Ramón, el poeta, el nombre exacto. No te hagas esa pregunta sobre Alejo Novoa. No merece la pena. Quédate solo con una cosa: tiene el nombre que le hace quien es frente al mundo.

      Daniel supo en ese momento que la primera pregunta de su entrevista se había quedado sin respuesta. No iba a saber nunca si Alejo Novoa era un nombre real o uno inventado, un seudónimo conveniente para salir al mercado o el que le pusieron sus padres. Solo cabía imaginar, establecer una hipótesis que no dejaría de ser su propia teoría, sin nada sólido que la avalase. Decidió pasar a la segunda, por si con ella tenía más suerte.

      —Bien. Vayamos con la siguiente —dijo.

      —No, Daniel. Hay algo que me olvidé de decirte el otro día. Disculpa, la cabeza de las personas mayores, ya sabes, se dispersa con facilidad. Solo habrá una pregunta por visita.

      —¿Una? Tardaremos una eternidad —se quejó.

      —Por lo que sé, la eternidad para ti tiene solo seis meses de plazo.

      El plazo. Se le había olvidado. Fue tan fácil conectar con Elsa que pensó que en dos visitas tendría solucionada la entrevista y le quedaría tiempo para convencer al escritor de la locura que pretendía Beatriz, pero si limitaba las respuestas a una por día aquello podría alargarse hasta el infinito.

      La alarma de un teléfono le sacó de sus pensamientos. Era el de ella. Lo sacó del bolsillo, apagó el insistente sonido y se disculpó con Daniel.

      —Perdona, es la hora de las medicinas. Espérame aquí, será solo un momento.

      Salió de la cocina y Daniel no pudo evitar la tentación de seguirla con la mirada. Incluso se levantó sin hacer ruido para espiar adónde iba. Alcanzó a verla entrar en la habitación y escuchó el sonido de la puerta al cerrarse. ¿Estaría allí Novoa, a unos pasos de él, oyendo la conversación que mantenían? ¿Estaría tan enfermo que no podía levantarse de la cama? Siguió haciéndose preguntas mientras esperaba a que Elsa volviera, lo que pasó en unos pocos minutos. Se sentó de nuevo frente a él, que poco antes había vuelto a la silla de la cocina.

      —Daniel, entre todas las preguntas que sé que te estás haciendo ahora mismo, ¿no está la de querer saber por qué te Alejo eligió a ti? Por lo que me han contado, no cumples el perfil de reportero. Ni siquiera has hecho una sola entrevista importante en tu vida.

      Ese matiz era un golpe bajo que tenía que provenir de su jefa. Estaba acostumbrado a que Beatriz torpedease su autoestima, incluso en público, pero que lo hubiera hecho delante de Elsa le dolió, a pesar de que era la puta realidad. No era ni siquiera un periodista que firmase sus artículos. Era un parche que se utilizaba de manera oportuna cuando hacía falta apagar un incendio y del que se olvidaban casi todo el tiempo. Nunca, por ejemplo, le invitaban a la cena de Navidad, ni nadie reclamaba su presencia cuando se iban a tomar un café a media mañana.

      —Usted lo sabe —le dijo.

      —Claro que lo sé. Te dije que Alejo tiene armada la novela, pero no está escrita. Piensa un poco. Me preguntaste por su edad. ¿Cuántos años crees que puede tener Alejo?

      —¿Como usted? —se aventuró.

      —Tutéame, por favor, te pedí que lo hicieras y eso pareces haberlo olvidado.

      Daniel se dio cuenta de que llevaba razón, había elegido el trato formal que implicaba mantenerse a distancia de ella. Quizá era algo que latía en su subconsciente, una manera de alertarle del peligro de embarcarse en una historia que no entendía.

      —Alejo Novoa es de mi generación y tiene muy poca agilidad en sus manos desde hace mucho tiempo. Sin embargo, su cerebro funciona a la perfección y la novela está prácticamente terminada. Hay notas, la escaleta de la trama está lista, algunas frases importantes escritas…

      Hizo una pausa adrede, para que él pensase. El silencio se prolongó demasiado y ella decidió seguir.

      —¿Alcanzas a saber por qué a Beatriz se le ocurrió que tú podías hacer esto?

      Él no contestó. La respuesta empezaba a tomar cuerpo en su mente y empezó a sudar, aunque la temperatura en la casa no lo justificaba. No hacía calor, solo sentía el que venía de su interior. Se agarró las manos, húmedas de pronto, y tuvo la necesidad de restregarlas contra el pantalón.

      —Tú escribirás la novela de Novoa, Daniel. De eso es de lo que le tienes que convencer, tendrá que creer que estás preparado para hacerlo.

      No podía creer lo que estaba escuchando. Él era capaz de imitar el estilo vacío de los redactores, pero eso era una cosa y otra meterse en la piel de un escritor de culto.

      —¿Por qué yo?

      —¿Por qué no? —preguntó ella.

      —Me gustaría al menos saber la razón por la que no la ha escrito hasta ahora.

      La duda de Daniel tenía sentido. Los más de treinta años que hacía desde la publicación de El hombre inconstante eran tiempo suficiente para que Alejo Novoa hubiera escrito al menos una docena de novelas más.

      —El éxito es más duro que el fracaso, Daniel. Cuando fracasas, aprendes. Te levantas y vuelves a empezar y, si las cosas no van como pensabas, siempre puedes cambiar de objetivo y descubrir que quizá hay otra cosa en la que eres bueno. Pero cuando tienes tanto éxito como tuvo Alejo…

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