El hombre imperfecto. Jessica Hart
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¿Habría perdido el juicio?
¿Se estaría volviendo loco?
Al final, optó por darle una explicación tan cercana a la verdad como fuera posible, pero sin mencionar lo que sentía por ella.
–No quiero mantener una relación con Darcy. Es una mujer maravillosa, pero no creo que tenga sitio en mi vida. Francamente, no me la imagino en Shofrar ni tengo ganas de mantener una relación. Sé que la mayoría de los hombres darían un ojo de la cara por estar con Darcy, pero no estoy seguro de que a mí me merezca la pena.
Allegra lo miró de una forma extraña.
–Dudo que Darcy esté buscando algo serio –dijo–. Solo sería una distracción pasajera, una aventura. Ni siquiera sé por qué te planteas lo de Shofrar.
Max se puso tenso.
–Porque es el sitio adonde voy a ir –replicó a la defensiva–. No me puedo plantear una relación con una persona que no podría venir conmigo.
Allegra lo miró con incredulidad.
–A ver si lo he entendido bien. ¿Me estás diciendo que no podrías salir con ninguna mujer que no esté dispuesta a abandonar su vida y su carrera para acompañarte a un lugar de mala muerte en mitad del desierto?
–No, yo no…
–¿No te parece un poco injusto por tu parte?
Max se estremeció, nervioso.
–No se trata de eso. Es que…
–¿Sí?
–No soy de la clase de hombres que salen con modelos. Eso es perfecto para las fantasías eróticas, pero yo prefiero estar con una mujer como Emma. De hecho, la experiencia con Darcy me ha hecho comprender que todavía no la he olvidado.
–Comprendo –dijo Allegra en voz baja.
–Le envié un mensaje, como me sugeriste.
–¿Y te ha contestado?
–Sí, me contestó cuando iba de camino a la casa de Darcy –respondió–. Me temo que estaba pensando en ella cuando llegué.
Max solo dijo una verdad a medias. Era cierto que Emma le había contestado durante el trayecto al domicilio de la modelo, pero no estaba pensando en ella cuando llegó a su destino. Se había dado cuenta de que Emma ya no le interesaba.
–En ese caso, no me extraña que te sintieras incómodo con Darcy –comentó Allegra–. ¿Qué te ha dicho Emma?
–Nada importante. Me ha dicho que está bien y me ha preguntado cómo estoy yo.
–Eso es muy alentador.
Max la miró con desconfianza.
–¿Tú crees?
–Por supuesto. Si Emma no quisiera mantener el contacto contigo, no habría contestado. Pero ha contestado y, además, se ha interesado por ti.
–¿Y qué?
–Te está abriendo una puerta, Max –dijo Allegra con exagerada paciencia–. Te ofrece la posibilidad de que contestes para abrir un diálogo y pasar a otros asuntos. Dentro de poco, mantendréis una conversación en toda regla y, en cuestión de días, si todo va bien, os volveréis a ver.
–Ah…
–Es una buena señal. Sospecho que Emma se ha cansado de su nuevo amante y que arde en deseos de volver contigo.
Max pensó que Emma no era de la clase de mujeres que ardían en deseos de hacer nada. La pasión no tenía mucho espacio en su vida. Emma era el colmo de la moderación, la tranquilidad y el equilibrio.
Emma era la antítesis de la mujer que estaba sentada a su lado.
Miró a Allegra y clavó la vista en sus piernas; el vestido se le había subido un poco y le ofrecía una visión maravillosa de sus muslos.
Cuando pensaba en Allegra, no pensaba precisamente en la moderación. Pensaba en la extravagancia y en los extremos, porque la amiga de Libby era una mujer de extremos. Amaba apasionadamente y, cuando le rompían el corazón, se lo rompían del todo. Comparada con ella, Emma era la mujer más aburrida del mundo.
Pero ya no estaba seguro de haber juzgado bien a su antigua prometida. A fin de cuentas, lo había abandonado para mantener una aventura amorosa con otro hombre.
Max sacudió la cabeza y se dijo que nunca entendería a las mujeres.
–¿Y qué le has dicho? –preguntó ella.
Max, que estaba sumido en sus pensamientos, parpadeó.
–¿Cómo?
–Me refiero a Emma. ¿Ya le has contestado?
–Ah, eso… No, todavía no.
–¿Por qué? ¿Es que te estás haciendo el duro?
Max la miró a los ojos, sin saber qué decir.
¿Qué pasaría si Allegra tenía razón? ¿Qué pasaría si Emma estaba verdaderamente interesada en volver con él?
Durante mucho tiempo, había creído que Emma era la mujer de su vida y que no deseaba otra cosa que casarse con ella y formar una familia en Shofrar. Pero ya no estaba tan seguro. De hecho, no lo estaba en absoluto.
–Sí –respondió al fin, por decir algo–. Me estoy haciendo el duro.
Max llamó a la puerta del cuarto de baño, algo extrañado con la tardanza de Allegra.
–¿Qué diablos estás haciendo ahí?
–Salgo enseguida –contestó ella.
Allegra se puso el carmín, nerviosa. Aquella noche iban a cenar con Bob Laskovski y su mujer. Era una cita importante para Max y no lo quería dejar en mal lugar.
Max había estado de mal humor durante los días anteriores. Allegra supuso que era por culpa de Emma, a la que echaba de menos. De hecho, estaba convencida de que quería volver con ella. De lo contrario, ¿por qué había rechazado a Darcy?
En su incomodidad, decidió dejarlo solo un día y aceptar la oferta de William cuando la llamó para invitarla a tomar una copa. William era un hombre guapo e interesante y se divirtió mucho con él. Pero no era como Max. No sentía nada cuando admiraba sus rasgos y su boca de patricio.
Desgraciadamente, Max estaba fuera de su alcance. No importaba que se estremeciera cada vez que estaban en la misma habitación. No importaba que todo su cuerpo se tensara y se pusiera en alerta, como esperando algo.
Max no la deseaba. Y ni siquiera estaba interesado en una aventura. Buscaba una mujer que quisiera formar parte de su vida; una mujer que compartiera sus intereses y que estuviera dispuesta a renunciar a su carrera para marcharse