El hombre imperfecto. Jessica Hart
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Allegra guardó silencio y su madre cambió de conversación.
–Esta noche estás muy atractiva. Tus pendientes no me parecen los más adecuados, pero el estampado de flores te sienta bien. Tengo la impresión de que le has gustado a William. ¿Piensas verlo otra vez?
–Es posible –mintió.
Tal como esperaba, William le había pedido una cita. Pero, en lugar de aceptar, le había dicho que estaba muy ocupada.
–Es un hombre con mucho futuro. Deberías pasar más tiempo con personas como él y menos con el tipo de gente que te rodea en esa estúpida revista –declaró su madre–. ¿Con quién estás trabajando ahora?
–Con Max, el hermano de Libby.
–¿Max? Ah, sí… un hombre muy aburrido.
–¡Max no es aburrido! –protestó Allegra.
–Pues no recuerdo que me pareciera precisamente interesante. De hecho, ni siquiera recuerdo que a ti te pareciera particularmente interesante –dijo Flick, entrecerrando los ojos con desconfianza.
–Y no me lo parece. Es un amigo. Se va a quedar en casa un par de meses, mientras Libby está en París.
–No te habrás encaprichado de él.
–No, aunque tampoco sería tan terrible. Es un hombre respetable, un ingeniero que lleva una vida de lo más normal.
–Estoy segura de que será un buen profesional, pero no se puede decir que tenga un futuro muy prometedor –observó Flick–. Siempre me ha preocupado que te conformes con hombres mediocres, Allegra. Pero es culpa mía, por haber permitido que pasaras tanto tiempo con esa familia, los Warren.
–Warriner –puntualizó Allegra–. Y son unas personas maravillosas.
–Serán maravillosas, pero no son precisamente excepcionales.
–¡Por supuesto que lo son! –replicó Allegra, alzando la voz un poco–. Son excepcionalmente generosas y excepcionalmente divertidas. Puede que la familia de Max no haya ganado ningún premio de elegancia, pero su madre es encantadora y su padre, bueno y honrado. De hecho, me habría gustado tener un padre como él.
Flick palideció y guardó silencio.
–Lo siento. Sé que ese tema te disgusta –continuó Allegra–. Pero no entiendo que te niegues a hablar de mi padre.
–No es un asunto del que me apetezca charlar –dijo Flick, tensa–. En tu caso, tu padre es un hecho biológico y nada más. Lamento no haber sido suficiente para ti.
–Yo no he dicho eso.
–Siempre he intentado ser la mejor madre posible. Siempre he querido lo mejor para ti. Tienes mucho potencial, pero no eres consciente de ello. Y me disgustaría que terminaras con un mediocre que te arrastre a su propia mediocridad.
Allegra suspiró.
–Si estás preocupada por Max, olvídalo. No hay nada de nada entre nosotros y, aunque lo hubiera, se va a ir del país.
–Tanto mejor.
Tras unos minutos, Allegra se despidió de su madre y se subió a un taxi. Flick le había ofrecido que se quedara a dormir en su antigua habitación, pero ella quería volver al piso. Necesitaba saber si Max se había quedado con Darcy.
Cuando abrió la puerta y lo vio sentado en el sofá, se sintió profundamente aliviada.
–Hola. Veo que has llegado pronto –dijo ella.
–¿Pronto? Es la una y media de la madrugada.
–Dicho así… –Allegra se acercó y se sentó en el borde del sofá, insegura–. ¿Qué tal ha ido la velada?
–Bien. ¿Y la tuya?
–Ya sabes… Invitados inteligentes, conversación inteligente y comida espléndida –contestó–. Lo de costumbre.
–Es decir, la peor de tus pesadillas.
Allegra soltó una carcajada.
–¿Has encontrado el amor verdadero? –ironizó él.
–No estoy muy segura. Mi madre me sentó entre dos hombres atractivos y ambiciosos que le parecen adecuados para mí.
Max apartó la mirada.
–¿Y quién es el afortunado?
Allegra se quitó las horquillas del pelo y se lo dejó suelto, completamente ajena al efecto que causó en Max.
–Ninguno. He decidido que no estoy preparada para mantener más relaciones amorosas. Creo que me tomaré unas vacaciones de los hombres.
–Pues será una pena.
–Estoy harta de que solo se fijen en mí porque soy la hija de Flick Fielding.
Max arqueó una ceja.
–Dudo que se fijen en ti por eso.
–¿Bromeas? ¿Por qué iba a ser? No soy tan inteligente como ellos ni contribuyo demasiado a sus ocurrentes conversaciones. No tengo nada que ofrecer.
–¿Que no tienes nada que ofrecer? Eres preciosa –dijo Max–. Vamos, Piernas, seguro que lo sabes. Cualquier hombre se alegraría de estar contigo. No sé con quién has estado sentada esta noche, pero, si crees que estaban más interesados en la influencia de Flick que en tu aspecto, es que no sabes nada de nada.
Allegra se quedó atónita.
–No sabía que me encontraras guapa.
–Bueno, pensé que te lo diría tanta gente que no necesitabas que también te lo dijera yo –se defendió Max–. Puedes llegar a ser terriblemente irritante, pero sobre tu belleza no hay ninguna duda. Por supuesto que me pareces guapa.
–Pues no lo sabía.
Allegra bajó la cabeza y su perfil quedó oculto bajo su melena. Max la miró y le pareció increíble que no fuera consciente de lo mucho que le gustaba; no podía saber que Allegra compartía sus sentimientos y que se sentía tan insegura como él.
–¿Cómo te ha ido con Darcy?
–¿Por qué lo preguntas?
–Porque pensé que quizás te quedarías con ella –respondió, intentando fingir que no le importaba.
Max tragó saliva. No le podía confesar que había rechazado a una modelo de lencería por ella. Darcy le había dejado bien claro que estaba interesada en él y que esperaba que se quedara a dormir en su casa; pero Max no aceptó la invitación porque sabía que habría estado pensando en Allegra toda la noche.
Ni él mismo entendía lo que le había