La paz sin engaños. Mario Ramírez-Orozco

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La paz sin engaños - Mario Ramírez-Orozco

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para que la violencia llegue a ser, si no aceptada, por lo menos permitida.

      La identificación de todo tipo de violencia facilita, del mismo modo, el debate para realizar las transformaciones necesarias. Tal como lo afirma el profesor Villaveces, la labor de “producir cosas que visibilicen la violencia, que miren los lados que no se han visto”{35} propicia el desenmascaramiento de las causas reales de un conflicto para un mejor diagnóstico. No es casual que las sociedades más violentas se distingan porque parte de su violencia se refugia en el ocultamiento, y es en ellas donde los académicos y periodistas son blancos de ataques.

      La cada vez más frecuente identificación de la violencia sutil, ejercida de manera colectiva o individual, ha permitido la conformación de organizaciones por parte de las víctimas o de actores solidarios con las mismas. En los casos más afortunados se ha logrado la tipificación jurídica de los actos violentos sutiles y la persecución de los agresores.

      El CIIIP propone, en razón del grado de visibilidad, el estudio de las violencias visibles y las encubiertas. Siendo relativa su percepción de acuerdo a una sociedad específica. Para ellos, “una sociedad sería más o menos pacífica [...] en la medida que reconozca y resuelva favorablemente los tipos de la violencia presentes en ella”.{36} Otro factor que no hay que pasar por alto es la dinámica de las formas violentas, las que se trasforman o permiten el nacimiento de nuevas formas de violencia.

      Entre las violencias visibles, el CIIIP distingue la violencia colectiva que sería aquélla en la que participan de manera activa la sociedad en general o grupos importantes de ella. El caso típico es la guerra abierta. Otro caso de violencia visible es la violencia institucional o estatal: referida a los abusos cometidos por aquéllas entidades que tienen concesión legitima del uso de la fuerza. Aquí no está muy claro si se incluye el terrorismo de Estado o si esta violencia se refiere apenas a los excesos y atropellos cometidos por militares de manera ocasional y no como una política sistemática del Estado.

      En otro nivel, los investigadores del CIIIP destacan las violencias encubiertas del tipo estructural y cultural. Entendiendo por violencia estructural aquella en la que el ejercicio del poder es desigual en extremo. La toma de decisiones respecto a la distribución de los recursos e ingresos está limitada a unos pocos privilegiados. De forma más general, y gracias a Galtung, asocian este tipo de violencia con toda clase de sistemas de gobierno y con grandes grupos financieros y productivos multinacionales que canalizan los bienes sociales para el beneficio exclusivo de una élite y sus servidores más fieles.{37}

      En cuanto a la violencia cultural, se entendería como aquella en la que el agresor es un sujeto social o individual, reconocido, que abusa de otros al inferiorizarlos o desconocer su identidad. Un ejemplo de esta violencia son todas las formas de discriminación contra individuos o grupos.

      En un nivel intermedio han clasificado la violencia semiencubierta o parcialmente visible como la violencia individual, que es una forma de manifestación interpersonal, originada por la misma sociedad. Casos de este tipo de violencia son todas las relacionadas con la seguridad ciudadana, entre ellas la de violencia doméstica y la agresión a menores. Así mismo consideran dentro de este tipo la violencia desorganizada, y otra más visible en los últimos tiempos, de la que se hará referencia más adelante, como la violencia organizada del narcotráfico.

      Hay que advertir que la presencia de diversos tipos de violencia en una sociedad determinada son el síntoma y no la causa de una situación que beneficia al agresor. Viceng Fisas es claro al respecto: “La violencia es siempre un ejercicio de poder”.{38} La violencia nunca es gratuita, se ejerce para lograr dominar, intimidar o aniquilar tanto al enemigo como a un otro en condición de inferioridad. Por ello hay que liberar los análisis de paz de los criterios maniqueos de buenos y malos. El ejercicio de la violencia siempre ha buscado obtener dividendos. Allí radica la importancia de reconocer cuáles son los intereses reales que sirven de móviles para el acto o situación violenta.{39}

      La violencia, en toda su historia, ha servido para conquistar o mantener el poder. El desarrollo económico y social ha sido tan desigual que no es sinónimo de mayores libertades. La brecha entre pobres y ricos ha aumentado y su confrontación se expresa en cientos de conflictos que tienen en vilo a la mayoría de la población mundial.

      Los avances de la civilización presagiaban una sociedad ideal donde el acto disuasorio fuera suficiente para mantener un equilibrio de poderes entre los hombres, y entre estos y las relaciones con el Estado. Sin embargo, lo que ha ocurrido es la reafirmación de poderes establecidos con el uso indistinto de varias formas de violencia.

      Luego de 1989, y salvo los ataques a la ex-Yugoslavia, Afganistán, Irak y Libia la mayoría de conflictos que azotan hoy el mundo son del orden intraestatal. En el caso de Latinoamérica, en particular Colombia, la noción del enemigo interior, que no es nueva, se ha incrementado hasta la división maniquea de “amigos y enemigos de la paz”. Un eufemismo que legitima la represión y exclusión de gran parte de la población. La respuesta en no pocos casos ha sido el uso del terrorismo, tan condenable como terrible, pero que tiene como caldo de cultivo la violencia consuetudinaria que han sufrido los pueblos o grupos que la ejercen. Agregar la violencia terrorista en los estudios actuales sobre paz es imprescindible. Separando las expresiones individuales y desesperadas de las ejercidas de manera sistemática desde el Estado.

      El acto terrorista cometido con toda seguridad por víctimas de otras violencias, sin merecer su justificación, se explica en la impotencia y la desesperanza. Dichos actos son transitorios en la medida en que buscan un efecto inmediato, el reconocimiento del otro. Por el contrario, la situación terrorista producida por un Estado se puede caracterizar como un fenómeno estructural que pretende la consolidación del poder. La magnitud del aparato represor de un Estado debilita la posibilidad de una oposición abierta. No estudiar estos factores, en especial en casos como los latinoamericanos debe corregirse. Enmarcar el terrorismo de Estado como un simple exceso institucional deja de lado su carácter estratégico para el sostenimiento de las desigualdades extremas.{40}

      Tipología de los conflictos

      En la historia de las sociedades ha existido siempre una serie de conflictos. Es un fenómeno presente en los grupos sociales como creación humana que puede ser conducido, transformado y superado de forma positiva o negativa.{41} Los diferentes intereses ante una determinada cosa u objetivo producen discrepancias. En la primera fase de todo conflicto hay un enfrentamiento positivo entre las partes, el diálogo. La incapacidad de lograr un acuerdo, lleva a la ruptura y luego a una confrontación. Es importante comprender que todo conflicto, de la magnitud que sea, es susceptible de ser negociado.

      Un miembro de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco, México, ha expuesto un enfoque interesante respecto a los conflictos, presentándolos de forma positiva, al afirmar que “el conflicto constituye un fenómeno continuo y constante de la interacción humana”.{42} En ese orden, el inconveniente con los conflictos no es que existan, sino la manera como se procura su solución.

      Silvia Muñoz, siguiendo a Galtung, aboga por un tipo de paz activa, a la que denomina positiva, que pretende la resolución de conflictos de forma no violenta; en oposición a una paz negativa, ausente de violencia directa, a la que denomina pasiva. Esa paz negativa, sin violencia directa y sin conflicto aparente, además de falsa, supone “un aparato militar que garantice el orden, disuada al enemigo y asegure la perpetuación del orden establecido por quienes detentan el poder”.{43}

      Por su parte, Luc Reychler reconoce varios factores a considerar en todo conflicto. En primer lugar es central determinar los actores involucrados en el mismo. De igual importancia es la definición clara de lo que está en litigio. Hay que considerar así mismo el papel y características de los líderes lo mismo que la estrategia que impulsan. Un factor determinante es el conocimiento de la dinámica del conflicto para plantear

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