Escritoras ilustradas. Herminia Luque
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Las emergentes ciencias biológicas van a dar a ofrecer un sólido apoyo al nuevo modelo de mujer doméstica que se va perfilando. Como señala Amparo Gómez:
El cuerpo pasó a ser la realidad esencial, mientras que sus significados sociales y culturales, epifenómenos. El cuerpo sexuado se convirtió en campo de batalla de la redefinición de la antigua relación social básica entre hombres y mujeres, pilar de todo el orden social que se asentaba en ella.35
La mujer, entonces, no solo posee una constitución física determinada por las funciones maternales, sino que su salud psíquica está en estrecha dependencia de ellas. Si se aparta de su destino natural (y por tanto de una vida sedentaria y ordenada), sucumbiendo a los excesos de la civilización o la depravación de las costumbres, todo su organismo se desequilibra. Y surgen patologías como los «vapores», la «histeria» o los «flatos», descritos ampliamente en la literatura médica de la época, como en el libro de Josef Alsinet titulado Nuevo método para curar flatos, hipocondrías, vapores y ataques histéricos de las mugeres de todos estados y en todo estado. Dolencias ridiculizadas por María Rosa de Gálvez en su obra El matrimonio a la moda,36 donde Madama de Pimpleas pide el «succino», un preparado antiespasmódico. No le da tiempo siquiera a Madama a explicar su petición: «Porque el histérico...», dice antes de desmayarse. Cuando vemos que en realidad no es sin una rabieta al verse contrariada o insultada según afirma ella.
En La aya, Rita Barrenechea (de delicada salud ella misma), hace una mención irónica a esos males. La supuesta aya francesa dice: «La señorita padecer vapores y tener la cabeza un poco al revés algunos ratos».37
El referido Alsinet, en la introducción de su libro, explica las causas de estas afecciones:
Las causas ocasionales de esta enfermedad son: vida sedentaria, asidua aplicación a estudios, pasiones de espíritu; abuso de té, café, tabaco y chocolate; abstinencia forzada; supresiones y evacuaciones desmedidas; uso de alimentos piperinos; abuso de licores espirituosos y remedios activos; haber nacido de padres enfermos que transmiten sus males por herencia. La erotomanía, la nostalgia...etc.38
En fin, cualquier cosa puede provocar «el histérico». No obstante, más grave aún que la atribución de determinadas dolencias a las mujeres por mor de su débil constitución, es la fijación de dicha constitución, mezcla de características anatómicas y morales. Un filósofo como Rousseau acude a la anatomía comparada e incluso a la mera inspección ocular para resaltar las diferencias de los sexos. De las que deducirá también las diferencias de carácter y de comportamientos entre hombres y mujeres (el pudor en las mujeres, la agresividad en los hombres...etcétera). Y escribirá sin empacho:
En cuanto a lo que es consecuencia del sexo, no hay paridad alguna entre ambos sexos. El macho solo es macho en ciertos instantes; la hembra es hembra toda su vida o al menos toda su juventud; todo la remite sin cesar a su sexo, y para cumplir bien sus funciones necesita una constitución referida a él. Necesita miramientos durante su embarazo, necesita reposo en los partos, necesita una vida blanda y sedentaria para amamantar a sus hijos...39
El pensamiento de Rousseau queda bien claro: la mujer es una hembra, destinada a la reproducción. Y nada más. No es casualidad, por tanto, que fuese Rousseau precisamente el adalid de la lactancia natural, es decir, la de las madres, no de la de una nodriza, y su influencia amplísima en Francia y en España también. Un médico como Bonells escribe todo un tratado sobre este tema con un significativo título: Perjuicios que acarrean al género humano y al Estado las madres que rehúsan criar a sus hijos y medios para contener el abuso de ponerlos en Ama. Como se ve, es un tema intrínsecamente político porque el perjudicado es el propio Estado, además de la Humanidad en su conjunto, claro. «La fecundidad de las madres nutrices es la que verdaderamente sirve al Estado», asevera Bonells.40 Ya que: «Son los niños la esperanza y el nervio de la Patria y la infancia es el plantel de los que algún día han de llegar a ser hombres y mantener el Estado».41 La opinión de las propias mujeres brilla por su ausencia. (Podía haber incluido la opinión de la duquesa de Alba, de la que fue médico, si bien esta no tuvo hijos).
Los tratados de puericultura se multiplican en el siglo xviii con la clara intención de enseñar a las madres el inexcusable deber de la lactancia. En dichos tratados la nodriza será el personaje antagónico, el reverso de unas madres que cumplen con la función que les ha asignado la naturaleza: no solo la de parir sino la de amamantar a sus criaturas. Ahora bien, ninguna mujer de la época se piensa a sí misma ni en cuanto género como lo hace el filósofo ginebrino o la ciencia de su tiempo: como pura naturaleza. Como un ser dominado por completo por su capacidad para la reproducción.
Muy al contrario, las mujeres, aunque las admitan, no hacen hincapié en las diferencias anatómicas y sí inciden en la igualdad de la razón en ambos sexos. La reivindicación de las capacidades de las mujeres, la defensa de la igualdad de las facultades intelectuales entre hombres y mujeres, se hará apelando una idéntica racionalidad, en la estela del cartesianismo, o, siguiendo una amplia tradición religiosa, a un alma que carece de sexo. Las mujeres no se piensan a sí mismas solo como cuerpos. Incluso el cuerpo aparece, en ocasiones, como el obstáculo a vencer o, al menos, como la circunstancia que hay que obviar si se quiere obtener dignidad, derechos o presencia en igualdad con los hombres.
El propio Casanova no niega que las mujeres puedan pensar de forma diferente. Pero ello es debido, sobre todo, a la educación. Literalmente dice:
La educación y la condición de la mujer son los dos motivos que la hacen diferente de nosotros en su organismo; y nuestra educación y condición son los dos motivos que nos hacen diferentes en nuestra lógica. El hombre tiene todo en su poder y la mujer solo posee lo que le ha donado el hombre...42
Y más abajo escribe: «El hombre se da a la literatura; la mujer, a la aguja, al huso y al bordado».43 Las típicas labores femeninas.44 La lucidez de Casanova resulta estremecedora. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, siendo consciente del poder que tienen los hombres sobre las mujeres, dedicó buen parte de sus energías a abusar de ellas.45
La educación, ya lo advierte Mary Wollstonecraft desde el comienzo de su libro, es la que convierte en realidad a las mujeres en criaturas tan distintas, débiles tanto desde el punto de vista físico como moral e intelectual. Ella posee, y así nos lo dice, «la profunda convicción de que la educación descuidada de mis semejantes es la gran fuente de la calamidad que deploro y de que, a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables por una variedad de causas concurrentes».46 Una educación deficiente es la que debilita tanto cuerpos como almas.
Que el hombre posee la primacía física, nos advierte Joyes, no quiere decir que haya de tener un poder tiránico sobre las mujeres. Partiendo de un relato religioso (la creación de Adán y Eva según el libro del Génesis) la autora habla de la imperfección a la que quedó reducida la naturaleza humana. Pero que el hombre tenga mayor robustez no le autoriza a dominar a las mujeres. Si existe esa relación de poder, es consecuencia de ese desorden que surge tras la Caída. La consecuencia es clara:
Así, al hombre, como más robusto y que debía ganar el pan, se le encargó la protección y defensa del otro sexo, y a esta protección era consiguiente un género de gobierno. Pero de esto no se arguye desigualdad.47
Y no la hay porque si «al hombre le dio la fuerza, a la mujer la perspicacia». Y un poco más abajo argumenta:
Que el mayor talento esté anexo a la mayor robustez es idea de que se reirá toda persona juiciosa [...] Pero compárese un gañán forzudo e ignorante con un hombre