Puro placer - No solo por el bebé. Оливия Гейтс
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Cuando había dejado de ir a verla, Cali no había podido creerlo y había pensado que había habido otra explicación para su desaparición. Por eso, había intentado localizarlo sin éxito, al fin, había comprendido que Maksim se había estado esforzando en hacerse inalcanzable, en impedir que contactara con él.
Durante meses, se había negado a creerlo. Había seguido intentando encontrarlo y se había dicho que nada malo podía haberle pasado, pues de lo contrario habría salido en las noticias. Sin embargo, en ocasiones, se había convencido de que algo terrible debía de haberle sucedido, diciéndose que no la habría abandonado de esa manera por su propia voluntad.
Cuando, al fin, había tenido que reconocer que eso, precisamente, era lo que había hecho Maksim, se había vuelto loca preguntándose por qué.
Había temido que su embarazo creciente hubiera podido interferir con su placer o la había hecho menos deseable a sus ojos. Pero sus sospechas se habían tambaleado cuando él había vuelto a ella, siempre lleno de pasión.
Se había enamorado de él. Tal vez él había empezado a notarlo y por eso había decidido alejarse de ella.
En cualquier caso, su desaparición había convertido los últimos meses antes de dar a luz en un infierno, no tan terrible como lo que había seguido al nacimiento de Leo. Ante los ojos de los demás, había funcionado sin problemas. Por dentro, a pesar de que tenía un hijo sano, una carrera, buena salud, dinero y una familia que la amaba, se había sentido desolada.
La necesidad de tener a Maksim a su lado la había invadido cada día. Había ansiado compartir a Leo con él, contarle lo que había logrado, sus avances, sus primeras palabras.
La situación había empeorado hasta el punto de que había empezado a imaginarse que él estaba con ella, mirándola con ojos de pasión. En muchas ocasiones, la fantasía le había jugado malas pasadas y, como en un espejismo, había creído verlo. Aquellas sensaciones fantasmales la habían hecho sentir todavía más desesperada.
Era mejor estar furiosa que deprimida. Al menos, le hacía sentir viva. Estaba harta de estar hundida. No iba a seguir fingiendo. Tomaría las riendas de su vida y al diablo con…
El timbre de su puerta sonó.
Sobresaltada, Cali miró el reloj de la pared. Eran las diez de la noche. No podía imaginarse quién podía ir a verla a esas horas. Además, era extraño que no hubiera llamado al telefonillo primero. Fuera quien fuera, ¿cómo podía haber pasado la puerta de la entrada al edificio sin llamar?
A toda prisa, abrió la puerta, sin pararse a mirar por la mirilla… y se quedó petrificada.
Bajo la débil iluminación del pasillo, se topó con una figura oscura y grande, dos ojos brillantes clavados en ella.
Maksim.
A Cali se le aceleró el corazón. Se quedó sin respiración. ¿Era posible que, de pensar en él con tanta obsesión, hubiera conjurado su presencia?
El rostro que tenía delante era el mismo de siempre, aunque tenía también algo irreconocible. Cali se quedó mirándolo, hipnotizada por sus ojos, mientras las rodillas apenas podían sostenerla.
Entonces, se dio cuenta de algo más. Por la forma en que él se apoyaba en el quicio de la puerta, daba la impresión de no poder mantenerse en pie, de estar tan conmocionado como ella.
Sus labios hicieron una mueca repentina, como de… dolor. Pero fue su voz ronca lo que más hondo le caló a Cali.
–Ya ocheen skoocha po tevyeh, moya dorogoya.
«Te he echado mucho de menos, cariño mío».
Capítulo Dos
No hizo falta más.
No solo fue ver a Maksim. Lo más impactante fue escuchar de sus labios las palabras que siempre había soñado oír. Entonces, para completar aquella alucinación hecha realidad, la tomó entre sus brazos.
Pero no la abrazó con fuerza y seguridad como solía hacer en el pasado. Con cierto temblor y desesperación, unió sus bocas en un tosco movimiento. Ella se sumergió en su sabor, dejándose poseer por la pasión de sus labios.
Pero no debía hacerlo, se advirtió a sí misma. Por mucho que hubiera fantaseado con reencontrarse con él un millar de veces, era un imposible. Demasiadas cosas habían cambiado para ella.
Justo cuando Cali empezó a retorcerse, desperada por librarse de su abrazo, a punto de quedarse sin respiración, él apartó su boca.
–Izvinityeh… Perdóname… No pretendía…
Maksim se atragantó con su disculpa, pasándose las manos por el pelo. Entonces, Cali reparó en su barba de varios días, en su pelo revuelto. Además, había perdido peso. Con ese aspecto desarreglado, parecía una sombra del hombre lleno de vitalidad que había sido. Pero, si era posible, a ella le resultó más atractivo que nunca. Aquel toque de… desolación, le producía deseos de apretarlo contra su pecho…
Diablos… ¿Por qué estaba actuando como su propia madre?, se dijo Cali. Él se había ido sin decir palabra, había estado lejos de ella durante más de un año y, ahora, regresaba, sin explicaciones, solo le bastaba con decir que la había echado de menos y darle un beso para que ella se entregara a él sin pensarlo. ¿Cómo era posible?
No podía aceptarlo. Se había dejado besar porque la había tomado por sorpresa, justo cuando había estado pensando en él. Pero Maksim era parte de su pasado. Y no iba a dejarlo volver.
Cali levantó la vista hacia él.
–¿No vas a dejarme entrar? –preguntó Maksim, frunciendo el ceño.
Su ronco susurro caló hasta el último de los huesos de Cali.
–No. Y, antes de que te vayas, quiero saber cómo has llegado hasta mi puerta. ¿Has intimidado al conserje?
Maksim se encogió ante su tono helador.
–Podría haberlo hecho. Te aseguro que habría sido capaz de cualquier cosa con tal de llegar hasta aquí. Pero he entrado con tu código de acceso. Una vez vine aquí contigo.
Ella lo miró, sin comprender del todo.
–Marcaste tu código de acceso en la entrada.
–¿Quieres decir que me observaste mientras metía el código y no solo te fijaste en el número de doce dígitos, sino que te lo aprendiste de memoria? ¿Hasta hoy?
Él asintió, impaciente por dejar ese tema.
–Me acuerdo de todo respecto a ti. De todo, Caliope –dijo él, y ancló sus ojos en los labios de ella, como si estuviera conteniéndose para no devorarlos de nuevo.
A ella se le encogieron las entrañas al instante…
Maksim dio un pequeño paso, sin atreverse todavía