El cerebro adicto. Fernando Bergel
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Esta idea fue reemplazada en el Posmodernismo por el concepto del hombre dionisíaco, centrado en el hedonismo de la persona indiferenciada, tanto de su grupo de origen como de sus pares. Ello le dio carácter a la época (el carácter de posmodernidad), cambiando el paradigma del hombre por persona, basado en el deseo y la satisfacción de todo, pasando a un híper consumo y borrando los límites de las sociedades fundadas en la cultura.
En la actualidad, podríamos decir que tenemos al hombre híper dionisíaco, que va más allá del consumismo porque es un individuo, no ya producto de una sociedad, sino que es una entidad producto de un mercado, que deriva en una sociedad iconoclasta donde la imagen y la superficie es un valor. Y este valor establece categorías sociales, porque «pulir» la superficie es muy caro. Teniendo en cuenta que la superficie del hombre es la piel, aquí aparecen las corrientes del lifting, el peeling y el botox, llevando al individuo a sentirse completo y satisfecho si cumple estos objetivos de estar «pulido y brillante».
Es entonces que todo criterio de profundidad inocultable del ser humano, que siempre estuvo dado por la búsqueda de la espiritualidad o —como en los griegos— por la necesidad de filosofar en función de formularse preguntas para encontrar respuestas, fue reemplazado por las drogas que suplantan la necesidad de profundidad y llenan el vacío espiritual con productos bioquímicos.
Aparece en el inmediatismo esta nueva categoría: las drogas, las cuales generaron un impacto en la sociedad que no estaba previsto en la línea evolutiva del ser humano. Se podría comparar el fenómeno de las drogas con una guerra bacteriológica, que destruye de manera gradual a la especie no solo físicamente sino también en todos los valores, condiciones y tendencias de la evolución que llevó a un cerebro reptiliano antiguo y primitivo, luego a un cerebro mamífero en la época del Cromañón y Neandertal y, finalmente, en los últimos 200.000 años, al desarrollo de la neocorteza.
La neocorteza —que compartimos con los delfines y las ballenas— tiene en su constitución «arquitectónica» cosas tan maravillosas como el mecanismo del lenguaje y la lectura. Tenemos la posibilidad creativa de construir una civilización, comprender la abstracción del tiempo en el fenómeno perceptual del pasado, presente y futuro, la noción de espacio, las matemáticas y hasta el análisis de un universo multidimensional. Y lo logramos utilizando un porcentaje ínfimo, como es el 0,5 % de su capacidad, teniendo en cuenta que este súper cerebro tiene la posibilidad de procesar 400 millones de bytes y solamente usamos 2.000.
Ahora bien, si esta sociedad está creyendo que las drogas como la cocaína, la marihuana y el alcohol son necesarias para potenciar estos factores, estamos tomando un camino equivocado. En verdad, le estamos sacando potencia y capacidades de uso, porque todo estímulo artificial lleva al cerebro a sus funciones más primarias y regresivas: la neocorteza deja de funcionar, activándose el cerebro reptil y el mamífero con funciones primitivas y básicas como, por ejemplo, el deseo y la satisfacción del deseo, que es el sentido primordial del funcionamiento de estos cerebros, lo cual conduce al hombre a una sociedad neurológicamente primitiva y funcionalmente cibernética. Es decir, somos hombres de las cavernas con internet.
En la idea de la putrefacción, la acidificación, lo leudante de nuestros sistemas biológicos a través de los tóxicos, y en este terreno de estados biológicos, de lo irritante y de lo caldeado, nunca encontraremos componentes que faciliten lo creativo y lo evolutivo. Si se quiere lo elegante y lo bello, se requieren los factores opuestos. En efecto, así lo dice el punto de vista neurológico al referirse a la activación de los súper conductores, los súper neurotransmisores que logran una metacognición, conectando y articulando la comprensión del nuevo salto evolutivo para la humanidad. Construir biológicamente un terreno alcalino que, por ejemplo, active los receptores cannabinoides naturales que el cuerpo posee y los neurotransmisores cannabinoides que el cerebro tiene, como las anandamidas, en contrapartida a la propuesta de la oculta sociedad diseñada, aunque esta solo queda oculta a los ojos del hombre común que acepta las propuestas putrefactas y tóxicas en pos de una promesa de desarrollo de sus caracteres creativos, artísticos, ideológicos, filosóficos o técnicos, logrando, por el contrario, una disminución de los potenciales en el individuo.
En nuestra historia tenemos innumerables casos de genios que, por una razón o por otra, han caído en la locura o la autodestrucción, lo cual habla de la disminución de los potenciales. Si a estos mismos genios, el contexto y la propuesta del entorno les hubieran suprimido esas pulsiones autodestructivas, canalizando desde los suministros cualitativamente refinados a estos cerebros, el rendimiento habría estado muy por encima del que dieron. Comparándolo con un deportista de alto rendimiento, si en vez de darle proteína, minerales, oxígeno y descanso le damos cigarrillos, milanesas con papas, cerveza y cocaína, es muy probable que ni siquiera clasifique para una competición. Desde el punto de vista creativo no hay ninguna diferencia entre un maratonista y un pintor, entre un científico y un nadador. Todos debemos optimizar nuestras máquinas biológicas para destrabar las proteínas del ADN que se vuelven articulaciones sofisticadas a la hora de desplegar nuestra excelencia como seres, como individuos creativos, exaltando y mejorando de esta manera a todo el grupo humano.
Así, la propuesta de los tóxicos es un oscurecimiento evolutivo en pos del dominio y del control, como lo describe muy bien Foucault dentro de su obra acerca de «una sociedad disciplinaria», en la que las formas disciplinarias mutaron a las formas de la disciplina del deseo, donde los individuos en esta sociedad actual adquieren el factor disciplinario por voluntad propia, confundiendo el objeto del castigo por placer. Aquí es donde la sociedad Posmoderna se transforma en la sociedad de la Inmediatez, en la cual el individuo asume como parte de su vida el flagelo disciplinario que son las drogas, el alcohol, las pantallas, las redes sociales, la moda y la eliminación del tiempo de espera, dándole la característica de «todo ahora» y «todo ya», porque no pueden estar un segundo sin consumo o sin producir. Estos factores son la característica del siglo XXI y un rumbo al siglo XXII.
Si lo abordamos desde una mirada evolutiva basada en estos lineamientos, debemos decir que toda evolución requiere de tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la economía, que lleva al individuo a excluir peso. Por ejemplo, en los animales vertebrados los huesos fueron perdiendo peso y ganado flexibilidad y resistencia como factor económico que la naturaleza impone en su búsqueda de perfección auto-organizada. En nuestra constitución humana, desde Cromañón hasta nuestros días, somos cada vez más livianos y sutiles, dándole al sistema estructural mayor fortaleza y excluyendo la idea de que lo pesado es lo fuerte. Segundo, la aerodinámica. Toda la evolución, en sus trazos geométricos, se define por la aerodinámica, ya que la propuesta del espacio, como factor que interactúa en la evolución, requiere que los cuerpos se formen a través del principio de la aerodinámica. Y el tercer aspecto es un contrato de características interdependientes como, por ejemplo, las plantas que transforman la luz del sol en oxígeno a través de la fotosíntesis. Esa luz entra en nosotros y en los animales, y ese círculo virtuoso de acciones interdependientes construye un ecosistema, donde el equilibrio de lo ácido y lo alcalino mantienen el proceso evolutivo.
Las drogas, como categorías, están destruyendo la corona de la creación que es la neocorteza, llevando al cerebro a un estado retrogradado, es decir, a un nivel reptiloide que solamente tiene la función del deseo y de la satisfacción del deseo, cortando la relación entre las acciones y sus consecuencias, una función que en el ser humano, desde el punto de vista sociológico, fue la que armó estas grandes civilizaciones. Esta función tuvo unos cinco mil años de evolución, dando como resultado a civilizaciones que se convirtieron en súper civilizaciones, transformándonos hoy en meta civilizaciones tecnológicas, donde aparecen las drogas como una categoría moderna y su uso como fenómeno emergente actual que, al parecer, ni la sociología ni la filosofía están tomando en cuenta como un moldeador social.