El cerebro adicto. Fernando Bergel

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El cerebro adicto - Fernando Bergel

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administración emocional como dispositivo es un concepto que define al individuo que posee una capacidad de elegir por cuenta propia la dirección de las emociones. La epigenética, término acuñado por Conrad Hal Waddington en 1942, refiere al estudio de la interacción de los genes y el medio ambiente. Epi significa «sobre». O sea, sería: «sobre los genes». El gran difusor e investigador Bruce Lipton afirma que el medio ambiente gestiona más organización en las células que de la información que proviene de los propios genes.

      Entonces, tanto la epigenética como la neuroplasticidad y otros conceptos científicos del siglo XXI colocan al hombre en una condición de reedición de sí mismo, con capacidades de recablear todo el sistema nervioso, eligiendo una nueva información cualitativa, traspasando las fronteras de sus principios genéticos originalmente editados. Más aún, reedita el programa hacia nuevos horizontes de percepción de sí mismo, donde se manifiestan nuevas realidades construidas a partir de estas emociones, quitando la mirada de los problemas y poniéndola en las soluciones.

      Dentro de este mecanismo se encuentra en el cerebro el cuerpo estriado, también conocido como núcleo estriado. Es una parte subcortical en el interior del encéfalo, del telencéfalo, y forma parte de los ganglios basales. El centro estriado recibe información de la corteza estriada también en los primates. El cerebro estriado se encuentra dividido por secciones de sustancia blanca llamada Cápsula Interna, formada por dos sectores: el núcleo caudado y el núcleo lenticular, el cual a su vez está conformado por el putamen y el globo pálido. El estriado ventral está formado por el núcleo accumbens y el lóbulo olfatorio.

      Para no ponernos tan técnicos, explicaremos que el núcleo caudado es un elemento que evalúa los niveles de estímulos, en máximos y mínimos, tomando en cuenta los diferentes tipos de estímulos. Si el sistema de hábitos de un individuo es ingerir cocaína, marihuana, altos niveles de azúcares, juegos o dispositivos electrónicos de alta estimulación en la corteza visual, el cuerpo estriado es el encargado de evaluar estos niveles de alta estridencia y estimulación. Pero cuando no están estas sustancias u otros estímulos, el cuerpo estriado comienza a depreciar el resto de los estímulos, como son una vida cotidiana común, circunstancias de paz y tranquilidad, etc., porque estos no elevan los niveles de placer. Ello obedece a que los mecanismos no son tan agudos en una vida normal y en circunstancias normales como los producidos por drogas o estímulos adictivos. Entonces, vemos que un cerebro adicto se educa a partir de estímulos estridentes y el cuerpo estriado es el que recibe la información, determinando cuál estímulo es el alto y cuál es el bajo. Ello crea un sistema de recompensas y castigos bioquímicos a través del núcleo accumbens, construyendo un cerebro cada vez más adicto.

      Adicciones tóxicas y no tóxicas

      Las adicciones tienen una categorización que separa a las adicciones tóxicas de las no tóxicas, cuya diferencia se basa en que las tóxicas son aquellas que alteran la percepción de la realidad de una manera directa, mientras que las no tóxicas lo hacen de una manera no directa.

      El principal problema de las no tóxicas, a la hora de detectar síntomas, es que la sociedad las mantiene en un cono de silencio. Por ejemplo, la naturalización de la ludopatía, mediante las salas de juego, que en algunos países están abiertas las veinticuatro horas o los accesos por internet que naturalizan el comportamiento del ludópata, como se da también con los trastornos de alimentación en países como EE.UU. (las cifras en obesidad escalan a millones de habitantes), donde se naturaliza la comida chatarra (haciendo, de paso, que los trastornos cardiovasculares estén a la orden del día).

      Las adicciones no tóxicas son tan letales y mortales como las tóxicas. La creencia popular es que un adicto es aquel que se está inyectándose heroína en un zanjón y que muere de sobredosis en un estado de indigencia. Pero las adicciones no tóxicas son las que más se expandieron en los últimos veinticinco años. La adicción a internet y a los juegos en red, las cirugías estéticas, las compras virtuales y las redes sociales, junto a las susceptibilidades que contienen, son parte de una sociedad que busca tapar los agujeros emocionales. Se llega a una vibración en el inconsciente colectivo y a una conciencia social que naturaliza estas actividades como parte de la vida cotidiana. Y en verdad están cubriendo un agujero emocional o un vacío existencial que el ser humano siente desde el principio de la creación. Más aún, el cerebro, de manera patológica, tuvo un giro hacia la resolución de estos interrogantes existenciales, transformándose en el cerebro adicto.

      Si un individuo tiene un comportamiento compulsivo a las compras, esta adicción afecta directamente en todo su sistema cardiovascular y al sistema nervioso central y, además, esto es volcado hacia la totalidad de la sociedad, al menos indirectamente. Lo mismo sucede si un ludópata concurre diariamente a un bingo o a un casino, porque el impacto en el grupo familiar se siente y esto también repercute en la sociedad. Sus hijos, en la escuela, van a cambiar el comportamiento, los maestros llamarán a sus padres, ellos los llevarán a psicólogos o psicopedagogos tratando de encontrar en el chico el motivo de su deficiente rendimiento escolar, sin advertir que la causa de su problemática es que la familia está atravesada por la enfermedad de la adicción. En la adicción a las compras, el impacto que reciben serán las deudas, el déficit y el quebranto económico, por lo cual el grupo familiar entero entra en un resquebrajamiento que luego incide en la sociedad.

      Estos nódulos sociales, que son los individuos y las familias, arman las membranas vinculares de toda la sociedad. El cerebro adicto y sus resoluciones de vacío, en cuanto a las adicciones no tóxicas se refiere, están creando un agujero en esa colectividad.

      En esta sociedad del inmediatismo, la resolución del vacío espiritual apela a la compra inmediata, al juego de azar, a la compulsión por la comida o a obsesionarse con los músculos y los gimnasios. Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos gimnasios, ni tantas personas corriendo en las plazas, en los parques y en las ramblas de todos los países del mundo. Es la obsesión por el running, como por verse flaco o por verse pulido desde la piel o por las compras, como si un par de zapatillas o una cartera nueva modificara la estructura del individuo de la clase media. Estas actitudes hacen que las adicciones no tóxicas sean un síndrome epidémico en los albores del siglo XXI.

      Entonces, en cuanto a adicciones no tóxicas se refiere, los niveles de filtración de estas conductas que devienen en patologías severas, son el fiel reflejo de una sociedad resquebrajada, donde la idea de la búsqueda de completitud, de integridad —hasta de dignidad— quedan reemplazados por tapa agujeros que no son más que meros comportamientos, repetitivos, día tras día, hora tras hora, negando toda circunstancia de trascendencia como, por ejemplo, la caducidad y la muerte.

      Como todos sabemos, a medida que el tiempo pasa, no cumplimos años sino que restamos años. La paradoja consiste en que, en vez de conectarme con la idea teleológica y hasta teológica de la existencia, me conecto con una búsqueda de consumir o, en el caso de las cirugías estéticas, de mejorar aquello que se va deteriorando, con costos altísimos por llegar a estándares de belleza que transforman a los individuos en monstruos. Monstruos de la cirugía, o sea, de la ciencia que, en lugar de ser volcada para una quemadura de primer grado o la reconstrucción en un accidente grave, es comercializada para los adictos, donde el cirujano, es decir, el científico, se transforma en el dealer del consumidor compulsivo de las cirugías estéticas. Los gimnasios y los centros de estética son lugares que agrupan a personas con el fin de negar todo vestigio de realidad, borrando por completo la idea del fin, es decir, de la muerte. Se busca borrar la idea de que absolutamente todo lo que tenemos y lo que somos, como cuerpos, como habitantes de casas o de ciudades, lo tenemos que dejar, porque solo lo estamos usando. Ni siquiera nuestro propio cuerpo nos pertenece.

      Por esa razón, las compras, las cirugías, la vigorexia y la adicción a las dietas son un

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