El cerebro adicto. Fernando Bergel

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El cerebro adicto - Fernando Bergel

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dice: «No, muchas gracias». En el caso de las personas con trastornos de alimentación, cuando viene el segundo plato de comida, el cerebro les sigue mandando la señal de que tiene hambre —el cuerpo sigue teniendo hambre—, por lo que acepta ese segundo plato, acepta un tercero, acepta un postre y, al rato, vuelve a tener hambre.

      Ahora bien, ¿por qué ocurre esto? Porque el cerebro, sin la presencia del inhibidor GABA, que reabsorbe la segregación de dopamina, sigue segregándola . Lo mismo pasa con cualquier otro estímulo. Puede suceder con el consumo de alcohol o con el consumo de drogas, o con el juego, una de las llamadas adicciones no tóxicas, ya que ocurre sin ningún tipo de ingesta. Lo mismo en el caso de la adicción a la tecnología, que apareció en el siglo XXI. Todos estos casos se dan de la misma manera: el inhibidor GABA no está presente en cantidad suficiente y el cerebro comienza a funcionar mal, distorsionando el mecanismo que nos hace parar de consumir. ¿Qué significa esto? Significa que adicto es aquel que consume en contra de su voluntad. Y esto se produce en dos niveles.

      En un primer nivel yo quiero dejar de comer, quiero parar de tomar alcohol, quiero parar de jugar o quiero detenerme con las drogas y no lo puedo hacer. Tengo una gran dificultad para detener el consumo de aquello en lo que la adicción se enfocó.

      El segundo nivel de las adicciones está relacionado con la toxicología. Desde mi punto de vista como técnico en adicciones desde hace veinticinco años, una de las tareas que hacemos dentro de los tratamientos es dividir, por un lado, la enfermedad de la adicción y, por otro, el consumo en sí mismo.

      Por ejemplo, la torta de ricota no es adictiva, es decir, no produce adicción por sí sola; el alcohol no produce adicción en sí mismo; la marihuana ni la cocaína producen adicción. Las grandes cantidades de ingestas de psicotrópicos producen desvíos a la hora del crecimiento emocional.

      Una de las situaciones que suceden cuando se consume marihuana o cualquier otro psicotrópico es que se pierde la tensión madurativa.

      ¿Qué significa la tensión madurativa? Cuando una persona no adicta transita por un evento emocional —una separación, un fracaso o una situación dolorosa natural de la vida—, pasa por una curva de frustración. Cuando una persona consume marihuana, cocaína o consume alcohol, lo que le empieza a pasar es que se borra la tensión que le produce lo madurativo de ese evento, es decir, no lo termina resolviendo sino que se produce un efecto de «borrado» de la información de esa frustración, y al otro día vuelve a recomenzar sin necesidad de tomar contacto con la frustración, con el dolor o con la pena que le causa determinado evento.

      Así es como nuestro cerebro empieza a acostumbrarse. Cuando algo me vuelva a suceder en términos de frustración, en términos negativos, vuelvo a suministrarle otra vez el elemento que borra el proceso madurativo. Esto significa que, a medida que va pasando el tiempo, mi cerebro se acostumbra a no madurar y me quedo en la edad emocional en la que empezó el consumo.

      Cuando una persona entra en tratamiento, al sacarle las sustancias que borran los procesos madurativos, inicia un proceso que se llama la recuperación, es decir, vuelve a tenerse a sí mismo, vuelve a ser una persona adulta con un proceso madurativo en el cual cada frustración la resuelve de una manera orgánica y no de una manera artificial.

      Al principio de la recuperación, cuando estas situaciones empiezan a suceder, el cuerpo comienza a temblar y las reacciones son poco apropiadas en relación con la edad que se tiene. Esto sucede hasta que la recuperación avanza. El individuo entra en unas crisis que nosotros llamamos crisis positivas, porque son crisis del aprendizaje madurativo que el adicto no tuvo o no vivenció durante todo el proceso de consumo, y este período puede llegar a durar entre siete o diez años, o más.

      Está el caso de la persona que empieza a consumir marihuana, cocaína, alcohol o cualquier otro psicotrópico en la adolescencia —entre los 13 y los 19 años—, período de la vida en el que se producen ajustes madurativos —cognitivos, sexuales, conductuales y emocionales de todo tipo—. Lo que se produce entonces es que el cerebro, en vez de ajustar esos factores, desajusta todos los niveles de crecimiento y maduración, creando una conversión de ese proceso madurativo. En lugar de madurar, la persona queda detenida en una edad emocional marcada por el momento en que empezó a consumir, trayendo una disfuncionalidad, cuando llega a la adultez, en lo conductual, en lo cognitivo y en sus respuestas muy precarias ante la realidad.

      Para entender este proceso, marcamos este dato central: cuando una persona, que empezó a consumir en la adolescencia y lo hizo por diez o quince años, al comenzar la recuperación de todos esos niveles y todos esos neurotransmisores pasa por un período de aproximadamente un año hasta que restablece estas funciones naturales. Este dato debe ser tenido presente, y muy en cuenta, en el momento de dar inicio al tratamiento de recuperación.

      El camino hacia la adicción

      Si bien más adelante aclararemos científicamente cómo un cerebro está preformateado para la proliferación de la adicción, en nuestra sociedad moderna el comienzo de la manifestación de la adicción tiene algunos modelos que he definido sobre la base de mi experiencia como profesional: la contención de grupos familiares, adictos queriéndose recuperarse, adictos recuperados y adictos que no quieren entrar en ningún proceso y prefieren entregarse al camino de la muerte a cambio de un poco de placer.

      Esto también es discutible. ¿En verdad el placer se transforma en placer en el camino y desarrollo de la adicción, o el dolor se desarrolla en placer, ya que se van cambiando los circuitos a medida que la enfermedad de la adicción avanza y podemos determinar que el adicto disfruta del dolor y disfruta de la pérdida? Ello se da como contrapartida a la recuperación, que consiste en construir tensiones madurativas que hagan sustentable el proceso de la vida, donde hay lineamientos como la responsabilidad, la toma de decisiones, el cumplir horarios, la administración de dinero y la gestión de emociones, tanto de felicidad como de frustración. Acá se ve que hay un versus, que es la vida versus la ruina y, cuando de gestionar se trata, utilizamos tanta cantidad de energía para la vida como para la ruina. El problema subyace en que los neurotransmisores en el cerebro tienen que estar entrenados para la tensión madurativa, de la misma manera que, por desgracia, se entrenan para la ruina. Este es el camino hacia la adicción que consiste en el ensayo sistemático de destruirte y destruir a todos y a todo, basado en un cerebro que ya tiene la predeterminación GABA-dopamina o dopamina-GABA.

      Todo comienzo hacia el desarrollo de la adicción tiene su base en un vacío que el individuo siente. Podemos denominarlo vacío existencial o vacío espiritual, pero es el clásico vacío en el que abrevó la historia de la filosofía, desde la academia de Platón o el liceo Aristotélico, hasta los filósofos contemporáneos como Heidegger o Foucault en el siglo XX; o sea, desde el vacío existencial, el porqué de las cosas, del destino humano y de la razón de la existencia. De hecho, sin llegar a ninguna conclusión definitiva que nos tranquilice o resuelva este vacío existencial propio del ser humano en el siglo XXI, un adolescente con las mismas sensaciones tiene como propuesta las variables de la sociedad adicta, como son los entretenimientos, los juegos electrónicos en los celulares o las consolas, las tablets y demás, o desviándose en el alcohol, los fármacos y las drogas recreativas.

      Podemos decir que toda esta búsqueda en una temprana edad no es solamente una pulsión de muerte, sino que linda con la búsqueda de un sistema de percepción acrecentada o de sensaciones que den resultados más allá de lo evidente, en cuanto a percepción se trata. Ahí comienzan a funcionar criterios filosóficos como el «volar», el «flotar» y el «estar a mil», o palabras como «mambo» o «high», que describen estados de consciencia derivados de las drogas o del entretenimiento electrónico en esa etapa adolescente.

      Téngase en cuenta que entre los 13 y los 19 años el cerebro está haciendo ajustes madurativos, conductuales, cognitivos

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