El cerebro adicto. Fernando Bergel

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El cerebro adicto - Fernando Bergel

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grupo de la electrónica, donde está internet, los videojuegos, el teléfono móvil y la ludopatía, es una categoría que junta lo recreativo con lo lucrativo, la producción y la destrucción en el mismo acto. Esto lleva a niños, jóvenes y adultos a transformar sus cerebros en cerebros adictos, es decir, en un cerebro dopamínico que esconde las emociones de angustias y desconexión social, ya que las redes sociales, con su falso código comunicacional, crean en el individuo la fantasía de estar conectados con otras personas. Creen hablar con esas otras personas, produciendo la gestión de un sentido emocional por el otro, cuando, en verdad, no hay ningún otro, porque lo que tiene enfrente de sí es una máquina. La otredad implica la presencia física del otro, donde hay matices, tono de voz, tacto, miradas y el fenómeno irremplazable del contacto emocional. La otredad desaparece cuando el individuo está solo; por lo tanto, no hay otro. Solo hay aislacionismo e individualidad, gestionando un montón de contactos con otros en situación de soledad, escondiendo el gran miedo al contacto, a la intrusión del otro que invadiría su espacio físico con sus hábitos, sus gustos, su aliento, sus bacterias y sonidos. El otro debe de existir físicamente para que realmente esté.

      Lo mismo sucede en los juegos en red. Al jugar en red, los jóvenes —hoy jóvenes, pero que en unos años serán adultos— seguirán teniendo los mismos hábitos reemplazados por nuevas tecnologías. Así, serán adultos o viejos con esos mismos hábitos. Lo que hoy es actualizado, queda desactualizado cuando las nuevas tecnologías reemplacen a las actuales. Estos jóvenes no están jugando con nadie, porque da lo mismo que los comandos de los otros contrincantes, para el caso, los esté operando otro individuo en otra parte del mundo o simplemente otro ordenador en otra parte del mundo, al que llamamos Inteligencia Artificial (IA).

      Por lo tanto, el cerebro no produce ningún contacto con nadie, la otredad desaparece y el cerebro no diferencia entre el otro y una máquina. Solo le queda el placer por jugar, ganar y llevar una vida a través del juego en internet, alejada de todo otro valor.

      Asimismo, la adicción a los fondos de inversión —conexión con Bloomberg las veinticuatro horas para revisar todas las bolsas de comercio del mundo, buscando especular entre un sistema de ganancias y el otro— no es muy diferente a cualquier otro tipo de entretenimiento o juego de azar, ya que el cerebro construye el mismo sistema de «placer y recompensa» como en cualquier otro síntoma de adicción. En el caso del adicto a la bolsa (así como el del juego), se disfruta de la pérdida y no de la ganancia, generando en un principio el hechizo de jugar para ganar pero, en verdad, el cerebro disfruta de perder, ya que, en los cambios de carriles entre el bien y el mal, el placer y el displacer, el gozo y el dolor, son una inversión de valores y hacen que el individuo necesite un tratamiento igual al que se hace con cualquier adicción tóxica.

      Por otro lado, tenemos una adicción tan común como es la adicción a la televisión y a las noticias, donde también incluimos radios y periódicos. Generalmente están volcadas a noticias sociales y políticas, maquillados en frases como «hay que estar actualizado para saber qué pasa». Estos son individuos que se levantan a la mañana con la radio, como si fuera un despertador, escuchando a distintas personas hablando de cuestiones totalmente ajenas al individuo y donde los canales de noticias repiten la misma noticia diariamente porque, en el periodismo amarillista y el sistema de control social a través de los noticieros, la noticia que se supone es la información y la divulgación de lo que está pasando en una sociedad fue reemplazada por la noticia negativa. Lo que se informa desde el periodismo son crímenes, robos, la acción de un político deshonesto, la catarata de denuncias sobre situaciones domésticas de maltrato y violencia familiar o las inundaciones en los barrios por alguna lluvia o tormenta. Lo que sucede como buenas noticias, por ejemplo, lo que estoy haciendo en este momento —alguien escribiendo un libro— no es una noticia. O adquirir un nuevo gatito para la familia, no es una noticia. Entonces, el adicto a la noticia está conectado a una cascada de circunstancias que le generan una emoción negativa y una idea imaginaria de que lo que está sucediendo en todos lados, todo el tiempo; son catástrofes que muestran una ruina que resquebraja de la sociedad en su totalidad. Es, en definitiva, un fiel reflejo de una cultura en decadencia. Las noticias no somos los pensadores ni las buenas acciones cotidianas. Mucho menos las noticias científicas, porque para lo científico existen revistas especializadas con publicaciones determinadas, a las que no accede el que es adicto a la televisión y a los otros medios. Para comprender el contenido de las publicaciones científicas debe utilizar otras regiones del cerebro, que no son regiones adictas. El cerebro adicto consume noticias, consume vibración mala. Consume ruido.

      En cuanto a las «personas adictas a las personas», muchas veces deviene en adicción al sexo, por lo que forman parte de un mismo grupo. Es el mismo núcleo autodestructivo que se genera poniendo el foco de la atención sobredimensionada a las circunstancias que la otra persona está generando. Por ejemplo, con cada movimiento que el otro realiza en su cotidianidad —si el otro se va a trabajar, si me llama, si se cambia de ropa, si se baña, si duerme o se despierta— le genera emociones diferentes al adicto. En su adicción, elucubra una serie de fantasías respecto de cada uno de esos actos, con frases como: «Me llamó a las cuatro, cuando siempre me llama a las dos, algo le pasa…». «Mi marido se puso una camisa blanca y no una celeste», dándole una entidad a estos actos simples que llevan a la paranoia y al delirio de persecución, asfixiando al individuo que está relacionado con el adicto a las personas.

      Cuando esta circunstancia toma carriles más perversos, donde la satisfacción solamente pasa por el sexo, el individuo entra en procesos lascivos que llevan hasta el daño físico. Estos procesos tienen un abanico muy poderoso, que va desde el porno y la masturbación hasta el sadomasoquismo y el consumo de prostitución compulsiva, llegando a crear vacíos tan profundos que pueden llegar al suicidio, a la muerte por desnutrición, a la insuficiencia cardiaca o terminar en angustias y depresiones profundas.

      Por lo que vemos en esta reseña de las adicciones no tóxicas, los caminos y el desarrollo conductual y autodestructivo de cada una de ellas son parte del mismo cuadro, ya que el cerebro es el adicto que busca diferentes medios para la autodestrucción.

      El impacto del estrés en el cerebro adicto

      Al hablar de adicciones, el impacto del estrés aporta elementos significativos en el concepto general del cerebro adicto. En un cerebro normal se experimentan sensaciones de bienestar y placer en proporciones normales entre los opioides y las endorfinas que están presentes en él. La encefalina, uno de los neurotransmisores más comunes cuando de opioides se habla, al encontrarse el individuo bajo estrés, el nivel de opioides-endorfinas disminuye de manera significativa. Este mecanismo de disminución implica la liberación de la encefalinasa, enzima destructora de las endorfinas que, en condiciones de estrés, incrementa su segregación. Este mecanismo es normal, ya que es un mecanismo de defensa. Cuando los opioides bajan, se desarrolla una alarma en el cerebro que determina una urgencia, la cual ayuda a la persona a realizar ciertas actividades en estado de cansancio, como son las de hacer tareas específicas que requieran de una vigilia permanente, enfocados y concentrados. Cuando los opioides bajan, causan un aumento en la producción de dopamina, lo que genera claridad en el pensamiento y determina reacciones instintivas, ya que la dopamina es, por antonomasia, el mayor elemento instintivo. Debido al alto nivel de dopamina, disminuye la producción de serotonina, lo cual quita del individuo la somnolencia y la necesidad de dormir. También la baja serotonina produce el aumento de la norepinefrina y el ácido aminobutírico gamma (GABA), que eleva el acceso a la memoria y aumenta la ansiedad. El GABA incrementado reduce la disponibilidad de opioides y sigue aumentando la producción de dopamina.

      Cuando el mismo estrés ocurre en un individuo con procesos endorfínicos normales, estos encuentran niveles correctos, recuperando la sensación de bienestar. Sin embargo, algunas personas no nacieron con sistemas endorfínicos normales. Estas padecen, en el transcurso de su vida, una baja producción de endorfinas y, por consiguiente, de una sensación de urgencia, de estrés, incomodidades nerviosas y enfermedades psicológicas, como son los ataques de pánico

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