El cerebro adicto. Fernando Bergel
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El nuevo hombre-zombi, que prácticamente cumple funciones mecánicas y automáticas en sus horas productivas, queda hipnotizado por las drogas, las pantallas, las series y los viajes turísticos, donde una infinidad de personas van en tránsito de un lugar a otro haciendo «nada». Consumiendo y destruyendo sin ningún contenido en los fines de sus viajes, ya que este turista del inmediatismo va de un aquí a otro aquí sin tener un espacio de tiempo madurativo que incluía, en otras épocas, el viaje del peregrino, en el que cada peregrinación y cada movimiento iba de un aquí a un allá volviendo a su movimiento original con las riquezas de las experiencias vividas en el fuero de su alma, de sus emociones y vivencias, enriqueciendo a su grupo de origen con relatos o cuentos de fogones que coloreaban y llenaban de misterio la búsqueda de la vida a través del peregrino. Hoy en día este turista, viaja y saca fotos de edificios, de jarrones o selfies con fondos vacíos carentes de contenido y sentido.
Dentro de este pensamiento, el espacio de ocio de la filosofía aristotélica queda aniquilado completamente, como también el espacio meditativo oriental del zen y todo lo que remite a una introspección, basados en que son momentos sin producción ni recreación, algo que se percibe como un tiempo negativo, aburrido y descartable. Así, vemos a esta gente en tránsito por el mundo entero con mochilas, valijas y productos adquiridos en otras regiones que solamente cumplen la función de tapar el vacío generado por la sociedad zombi.
Desde otro punto de vista, y haciendo un giro narrativo, debemos incluir la figura del gestor. Este es el gestor invisible, sin rostro e indetectable, que propone las bases de una sociedad zombi. Esta sociedad no es un emergente del hombre, no es un subproducto cultural sino que es, sin lugar a duda, una propuesta administrada que, finalmente, va a quedarse sin adeptos, porque si en un futuro toda la sociedad es zombi, nadie tendrá deseos de producir ni de reproducirse, porque el zombi es un pasatiempista, no construye.
El pasatiempismo, como fenómeno actual que arma las bases fundamentales de la sociedad de la Inmediatez, es influenciado a su vez, en gran medida, por las drogas, ya que ese es uno de los hábitos centrales del pasatiempista, más si son las llamadas drogas blandas, como el alcohol y la marihuana. La eliminación de las drogas duras como la morfina, la heroína y el LSD de los años setenta, y la promoción de las drogas blandas —como decíamos, el alcohol, la marihuana y el éxtasis— son la base de esta nueva sociedad pasatiempista. En Europa se los llaman mileuristas. El mileurista es un ejemplo claro de la sociedad zombi en las sociedades europeas, sin mucho que hacer, cumpliendo trabajos mecánicos, modestos y sin responsabilidades, llevando su tiempo de ocio a fumarse un porro y tomar cerveza o cualquier trago en las calles de Madrid, Londres o París. Actividades que comienzan a las cuatro de la tarde, lavando cerebros casi por completo, sacándole toda visión de futuro y progreso de las entrañas evolutivas del instinto humano, planchando su visión de futuro, relacionándose con otros a través de las vías electrónicas o de las redes sociales, dejando su cuerpo estático en un sillón, en una cama o en un bar. Este ejemplo del joven europeo del siglo XXI es un modelo a seguir en las clases medias occidentales y ahora también orientales. En el mejor de los casos, en la sociedad zombi tenemos jóvenes preparados en alguna actividad técnica que es volcada en funciones mecánicas y robotizadas con el simple objeto de cobrar un pequeño sueldo para poder viajar, comprarse un nuevo dispositivo electrónico o un par de zapatillas Nike. Por esta razón, toda su estructura se sostiene en las generaciones anteriores, que son plataformas sólidas construidas por sus padres con reales bases económicas.
De ese modo, se entra en un bucle sin sentido porque no hay futuro y, por lo tanto, solo hay presente, solo un presente vivido a través de las drogas, lo cual borra mucho más aún cualquier instinto de supervivencia y progreso, colocando al cerebro en esta suerte de marea dopamínica, confundiendo el placer con la felicidad.
La sociedad de la adicción, que busca solamente la satisfacción del placer, la recreación y la nada misma, empieza a resquebrajar desde sus bases a las naciones, las cuales se definen en millones de personas que terminan siendo problemas para los grupos familiares y los gobiernos, con costos enormes a nivel del Estado.
Aquí nos encontramos con una paradoja, en la que las drogas se viabilizan en todas las naciones del mundo, exceptuando a Kuala Lumpur como ejemplo de lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria más panóptica, donde la conducta es penalizada por la ley mediante castigos muy severos a los consumidores y con pena capital a los traficantes de manera directa, sin ningún proceso judicial ni derechos porque, para ese Estado, el narcotraficante es un individuo que comete crímenes de lesa humanidad. Es decir, hay un grupo en la Tierra que tiene la idea de que las drogas son un programa de diseño en contra de la humanidad.
En el inmediatismo existen estos mensajes, de los cuales tenemos que tomar plena consciencia para no confundir a la sociedad, porque en la mayoría del mundo civilizado, las drogas —la cocaína, el éxtasis, el crack y la marihuana— están prohibidas. Sin embargo, estas drogas son casi de libre comercio y uso. Cualquiera puede adquirirlas y usarlas durante el día o la noche en cualquier ciudad del mundo.
Y no solamente este ejemplo confunde a la sociedad; podemos compararlo con la industria automotriz, que crea autos de 200 a 300 caballos de potencia que alcanzan velocidades de 250 km/h y, a su vez, construimos carreteras con velocidades máximas de 120-130 km/h, confundiendo a las poblaciones con dos lineamientos extremadamente opuestos. Es decir, se le da una herramienta que puede llegar en este caso a cierta velocidad, pero si lo hace, lo multan o lo penan apresándolo y condenándolo.
El paralelismo es muy gráfico, ya que con las drogas sucede lo mismo: las drogas están prohibidas, pero las usa toda la sociedad: «Si te encuentro usándolas, te apreso», «Si te encuentro alcoholizado manejando, te saco el registro», lo cual muestra el reflejo de la sociedad del inmediatismo, enloqueciendo al ser humano con reglas claramente contradictorias: «Te doy, pero si lo usás, te condeno»; «Está para tomarlo, pero si lo usás en estas circunstancias, te condeno».
Debemos tomar una decisión en las próximas décadas respecto del mensaje tóxico. Vamos hacia una sociedad que en los próximos años se multiplicará por cuatro; solamente en India hay quinientos millones de personas menores de 25 años. En este salto demográfico de la humanidad como especie, debemos vernos como un grupo que debe salir de la edad de la inocencia y entender que el ejercicio del poder, ya adentrados en la tercera década del siglo XXI, está dado por una administración y un plan neuro-político, neurotóxico, que lleva al cerebro de la creatividad en un camino de regreso al deseo por el deseo en sí mismo.
Capítulo 1 La enfermedad de la adicción
Cuando hablamos de adicciones tenemos un gran espectro de conceptos para poder resumir lo que es esta enfermedad.
En general, el debate siempre se centraliza en las drogas, pero mi idea es excluir a las sustancias de la ecuación, es decir, las drogas no tienen nada que ver con las adicciones, así como tampoco el alcohol tiene que ver con el alcoholismo, ni la comida tiene que ver con el trastorno de alimentación.
Hoy, gracias a las neurociencias, sabemos que la adicción se debe a un bajo suministro o a la carencia de un neurotransmisor que se denomina ácido-gamma-aminobutírico (GABA). Este elemento es un inhibidor encargado de reabsorber la dopamina en el cerebro, y esa acción permite detenernos a la hora del consumo. La dopamina funciona solamente para el área de la alimentación y la sexualidad. Cuando nos sirven