Un puñado de esperanzas 3. Irene Mendoza
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Buscamos el baño de invitados de la planta baja y entramos ansiosos, cerrando el pestillo apresurados. El baño no era excesivamente grande para lo que eran el resto de las estancias de la casa. Las luces indirectas y los mármoles oscuros le daban un aire íntimo y erótico, o era que yo estaba totalmente excitado por el hecho de poder hacerle el amor a Frank por fin, aunque fuese a la carrera.
Nos abalanzamos el uno sobre el otro con urgencia, besándonos apasionadamente. La ropa nos molestaba, ambos necesitábamos la piel y la carne desnuda del otro. Rodamos por la pared hasta alcanzar un lavabo doble con una encimera. Tomé a Frank en brazos, le levanté el vestido hasta la cintura y la coloqué sobre la amplia encimera de mármol entre las dos pilas del lavabo. Lo hice bruscamente y toda su piel se erizó al sentir la fría piedra del lavabo, helada en contraste con mis manos calientes.
Me abalance de nuevo sobre ella besándola como un salvaje, jadeando. Nuestras lenguas se enredaron lujuriosas, nuestras manos se acariciaban ávidas del cuerpo del otro.
La solté de pronto y me alejé un par de pasos haciéndola gruñir de necesidad. Comencé a desnudarme delante de sus ojos, dejándola mirar mi cuerpo. Frank ya temblaba de ganas, pero se las compuso para deslizar los tirantes de su vestido junto con los del sujetador para dejar a la vista sus hermosos pechos llenos, de pezones grandes y morenos.
Dediqué a sus gloriosos pechos una sonrisa torcida haciendo que Frank se mordiese el labio de pura necesidad. Tiré mi camisa al suelo, me solté los pantalones para dejarlos caer junto con mis calzoncillos y quedarme desnudo ante ella.
Me sentía arder contemplándola allí sentada, con el vestido enrollado en su cintura, abierta de piernas. Inspiré con fuerza y solté el aire despacio mientras nos observábamos unos instantes. Frank bajó su mirada en dirección a mi ya evidente erección. Yo, casi incapaz de contenerme, le dediqué una mirada lujuriosa y salvaje, recorriendo su excitante cuerpo con descaro, deteniéndome en su sexo, aún tapado por su ropa interior. Sus ojos brillaban llenos de picardía, Se chupó el labio mientras se soltaba el sujetador y suspiró haciéndome temblar de ganas.
Ya no podía aguantar más y no estábamos en el mejor lugar del mundo como para muchos preliminares. Acorté los pasos escasos que nos separan y me lancé sobre Frank hambriento y necesitado. Invadí su boca con mi lengua sujetando su cabeza entre mis manos, besándola con una intensidad apasionada. Ella saboreó mi boca besándome mientras yo tomaba sus pechos en mis manos de forma urgente. Mi boca se soltó de la suya y descendió por su escote hasta sus senos. Saboreé sus pezones con fuerza, succionando, lamiendo, haciéndola temblar de deseo.
Rápidamente deslicé una mano entre sus muslos para alcanzar sus braguitas empapadas bajándoselas de un tirón hasta hacerlas caer al suelo. Después separé sus pliegues con dedos expertos rebuscando en su interior para sacar aquel aparatito que de ninguna manera me iba a hacer sombra.
Frank buscó una postura cómoda que le permitiese aliviar tanto deseo contenido, apoyó sus manos sobre el lavabo y alzó las piernas para abrirlas dejando su sexo completamente expuesto para mí.
Sus brazos me invitaron a acercarme y sus dedos me acariciaron recorriendo mi pecho, alcanzando mi erección, maravillándose de su dureza.
—Te… necesito —jadeó abrumada por las ganas.
—Y yo. Necesito estar dentro de ti, nena… No puedo aguantar más —gemí.
—¡Házmelo, ahora, fuerte! —exigió.
Y al oírla susurrarme así, apenas un instante después, la penetré perdido en sus suaves y enormes ojos del color del caramelo blando y caliente, con un potente envite que desplazó su cuerpo sobre el lavabo.
Frank gruñó, echó la cabeza hacia atrás, arqueó el cuerpo y siguió el ritmo de cada una de mis embestidas, dejándose llevar, disfrutando de aquella delicia que suponía juntar nuestros cuerpos en uno solo.
Me incliné sobre ella, sujetándola para impedir que mis fieros empujones la golpearan contra la pared, manteniéndola pegada a mi cuerpo, llenándola y hundiéndome en ella.
Sentí su aliento jadeante sobre mi boca. Sus ojos ardían de deseo, su olor me aturdía, sus labios me abrumaban y mi miembro se abría paso dentro de ella hasta el fondo, provocándole fuertes gemidos e intensos estremecimientos de placer.
Yo me abandoné a su furor, a su deseo, a su necesidad de mí. Sus gruñidos de placer retumban en aquel cuarto de baño y se mezclaban con los míos creando un lujurioso y excitante eco de gemidos y suspiros que intentábamos sosegar sin éxito.
El calor que desprendía su cuerpo, sus jadeos, su aliento, su tacto… todas esas abrumadoras sensaciones me envolvieron. Abrió las piernas más aún. Mis embestidas se volvieron frenéticas y comencé a notar cómo un potente orgasmo crecía y se expandía, contrayendo su tierna carne alrededor de mi miembro.
Cerré los ojos para disfrutar de todo aquel placer que estaba alojado justo dentro de ella, mientras se impulsaba hacia adelante, para salir a mi encuentro. El sonido de nuestros cuerpos al chocar y los lascivos gimoteos y gruñidos de placer resonaban contra las frías paredes de mármol. Mis dedos se hundieron en sus caderas mientras continuamos haciendo el amor de forma salvaje.
Nuestro enloquecedor acto sexual hacía que Frank se tambalease peligrosamente sobre el estrecho espacio que quedaba entre los dos lavabos. La sujeté con fuerza por los glúteos y sin dejar de penetrarla me hundí sin piedad, tan profundo que sentí que iba a morirme de gusto.
Ella apretaba sus pechos contra mi cuerpo abriéndose a mí al máximo y yo me sentía deliciosamente enterrado en su interior, aceptado, casi indefenso. En aquel momento no nos importaba nada, habíamos perdido la conciencia de nosotros mismos y solo podíamos sentir y gozar.
Su vientre lleno, tembloroso, exquisito, explotó por fin en un éxtasis imparable, convulsionando con fuerza alrededor de mi potente erección, en un orgasmo brutal y salvaje, donde todo desapareció a nuestro alrededor por un glorioso momento.
En aquel instante, cuando nos corremos juntos, a la vez, no existe nada más que el placer. No siento otra cosa que no sea esa especie de deliciosa muerte, como la llaman los franceses, hasta que ella regresa y sus labios húmedos se unen a los míos otra vez y la devuelven a la tierra.
Frank succionó mi labio inferior mordiéndolo mientras me derramaba profundamente dentro, vibrando poderoso. Y ella solo pudo temblar, vencida por esa marea de sensaciones avasalladoras que la poseían.
Resoplando aún los dos, salí de ella y tomándola entre mis brazos con suma ternura me aseguré de que era capaz de sostenerse de pie antes de posarla sobre el suelo.
Nos miramos sonrientes, sofocados y satisfechos. Frank me acarició las mejillas, sus manos ardían. Tenía los ojos brillantes, la cara encendida y estaba más sexy y hermosa que nunca. Se colocó el sujetador a toda prisa cubriéndose los pechos. Yo se los miré con codicia y ella me sonrió mientras intentaba ayudarla con los tirantes del vestido y ella se lo recomponía como podía, aún aturdida por el sensacional orgasmo que acabábamos de disfrutar juntos.
El espejo del lavabo estaba empañado. Recogí del suelo mi camisa y sus braguitas y me guardé en el bolsillo el inútil consolador, aún mojado por sus fluidos. Frank se puso las bragas e intentó peinar su media melena despeinada. Mientras yo me metía la camisa en los pantalones, me miró con la cara más pícara que he visto en mi vida, como la de un niño que acaba de hacer una trastada y salimos de