Maestros de la Poesia - César Vallejo. Cesar Vallejo

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Maestros de la Poesia - César Vallejo - Cesar  Vallejo Maestros de la Poesia

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femeninas bajo los ramajes,

      por cuya hojarasca se filtran heladas

      quimeras de luna, pálidos celajes.

      Hay labios que lloran arias olvidadas,

      grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

      Charlas y sonrisas en locas bandadas

      perfuman de seda los rudos boscajes.

      Espero que ría la luz de tu vuelta;

      y en la epifanía de tu forma esbelta,

      cantará la fiesta en oro mayor.

      Balarán mis versos en tu predio entonces,

      canturreando en todos sus místicos bronces

      que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.

      Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...

      Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas

      de memoria, gravísimo cetáceo;

      oye a la túnica en que estás dormido,

      oye a tu desnudez, dueña del sueño.

      Relátate agarrándote

      de la cola del fuego y a los cuernos

      en que acaba la crin su atroz carrera;

      rómpete, pero en círculos;

      fórmate, pero en columnas combas;

      descríbete atmosférico, sér de humo,

      a paso redoblado de esqueleto.

      ¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!

      ¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!

      Bestia dichosa, piensa;

      dios desgraciado, quítate la frente.

      Luego, hablaremos.

      Nómina de huesos

      Se pedía a grandes voces:

      -Que muestre las dos manos a la vez.

       Y esto no fue posible.

      -Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos.

       Y esto no fue posible.

      -Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero

       permanece inútil.

       Y esto no fue posible.

      -Que haga una locura.

       Y esto no fue posible.

      -Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una

       muchedumbre de hombres como él.

       Y esto no fue posible.

      -Que le comparen consigo mismo.

       Y esto no fue posible.

      -Que le llamen, en fin, por su nombre.

       Y esto no fue posible.

      Para el alma imposible de mi amada

      Amada: no has querido plasmarte jamás

      como lo ha pensado mi divino amor.

       Quédate en la hostia,

       ciega e impalpable,

       como existe Dios.

      Si he cantado mucho, he llorado más

      por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!

       Quédate en el seso,

       y en el mito inmenso

       de mi corazón!

      Es la fe, la fragua donde yo quemé

      el terroso hierro de tanta mujer;

      y en un yunque impío te quise pulir.

       Quédate en la eterna

       nebulosa, ahí,

      en la multicencia de un dulce no ser.

      Y si no has querido plasmarte jamás

      en mi metafísica emoción de amor,

       deja que me azote,

       como un pecador.

      Piedra negra sobre una piedra blanca

      Me moriré en París con aguacero,

      un día del cual tengo ya el recuerdo.

      Me moriré en París -y no me corro-

      tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

      Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

      estos versos, los húmeros me he puesto

      a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

      con todo mi camino, a verme solo.

      César Vallejo ha muerto, le pegaban

      todos sin que él les haga nada;

      le daban duro con un palo y duro

      también con una soga; son testigos

      los días jueves y los huesos húmeros,

      la soledad, la lluvia, los caminos...

      Piensan los viejos asnos

      Ahora vestiríame

      de músico por verle,

      chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,

      le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,

      en fin, le dejaría

      posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.

      Podría hoy dilatarse en este frío,

      podría toser; le vi bostezar, duplicándose en mi oído

      su aciago movimiento muscular.

      Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva

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