En busca de un hogar. Claudia Cardozo

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En busca de un hogar - Claudia Cardozo HQÑ

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en dos muchachos de apenas dieciocho y diecinueve años, a cuál más taciturno.

      Pero tan pronto como agotaron todos los temas de conversación, se encontraron en libertad de recorrer la casa y los grandes jardines a su gusto. Su abuela, que usualmente los seguía con ojos de halcón, quizá suavizada por el ambiente bucólico, les permitió dar paseos más largos y hasta pedir caballos prestados para visitar los terrenos siempre y cuando no se alejaran demasiado.

      Fue precisamente una de esas mañanas en que llevaban a los alazanes de las riendas mientras admiraban el paisaje, que oyeron ese relincho tan poco común, y decidieron acercarse para ver lo que pasaba.

      Su abuela se habría disgustado de saber que habían desobedecido sus órdenes al dejar los lindes de la propiedad, pero, de haberlo hecho, no habrían sido testigos de ese accidente.

      Cuando observaron al jinete caer del caballo, intercambiaron una mirada espantada, y mientras Daniel se hacía cargo de sus monturas, Juliet corrió hasta llegar cerca del hombre que apenas sí respiraba sobre la grama.

      Dio pasos cortos, aterrada ante la posibilidad de encontrarlo muerto, pero comprobó rápidamente que su pecho bajaba una y otra vez, si bien la dificultad era notoria, lo mismo que el extraño ángulo de su pie derecho.

      Cuando vio que Daniel, en lugar de ayudar, parecía más preocupado por el caballo que se alejaba al galope, lo llamó al orden, y terminó de recorrer la escasa distancia que la separaba del hombre caído.

      Sin pensar en su vestido, se arrodilló, se hizo el cabello hacía atrás y vio fijamente al herido, que le devolvió la mirada de un modo tan extraño que empezó a parpadear, sin comprender muy bien ese raro agitar que sentía en el pecho.

      Tal vez se debiera a que nunca había estado tan cerca de un hombre como este; a pesar de la caída y el poco atractivo estado en el que se encontraba, no podía negar que tenía unos rasgos muy agradables a la vista, con un cabello claro espeso y unos ojos que a simple vista parecían grises, aunque tal vez tuvieran algo de azules, era difícil asegurarlo por la forma en que la miraba.

      Entonces, recuperando el aplomo, dijo lo primero que hubiera preguntado su padre para comprobar el estado de una persona en semejantes circunstancias. Luego de poner la mano de modo que pudiera verla, le preguntó cuántos dedos mostraba.

      El pobre hombre debía de encontrarse más confundido aún de lo que parecía, porque no le contestó, sino que continuó con la vista fija en su rostro, lo que empezó a perturbarle, y se sintió muy agradecida cuando Daniel llegó a su lado.

      —¿Está bien?

      —¿Te parece que está bien? —se arrepintió de inmediato por su respuesta cortante; Daniel no tenía la culpa de su incomodidad—. Insisto en que se ha roto el pie, ¿qué podemos hacer?

      Se giró para mirar a su primo, en parte para oírle mejor y también para retirar la mirada de esos ojos que no le quitaban la vista de encima.

      —No lo sé, supongo que lo mejor será sacarlo del camino y llevarlo a un doctor, por supuesto —Daniel tenía una maravillosa habilidad para señalar siempre lo evidente.

      —Estoy de acuerdo, pero creo que la pregunta es cómo haremos eso; obviamente no podemos moverlo sin ayuda, y en todo caso no estoy segura de cuál será el mejor lugar para llevarlo.

      —¿Con los Sheffield? —se refería a sus anfitriones—; ellos conocerán a un médico, es más, posiblemente sepan de quién se trata, quizá sea uno de sus vecinos.

      ¡Por supuesto! ¿Cómo no se le había ocurrido a ella?

      —Tienes razón, pero si es así, tal vez su casa esté aún más cerca que la de los Sheffield.

      —Ayudaría si dijera algo…

      Juliet no pudo menos que estar completamente de acuerdo con esa frase, ¿se habría golpeado tan fuerte la cabeza que no podía recuperar el habla aún?

      —Señor. —Se agachó una vez más, mirándolo con atención—. Por favor, haga un esfuerzo, deseamos ayudarle; si fuera tan amable de decirnos su nombre, en qué dirección se encuentra su casa…

      Su reacción la sorprendió tanto que un gemido escapó de su garganta; el hombre alzó el brazo con una rapidez sorprendente para su estado y, tomando su muñeca con fuerza, la jaló hacia sí.

      —Rosenthal —susurró, antes de perder el conocimiento.

      Capítulo 2

      Cuando Robert Arlington recuperó la consciencia, le costó un momento recordar todo lo acontecido, por lo que mantuvo los ojos cerrados el tiempo necesario para aclarar su mente.

      Buscando en su memoria, recordó la caída del caballo y dedicó unos segundos a pensar en qué habría ocurrido con él, pero pronto esa preocupación varió en la extrañeza de la última imagen que podía rememorar.

      Ese excepcional ángel… No, no se trataba de un ángel, era una joven, la misma que se ofreció a ayudarle en ese momento de desesperación. No podía recordar qué había pasado luego de que lograra decirle el nombre de su propiedad, suponía que fue entonces cuando perdió del todo el sentido.

      Un aroma a flores acudió a su memoria, el mismo que sintió cuando la joven se hincó a su lado para hablar con él; un perfume dulce y poco común, tanto como ella.

      Ya más tranquilo, al constatar que su memoria no había sufrido mayores daños, abrió los ojos para comprobar que, tal y como sospechaba, se encontraba en su propia cama, en Rosenthal Hall.

      Contempló la figura que permanecía a escasos metros, recostada sobre su sillón favorito, y dirigió la vista a su pie, exhalando un suspiro fastidiado al comprobar lo que tanto temía. Entablillado, y con vendajes que lo cubrían hasta la rodilla, este descansaba sobre un almohadón.

      —¡Robert! Dios mío, ¿cómo te encuentras? —Desde luego, fiel a su costumbre, se respondió a sí misma—. Debes de sentirte terrible; estás tan pálido, espera un momento, voy a por el doctor Granwood.

      —Madre…

      Aun cuando su voz no hubiera brotado tan débil y ronca como un graznido, su madre no le habría hecho caso, algo a lo que estaba por completo acostumbrado. Era una mujer enérgica y decidida que, como podía asegurar, haría todo lo que estuviera a su alcance para proteger a los suyos.

      Volvió tan solo unos minutos después, acompañada del médico de cabecera de la familia, el ya muy anciano doctor Granwood, que apenas sí lograba seguirle el paso.

      —Milord, me alegro de que recuperara el conocimiento tan pronto —comentó el galeno, en tanto abría su maletín para hacerse con los instrumentos necesarios a fin de auscultarlo.

      —¿Ha pasado mucho tiempo? Me siento algo mareado…

      —Es por el láudano, milord, le administré una pequeña dosis para poder encargarme de su pie; debemos dar gracias de que resultó sencillo componerlo y con unos preparados que voy a recetarle soldará muy pronto.

      —¿Cuánto tiempo cree que será necesario? —su madre, a solo unos pasos de distancia, se adelantó a su pregunta.

      —Tratándose

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