Boda de sociedad. Helen Bianchin

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Boda de sociedad - Helen Bianchin Bianca

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cosas tan bonitas dices –le contestó, con ganas de enredar.

      –¿Tú crees que debería ponerme celoso?

      A ella le habría gustado que la pregunta fuera sincera, pero no lo creía probable, así que le siguió el juego.

      –Bueno, es joven y guapo –hizo como que reflexionaba–. Será seguramente un universitario que trabaja por la noche para pagarse los estudios. Y eso quiere decir que es alguien con empuje –y continuó, sin dejar de sostener la mirada de Carlo, ni de sonreír–, así que no sé si querría dejar la habitación que tendrá alquilada, vender su vehículo, que me imagino que será una Vespa, y dedicarse a ser un gigoló.

      Carlo se rió suavemente, y Aysha sintió escalofríos por todo el cuerpo, como si cada una de las terminaciones nerviosas de su piel lanzara una descarga.

      –Creo que será mejor que te lleve a casa.

      –Acuérdate de que he venido en mi coche.

      Sus ojos parecieron oscurecerse, y su mirada se hizo más intensa:

      –¿Como gesto de independencia, o como aviso de que no piensas compartir mi cama esta noche?

      La sonrisa de ella volvió a ser deslumbrante, y sus ojos relampaguearon burlones:

      –Teresa opina que mi objetivo número uno debería ser ocuparme de tus necesidades físicas.

      –¿Y la opinión de Teresa es la que cuenta? –preguntó él con una voz suave como la seda, sin que eso la engañara ni por un instante.

      –Mi madre cree que hay que cubrir todos los frentes –le contestó alegremente.

      Seguía mirándola fijamente, y casi se diría que leyéndole el pensamiento.

      –¿Y tú también lo crees?

      –Yo no tengo ninguna estrategia –le contestó, ya seria.

      ¿Se daba cuenta de que estaba enamorada de él? ¿De que llevaba toda la vida enamorada de él? Esperaba que no lo supiera, porque le habría dado una ventaja excesiva.

      –Acábate el café –dispuso Carlo con gentileza– y nos marchamos.

      Levantó la mano y el camarero se materializó con la cuenta. Firmó la nota, dejó una generosa propina, y se volvió a acomodar en su asiento para observar a Aysha, que se puso tensa, pero supo disimularlo. Carlo preguntó:

      –¿Tenemos algo para el próximo fin de semana?

      –Mi madre tiene algo previsto para cada día hasta el día de la boda –declaró con inusitada franqueza.

      –Pues que Teresa reajuste esos compromisos.

      –¿Y si no quiere? –preguntó Aysha con verdadero interés.

      –Le dices que he organizado una escapada a la playa por sorpresa, y que ya tengo los billetes de avión y el alojamiento reservado para pasar el fin de semana.

      –¿Y los tienes?

      Sonreía en parte por la broma al responderle:

      –Llamaré para hacer las reservas en cuanto lleguemos a mi apartamento.

      El resplandor de su mirada fue directamente al corazón de Aysha.

      –Ya me darás las gracias.

      Atravesaron juntos el salón y, al pasar por el mostrador de recepción, el maître indicó obsequiosamente que ambos coches les aguardarían a la puerta.

      Allí estaban cuando llegaron a la puerta principal del hotel. Aysha fue detrás del Mercedes durante todo el recorrido por el centro de la ciudad, siempre en dirección este, hasta que llegaron a Rose Bay, al edificio de su ático.

      Entraron en el aparcamiento subterráneo y ella dejó su coche en la plaza inmediata a la de Carlo; luego caminaron juntos, en amistoso silencio, hacia los ascensores. Cuando, al cabo de unos minutos, entraron en el lujoso vestíbulo del apartamento, Aysha pensó que la verdad era que no les hacía ninguna falta una casa.

      Las cortinas estaban abiertas, y la vista del puerto desde aquella altura era magnífica. Un fantástico paisaje de luces, las de los edificios de la ciudad, las farolas, los anuncios de neón, del que disfrutar a través del ventanal que ocupaba una pared completa.

      Lo oyó entre tanto descolgar el teléfono y encargar los billetes de avión y las reservas de hotel para el siguiente fin de semana.

      –Podríamos vivir aquí –murmuró al acercársele Carlo por detrás.

      –Claro que podríamos –dijo él, rodeándole la cintura y haciendo que reclinara la espalda contra él.

      Aysha sintió cómo apoyaba el mentón sobre su cabeza, sintió el calor de su aliento que jugaba con su pelo, y no pudo evitar un leve escalofrío al descubrir los labios de él en el delicado hueco de debajo del lóbulo. Estuvo a punto de cerrar los ojos para creer que aquello era auténtico. Que se trataba de amor, no de deseo.

      Un gemido brotó y quedó ahogado en su garganta al recorrer él el borde de su cuello con los labios, la lengua, convertidos en instrumentos eróticos con los que jugaba a acelerar su pulso. Llevó una mano a su pecho, buscando el punto más sensible, y la otra la extendió en la parte baja de su vientre.

      Aysha sentía el impulso de exigirle que fuera más deprisa, que le quitara la ropa mientras ella le arrancaba la suya hasta que no quedara barrera alguna entre los dos. Sentía el deseo de que la levantara en sus brazos, de hundirse contra él, de agarrarse a él mientras la llevaba a cabalgar como nunca en su vida.

      Pero había en él demasiado control. Ni siquiera en la cama perdía del todo el dominio de sí mismo, como le sucedía a ella. Había momentos en los que tenía ganas de gritar que, aunque aceptara a Bianca como parte importante de su pasado, ella era su futuro. Pero no se atrevía a decir esas palabras. Seguramente, porque temía oír su respuesta.

      En ese momento, se volvió hacia él, abrazándolo, buscando su boca, entregándose por completo al fuego de la pasión. Carlo captó su apremio y, sin esfuerzo aparente, la tomó en brazos y la trasladó al dormitorio.

      Aysha iba soltándole los botones, le desabrochó el cinturón, y lo despojó de la camisa. Le lamió los pezones, que estaban duros, y luego los mordisqueó, mientras Carlo le iba quitando la ropa. Oyó luego dos golpecitos, al caer los zapatos de él contra el suelo, seguidos por sus pantalones.

      –Espera –dijo con su voz grave y algo ronca, mientras ella le acariciaba las costillas, su plano estómago, y seguía bajando–, ¿así que quieres jugar, eh?

      Capítulo 2

      CARLO le sujetó los brazos y deslizó sus manos hasta abrazar los hombros de Aysha mientras posaba los labios en el vulnerable hueco de la clavícula. Su tenue perfume lo incitaba a recorrer la sensible piel del límite del cuello, saborearla, pellizcarla apenas con los dientes, percibiendo a cambio el ligero espasmo con el que el cuerpo de Aysha reaccionaba a sus caricias. Era una amante generosa, apasionada, con una entrega a la aventura y al juego que él encontraba

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