Boda de sociedad. Helen Bianchin
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De las tostadas, los croissants, la mermelada, el queso, y las finísimas lonchas de salami y de jamón no dijo nada, pero allí estaban. Era un auténtico festín.
Aysha se incorporó, con cuidado de seguir con la sábana sujeta bajo los brazos, y tomó el vaso de zumo que le ofrecía. Bebió después una taza de café, acompañada de un croissant con mermelada, y luego un sandwich de jamón y queso.
–¿Más café?
Dudó un instante, miró la hora, y renunció a la segunda taza:
–Dije que estaría en casa hacia las nueve.
Carlo se puso en pie y recogió todo.
–Me llevo la bandeja.
Diez minutos después, Aysha estaba duchada, arreglada, y dispuesta a afrontar el día. Vestida con unos vaqueros que subrayaban la esbeltez de sus piernas y con un top ajustado que acentuaba la delicada curva de sus pechos, pasó por la cocina para despedirse.
–Muchas gracias por el desayuno –le dijo, empinándose para depositar un beso en la mandíbula.
Él le rodeó la cintura y se apoderó de tal modo de su boca con sus propios labios, que la dejó momentáneamente sin sentido del equilibrio. Luego, poco a poco, suavizó la presión, fue recorriendo el contorno de sus labios hinchados con los suyos, la besó en las comisuras, y la soltó.
–De nada, cariño.
Aysha parpadeó varias veces, porque le costaba enfocar. Aquello había sido… «cataclísmico» era la palabra. Ah, y apasionado, sin duda. Quizá después de todo estaba limando poco a poco el autocontrol de Carlo. No pudo dejar de pensar en ello durante todo el trayecto en coche hasta la casa de sus padres.
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