Nosotros sobre las estrellas. Sarah Mey
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—Oh, diablos, oh, sí.
Enarco una ceja hacia la dependienta, quien se tensa un poco de hombros.
—Y eso no es nada. Él se entera de la mitad de lo que ocurre en mi casa —bromeo, a lo que ella también ríe por la forma en la que se lo digo mientras me alejo.
Miro el pequeño perrito caliente y pienso que con eso no voy a llenarme. Niego con la cabeza, quitándole importancia, mientras en mi hombro Perico sigue haciendo sonidos que llaman la atención de los demás transeúntes. Ya me cansaré de comer luego en la boda, y aunque esté seguro de que habrá muchas mujeres en ella, estoy convencido de que ninguna me daría largas de la forma en la que lo acaba de hacer esta chica.
Capítulo 2
MAISIE
Acabo de chocarme con el hombre más guapo que he visto en toda mi vida y lo más inteligente que se me ha ocurrido decir es que me dejase en paz. Sus ojos verdes y profundos me persiguen sin poder evitarlo y no soy capaz de sacarlos de mi cabeza. Ni su cara. Nunca he visto a un chico tan atractivo. De verdad. No exagero. Y por si eso fuese poco, olía tan bien a un olor varonil y fresco que nada más olerlo me quedé sin habla unos segundos. Inspiré ese aroma de una forma tan desesperada que me puse a la defensiva nada más darme cuenta de lo que estaba haciendo. Solo espero que no se percatase, ya que no quiero quedar, aparte de como una maleducada, como una loca que va aspirando olores de personas desconocidas. Esto último me sorprende en demasía porque jamás me ha pasado con nadie.
—Hola —saludo a un conocido mientras sigo deslizándome por las calles con rapidez.
Hoy estoy especialmente nerviosa porque mi hermana se casa esta tarde con un hombre al que apenas conozco, en una de las mansiones de su familia.
Miro al cielo y sonrío al ver que hace buen día. Siempre me han gustado los días soleados, y mi hermana se merece uno así en su boda. Se me hace tan extraño pensar que mi hermana se va a casar que aún estoy esperando que me diga que es una broma en cualquier momento. No puedo evitar sonreír. Mi hermana Jessica tiene veinticinco años y lleva menos de siete meses con Mike. Además, no sé absolutamente nada de su familia salvo que es adinerada, porque tanto él como Jessica se han asegurado de marcar las distancias entre ambas familias. Es más, hasta hace un mes no conocí a Mike. Sinceramente, me cayó como una patada en el estómago. Se le veía el típico niño mimado y consentido al que sus padres se lo han dado todo. Tal y como a mi hermana. Quizás por eso se enamorasen. Yo, en cambio, no quiero más de lo necesario de mis padres. Por eso estoy corriendo al trabajo el día de la boda de mi hermana. He pedido permiso para faltar, pero ni que decir tiene que al dueño le ha sido imposible dármelo debido a la gran cantidad de clientes que tenemos en estas fechas. Operación biquini lo llaman. Pongo los ojos en blanco. Lo único que hace falta para tener un cuerpo biquini es ponerte uno. Fin. Todos los cuerpos son bonitos si se ignoran los absurdos roles de perfección que la sociedad quiere imponer. Volviendo a mi jefe, como dos de mis compañeros están de baja, y su hijo, que es otro trabajador, tiene una fisura en un músculo de la pierna que le impide dar sus clases hasta dentro de unas semanas, lo máximo que ha podido hacer es decirme que me vaya unas dos horas antes de que comience la boda para que me dé tiempo a arreglarme.
La boda será a las siete de la tarde, así que he de trabajar hasta las cinco. Mis padres lo han desaprobado en rotundo, animándome a dejar el trabajo. ¡Ni que decir tiene que mi hermana me ha pedido lo mismo! Pero no, no pienso dejarlo. Me gusta sentirme útil y ser capaz de pensar que puedo ganar algo de dinero por mi cuenta.
Me llevo una mano a la parte media del abdomen. Aún noto el almuerzo en el estómago y no debería llevar este paso tan apurado, pero el ir tan rápido me ayuda un poco a calmar los nervios. Aunque en realidad mi cuerpo me pida correr, estoy segura de que no es buena idea hacerlo justo después de comer, y mucho menos con mi problema.
Vuelvo a centrar mis pensamientos en la boda. He estado en muchas bodas, pero jamás he sido dama de honor. Tal vez por eso me hace tanta ilusión esta. Además, voy a llevar un vestido pomposo y de color rosa, y aunque delante de mi hermana y de mi madre me quejase por el diseño, me hace ilusión llevarlo. Creo que no hay otra ocasión más ideal para llevar un vestido de ese tipo. Suspiro y entro por la puerta del trabajo. Go Gym me recibe con un olor mezclado y disperso. Soy la tonta de los olores. Y me encanta el olor a limpio, por eso no me gusta lo más mínimo el aroma a sudor que percibo nada más entrar en el pequeño gimnasio familiar.
Saludo a la recepcionista, Micaela, una chica nueva que lleva poco tiempo en plantilla y a la que le hice un tour el primer día para que supiese dónde estaba cada cosa. Nadie tuvo ese detalle conmigo cuando llegué, y me sentí tan fuera de lugar que quise ayudarla a sentirse más cómoda.
—¿Qué tal estás? —le pregunto.
—Genial —me responde ella—. Pásalo bien cuando salgas y disfruta mucho por mí.
Intercambiamos una sonrisa y cronometro el tiempo que voy a tener luego para llegar, ducharme, peinarme, maquillarme y vestirme. Mi hermana ha contratado a una estilista, a varias peluqueras y a varias maquilladoras, así que no creo que tenga problemas con nada de eso. No me gusta que me maquillen otras personas, ya que me gusta llevar un maquillaje natural o directamente no llevar nada, pero la ocasión merece que le de ese gusto a mi hermana.
Ella trabaja en la empresa de mi padre, aunque va solo en horario de mañana, y si todo va bien con mi carrera universitaria, yo también acabaré trabajando en alguna gran empresa. Espero no tener que recurrir a trabajar en la de mi padre ni soportar que me vean como el ojito derecho del jefe. No, no me va eso. Por mucho que mi padre insista en que trabaje para él, si entro a trabajar en algún lugar quiero que sea por mérito propio a no ser que no me quede más remedio. Hasta entonces estoy trabajando de entrenadora personal en este lugar que, bueno, aunque no paguen mucho, me sirve para tener un poco de independencia sin tocar nada del dinero heredado de mi cuenta corriente.
Saludo a todos los clientes y veo gracias a un espejo cómo uno de ellos me mira el trasero cuando le doy la espalda. Lo ignoro mientras saludo a otro con una sonrisa. En cierto modo no sé mucho sobre musculación, simplemente me hice un curso de entrenadora personal, eché varios currículums y me llamaron. Creo que a mi jefe le sirvo de más ayuda cuando se trata de arreglarle papeles que de poner un buen entrenamiento a los usuarios del gimnasio.
—Buenos días, Maisie, ¿crees que puedes echarle una ojeada a los papeles que tengo en mi despacho?
La voz de mi jefe llega a mis oídos y me hace sonreír.
—Claro que sí, sin problemas —le respondo sabiendo que es un hombre que apenas entiende de algo más que de facturas.
Entro en su despacho y me entretengo leyendo y arreglando los papeles que hay en su mesa. Estoy en el segundo curso de la carrera en Administración y Gestión de Empresas y he cumplido los diecinueve años hace poco, pero como mi padre también trabaja rodeado de papeles tengo bastante experiencia, así que no me cuesta ningún trabajo ayudar a mi jefe. En su mayoría son cosas sencillas.
Al cabo de aproximadamente una hora salgo del despacho y no puedo evitar quedarme anonadada mientras veo al mismo chico con el que me choqué en el parque. Está en el gimnasio y entrena despreocupado de una manera tan elegante y correcta que no puedo evitar quedarme mirándolo. Soy consciente de que no soy la única mujer que lo observa descaradamente. Incluso Micaela lo mira de reojo.