El último beso. Jessica Lemmon

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El último beso - Jessica Lemmon Miniserie Deseo

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tardó mucho.

      Se aferró a sus hombros, mordió sus labios y se corrió. Apenas se detuvo unos segundos para recuperar el aliento antes de deslizar la mano bajo sus pantalones. Le desabrochó el pantalón, le bajó la cremallera y estaba acariciando su potente erección cuando algo ocurrió.

      Se oyó un grito de dolor proveniente del patio de atrás y adivinó que sería de Taylor, que estaba embarazada.

      Jayson separó su boca de la de Gia y parpadeó como si estuviera tratando de recuperar el sentido. Ella contuvo la respiración y se quedó escuchando. Taylor volvió a gritar; se había puesto de parto.

      –Maldita sea –dijo él.

      Gia habría dicho lo mismo si hubiera podido articular palabra después de aquel potente orgasmo. Desde su divorcio, había sido ella misma la que se había dado placer, y ahora se daba cuenta de lo que se había estado perdiendo.

      –Vístete, Gia –le dijo Jayson con voz ronca.

      Luego le apartó la mano de los pantalones, esbozó una sonrisa que la derritió y la besó en la mano.

      –¿Qué hemos hecho? –murmuró ella.

      Aunque era consciente de que no debían acostarse, habían estado a punto de hacerlo.

      ¿En qué estaba pensando?

      Gia, con la mirada perdida a lo lejos, parpadeó repetidamente para volver a la realidad.

      Había llegado al bar antes de la hora y ya se había tomado medio martini. No quería pensar en su exmarido ni recordar que hacía más de seis meses que no tenía un orgasmo de ese calibre. Había llegado pronto y se había bebido medio martini por la única razón de que necesitaba recuperar la seguridad en sí misma antes de verse con su acompañante famoso.

      Miró a su alrededor y respiró hondo. A la luz de las velas, otras parejas disfrutaban de sus bebidas en las mesas. ¿Por qué había elegido un sitio tan romántico? Deberían haber quedado en una cafetería.

      Denver «Pip» Pippen, la estrella del monopatín, estaba a punto de ser entrevistado para el papel de su vida, ser su acompañante a la boda de Royce y Taylor. Pero eso él todavía no lo sabía.

      No era verdad que tuviera una cita cuando había marcado aquella casilla en la tarjeta. Pero, con Jayson más guapo y atractivo que nunca, se había dado cuenta de que si iba a la boda sola acabaría de nuevo con él en el cuarto de invitados, y no quería que eso ocurriera.

      Había dado con el perfil de Pip en una aplicación de citas para la élite rica y poderosa. Una amiga se la había recomendado hacía más de un año con toda su mejor intención. Al principio no le había prestado atención, demasiado ocupada con el lanzamiento de la nueva tableta de ThomKnox. Pero después de cumplimentar la tarjeta de asistencia de Taylor, Gia había decidido que no sería mala idea darle una oportunidad a aquella aplicación.

      Esa noche lo averiguaría.

      Reconoció a Denver nada más verlo aparecer por la puerta. Derrochaba un gran carisma y más de una cabeza se volvió para mirarlo. Mientras la camarera lo acompañaba a la mesa, Gia se concentró en su reacción. Lo había visto en fotos, en vídeo y por internet, pero aquel era Denver Pippen en persona. Eso siempre era una experiencia diferente.

      Tenía el pelo rubio oscuro y lo llevaba largo y revuelto. Llevaba una camiseta suelta, unos vaqueros de marca y unas zapatillas Converse. Su rostro se iluminó cuando le dedicó la sonrisa más cautivadora que se podía imaginar.

      Era perfecto.

      –Tú debes de ser Pip –dijo ella tendiendo la mano.

      No se esperaba que le besara la mano, así que tampoco se llevó una desilusión.

      –Y tú Jee-ahh –replicó y la besó en la mejilla.

      Al apartarse, reparó en que tenía una cicatriz encima de una ceja y otra en el labio superior. Por los vídeos de sus proezas en el monopatín sabía que Denver estaba lleno de cicatrices por los brazos y las piernas. Aquella combinación de pelo revuelto y cicatrices resultaba interesante.

      –Mola este sitio.

      –Ya he pedido. Soy muy impaciente –dijo ella acariciando el borde de su copa de martini.

      –Guay.

      Denver llamó a la camarera y pidió una cerveza. Se mostró atento y le arrancó una sonrisa a la joven. Si hubiera sido maleducado, Gia se habría ido y habría vuelto a la casilla de salida.

      –Así que trabajas en ThomKnox. Ordenadores, teléfonos y todos esos aparatos tecnológicos –dijo sacudiendo los dedos como si estuvieran hablando de brujería.

      –Sí, esa es la esencia.

      –¿Y de qué te ocupas?

      –Dirijo el departamento de marketing.

      –Guay.

      Gia dio un sorbo a su martini y ocultó una sonrisa. Siempre había pensado que con su título del Instituto Tecnológico de Massachusetts acabaría dirigiendo un equipo técnico, pero ese puesto lo ocupaba Jay.

      Su padre le había asegurado que Jayson era el más indicado para ese trabajo y que prefería tenerla en un puesto más alto, uno con más prestigio en ThomKnox. Cuando su padre había decidido dejar su puesto de presidente, Gia se había alegrado de que fueran sus hermanos los que optaran a sustituirlo en el cargo.

      Nada más divorciarse, había optado por dirigir el departamento de marketing. En los días buenos, se engañaba diciéndose que había tomado la decisión adecuada. En los malos, se arrepentía de no haber insistido más en hacerse cargo del departamento que tanto amaba.

      Pip tamborileó con los nudillos en la mesa al ritmo de la música, lo que la sacó de sus pensamientos.

      –¿Cómo descubriste que el monopatín era tu pasión?

      –Mi padre me compró uno cuando tenía doce años. Una vez que logré mi primer gran salto, me enganché –dijo, y levantó la mano, mostrando el extraño ángulo en el que se doblaba su dedo corazón–. Nunca me ha asustado el peligro.

      –Ya veo. A mí no me gustan los riesgos. Al primer contratiempo, lo dejo.

      Al decir aquello, recordó cómo había dejado el departamento de tecnología después del divorcio. Le gustaba su trabajo, pero después de que Jayson y ella se separaran, no soportaba estar bajo su autoridad ni un segundo más. Necesitaba espacio y aunque no podía tenerlo físicamente porque su despacho estaba en la misma planta, al menos no tenían que verse en las reuniones semanales.

      –¿Para qué ibas a arriesgar tu linda cabecita?

      Denver giró la mano y buscó la suya. Intrigada, dejó que se la entrelazara. Era fuerte y rugosa.

      –He buscado información sobre ti –continuó él–. Te graduaste en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y perteneces a la familia Knox. ¿Por qué buscar una cita en una aplicación de contactos?

      Buena

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