El último beso. Jessica Lemmon

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El último beso - Jessica Lemmon Miniserie Deseo

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que no estaba preparada para salir con nadie, era el acompañante ideal para la boda. No se llevaría una impresión equivocada y seguramente se apartaría de su camino sin echar la vista atrás.

      En vez de decirle que era la solución perfecta a su problema, optó por darle una respuesta más agradable.

      –Me gusta tu cara.

      Él sonrió. Era guapo.

      –Sí, claro, a mí también me gusta tu cara, Jee-ahh. Vamos, confiesa. ¿A qué viene quedar para tomar una copa un lunes a las seis de la tarde? ¿De qué va este rollo? –preguntó y dio un sorbo a su cerveza.

      Era más listo de lo que quería hacer ver.

      –Y ahora, ¿quién es el listillo? –replicó ella arqueando una ceja.

      Denver rio entre dientes.

      Gia tomó la copa por el tallo y decidió contarle la verdad.

      –Estoy buscando un acompañante para la boda de mi hermano. Es el sábado que viene.

      –¿Y me has elegido a mí? –preguntó divertido–. ¿Qué pasa, que quieres enfadar a tus padres o tienes que poner celoso a alguien?

      No pretendía poner celoso a Jayson y sabía que a sus padres les daba igual si iba a la boda acompañada o no. Lo que le preocupaba era la atracción que sentía por su exmarido. Con tan solo mirarla desde el otro extremo del salón, Jayson era capaz de hacer que su mente se quedara en blanco y que su corazón se detuviera. Un inocente baile en la última boda había acabado con sus manos en la parte baja de su espalda y sus labios junto al oído.

      No podía permitir que eso volviera a pasar.

      –Un poco de las dos cosas –mintió.

      –Soy tu hombre –dijo Pip, y alzó su cerveza para brindar.

      No era su tipo, pero cumplía el papel. Sonriendo, Gia levantó su copa y brindó con él.

      Capítulo Tres

      La mujer que yacía sobre la arena era alta, dada la forma sugerente en que desplegaba sus piernas mientras posaba para la cámara.

      Cuando Gia había dicho que estaba saliendo con un famoso, se le había ocurrido una idea. Ese mismo día, había llamado a Mason, su hermanastro, y había tenido la gran suerte de que tenía programada una sesión de fotos con una modelo.

      Mason estaba de cuclillas en la arena, delante de la mujer, dándole instrucciones de cómo colocarse sin dejar de disparar su cámara.

      A lo largo de los años, había tenido que aguantar todo tipo de bromas.

      –Mason y Jayson, ¿qué sois, gemelos? –solían preguntarles.

      La respuesta era evidente a primera vista. Jayson tenía una constitución más robusta que la de su hermano. Jayson era más fuerte y ancho que su hermano. Mason era delgado y unos centímetros más alto. Ambos habían llevado perilla, pero Jayson se la había quitado. Desde entonces, solo optaba por afeitarse o dejarse barba.

      –Preciosa, Natasha –dijo Mason, felicitando a la modelo antes de bajar la cámara.

      Preciosa Natasha sería un apodo perfecto. Aquella diosa en biquini, con arena pegada a los pechos, había aparecido en muchas revistas. La sesión de fotos era para su calendario. El año anterior había sido portada de la edición de bañadores de Sports Illustrated, y en la más reciente también aparecía, aunque en páginas interiores.

      Encargarse del calendario de Natasha Tovar era todo un triunfo para Mason. Había empezado su carrera haciendo retratos familiares. Luego había sido fotógrafo de bodas. De hecho, se había encargado de la de Jayson y Gia, y, más tarde, había pasado a fotografiar a modelos, algo que en California era más duro de lo que se podía imaginar.

      –¿Lo tenemos?

      Natasha se sacudió la arena de la parte superior del cuerpo antes de enfundarse en una fina bata blanca que dejaba adivinar lo que había debajo. Cuando las copas del biquini mojaron el tejido, aparecieron un par de círculos naranjas de los que a duras penas podía apartar la mirada.

      –¿Quién es? –preguntó la modelo secándose el pelo con una toalla mientras se acercaba con sus kilométricas piernas hasta Jayson.

      –Es Jayson Cooper, mi hermano. Le llamamos Cooper –contestó y desvió la mirada de Natasha a Jayson.

      –Encantada de conocerte, Cooper.

      Le tendió la mano y él se la estrechó. No se molestó en presentarse y Jayson supuso que tampoco hacía falta. La modelo se disculpó y siguió caminando por la playa en dirección a su caravana.

      –Ese bamboleo de caderas lo está haciendo por ti –comentó Mason.

      Se quedó revisando algunas de las tomas en su Canon mientras el encargado de la iluminación dejaba los reflectores y se dirigía a un puesto de comida que había en la parte más concurrida de la playa.

      –¿Tienes hambre?

      –Siempre –contestó Jayson.

      –No me gusta la comida de ese puesto –dijo Mason–. He traído unos tamales que ha hecho Chester.

      El estómago de Jayson rugió. El marido de Mason hacía los mejores tamales del mundo.

      –Te arriesgas a que te deje sin almuerzo, sobre todo si lo ha preparado Chester.

      –Es un tesoro –afirmó Mason sonriendo.

      Con dieciocho años, después de terminar el instituto, Mason había salido del armario. ¿La reacción de Jayson? Se había limitado a encogerse de hombros. No podía haberse sorprendido menos.

      El padre de Mason, Albert, había puesto el grito en el cielo, lo que le había confirmado que su padrastro apenas prestaba atención a nada que no fuera trabajo. Pero Albert también era un buen hombre y, aunque había tardado más, había acabado por aceptar que su hijo fuera homosexual. Julia, la madre de Jayson, tampoco se había sorprendido. Había ayudado a Albert a darse cuenta de la verdad: Mason seguía siendo Mason independientemente de a quién amara.

      Aquello era ya agua pasada. Mason y Chester se habían casado hacía ya dos años y formaban un aburrido matrimonio más, al menos a ojos de Jayson.

      Los hermanos compartieron un táper de tamales sentados en un trozo de madera contemplando el romper de las olas. Era una agradable forma de pasar la tarde.

      –No puedo creer que hayas venido hasta aquí solo por conocerla. Debes de estar desesperado –comentó Mason cuando acabaron de comer.

      Jayson dejó su tenedor en el táper vacío y se pasó la lengua por los labios. ¿Qué responder a aquel comentario? Mason sabía que Jay quería ir acompañado a la boda, pero no le había dicho por qué.

      No le había contado que seis meses atrás le había provocado a Gia un orgasmo y desde entonces ella se había comportado como si nunca hubiera pasado. No era muy diferente a cuando habían tenido

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