Barcelona inconclusa. Laureano Debat

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Barcelona inconclusa - Laureano Debat Candaya Abierta

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qué se yo…

      –Tranquilo, bebé. Ven que te doy un besito. Muaaaá. ¡Ay, te he dejado la marca! Perdón, perdón. A ver… ya está.

      –¿Es para vos el timbre?

      –Sí, sí. Es Walter, un VIP. ¡Hasta ahora, cariño! Tú relájate y haz tus cositas. No tienes nada de qué preocuparte con nosotras. Estarás viviendo, a ver, cómo decirlo… ¡la vida en rouge! ¡Voilà!

      Y cerró con fuerza la puerta del pasillo, riéndose y dejando la estela impregnada de Poison, su perfume de Christian Dior. Había pasado una semana de la mudanza y todavía seguía sin conocer a Jimena. Hubo noches de gritos de mujeres peleando, portazos, sonidos de tacones lentos y suspiros. Y por la mañana, estelas de perfume mezcladas con alcohol y tabaco, que solo podían ser de ella, de Jimena, porque Sonia no fuma ni bebe.

      III

      Durante mi segunda semana dentro del camarín de las putas me dispuse a un detallado y solitario reconocimiento del terreno. Soy lento. Me adapto bien, eso sí. Pero soy lento, sobre todo para instalarme. No soy un neurótico del confort, así que tardo días en deshacer maletas y minutos en hacerlas para cualquier viaje.

      El cuarto que me asignaron se usaba, también, como trastero. Y siguió siéndolo, en parte, porque el armario guardaba objetos del pasado de las chicas, que mantenían un orden sistemático en toda la casa con excepción de este mueble. Pensaba que poner toda mi ropa en el armario y acomodar mis papeles y libros en el escritorio sería un trámite. Pero no lo fue: tuve que hacerme sitio, previa confección de dos inventarios.

      Inventario de objetos del armario:

      - 1 par de patines color rosa del tipo roller tamaño niña.

      - 4 edredones negros de 2 plazas.

      - 5 caballetes de madera.

      - 2 cajas de cartón grandes y pesadas rotuladas como “Fotografías” y encintadas con muchas vueltas.

      - 2 pares de medias del tipo soquetes de color lila con flores estampadas.

      Inventario de objetos del escritorio:

      - 1 oso de peluche blanco con el logo “I Love NY” colgado en el cuello.

      - 1 cuaderno con hojas arrancadas y dibujos de niño con motivos de soles, personas, casas y árboles.

      - 1 monitor de ordenador Hewlett Packard y 1 impresora Epson sin enchufes ni cables.

      - 14 lápices de colores apenas usados.

      - 3 botes vacíos de crema antiarrugas.

      Dejé todo tal cual, apilado a un costado, y me hice un lugar para poner la ropa. Revisé mi cama de dos plazas y media, con su cabecera imitación de cama antigua, saltando en el colchón sin escuchar el mínimo ruido, a pesar de que los caños se movían en cada salto, amenazando con derrumbar toda la estructura. No podía explicar semejante incoherencia de la física, hasta que descubrí unos soportes en forma de L unidos a los cuatro vértices, un refuerzo adosado para evitar el ruido.

      Podía imaginarme a Sonia atada a la cabecera con unas esposas o aferrada con sus brazos duros fingiendo orgasmos increíbles. Me encantaba mi cama y me prometí hacer todo lo posible para sacarle el máximo provecho durante mi estadía. Pero al mes siguiente la cambiarían por otra, luego por otra y otras más. Nunca supieron explicarme a qué se debía esta rotación permanente de las camas.

      La casa estaba dividida en dos partes. La cocina era la frontera, territorio neutral compartido. Hacia el lado de la calle, vivían Sonia y Jimena, con sus tres habitaciones y un largo y oscuro pasillo que comunicaba con el portal de entrada. Hacia el lado del convento, mi rincón: una habitación con balcón interno frente a otra habitación que Sonia llamaba “El Escritorio” y que siempre estaba cerrado con llave. En medio de las dos, un hall muy iluminado por el pulmón de manzana con un televisor de 50 pulgadas, una Play Station y un sofá negro de dos plazas.

      No había un solo cuadro en toda la casa. Las paredes siempre se mantuvieron blancas, impecables. La casa entera parecía un territorio de paso y de nadie.

      IV

      Recién a los 15 días de entrar en el piso pude conocer a Jimena. Desde mi habitación escuchaba el televisor encendido en la cocina, un talk show con una voz chillona que no me permitía seguir acostado. En un extremo del sofá del hall alguien había dejado mi ropa lavada, planchada, doblada y perfumada. En la otra punta, la perra shih tzu dormía despatarrada y boca arriba. Me levanté, le acaricié la barriga y se estremeció. Parecía estar en un sueño profundo, pero de repente abrió los ojos y salió corriendo hacia la puerta de entrada.

      Adiós, cariño, adiós, que vaya bien, nos vemos prontito, chaucito, chaucito, muuuua, jeje, adiós, adiós. ¡Ay, pero bienvenido, corazón!

      Jimena me dio dos besos sonoros, fumando y riéndose en cortas y silenciosas muecas. La colilla de su cigarrillo se iba embadurnando de rouge entre pitada y pitada. Le quería agradecer lo de la ropa pero antes de que pudiera decirle algo me aclaró que fue Sonia y que la próxima vez lo haría ella, que no me preocupara.

      Cuando quise decirle que no hacía falta, desapareció del plano. Y reapareció en la cocina, abriendo una lata fría de cerveza para calmar la sed de las 10 de la mañana, despeinada y con ojeras, bebiendo sorbos largos y golosos. Se sentó en una silla y comenzó un zapping vertiginoso, deteniéndose en un canal de música. Me ofreció un café, algo para comer, un cigarrillo y un chicle. Apagó mal el cigarrillo en el cenicero y la estela del humo comenzó a subir espesa y serpenteante. Apoyó su cabeza en un brazo, suspiró y volvió a reírse. Con la mano del otro brazo se acomodó las medias de encaje y pidió disculpas para irse a la cama tras el tercer bostezo, porque aún no se había acostado y esto, a sus 56 años, cariño, no es muy saludable.

      V

       Hola. Me llamo Anna, soy una preciosa mujer, de esas chicas que cuando las ves pasar dejas volar la imaginación y quieres quitarle la ropa con pasión. ¿Para qué imaginar más? Aquí tienes a tu chica soñada. Además, conmigo gozarás de mi encantadora personalidad, llena de dulzura, simpatía y un trato cariñoso.

      Todo empezaba en ciertas webs de anuncios, en las pestañas de Sexo, Chicas o Acompañantes. Había que pagar bastante para rankear en los primeros puestos. Sonia destacaba, entendía que la imagen era importante y por eso tuvo el detalle de contratar a un fotógrafo para un set privado en su habitación. En el anuncio, Sonia miraba a cámara, con sus tetas operadas y el labio inferior sugerente. No sé si era seductora, pero llamaba la atención. Y creo que con eso bastaba para que los clientes mordieran el anzuelo.

      En la intimidad me involucro con ternura y pasión. Una gran amante para caballeros ardientes. Decide aceptar mi reto y prepárate para vivir momentos excitantes. Serás recibido en mi confortable apartamento, muy discreto y acogedor, ubicado en el centro. Mis fotos son absolutamente reales. Estaré encantada de conocerte, por lo que me puedes llamar y te informaré de mi disponibilidad, tarifas y servicios.

      Sonaban sus móviles, las chicas soltaban la oferta con absoluta simpatía y el cliente aceptaba o no. Los precios nunca se negociaban, no había posibilidad alguna de regateo. Si aceptaban, se acordaba la hora del encuentro y el cliente recibía las coordenadas de la esquina en la que estaba el piso. Una vez allí, el cliente tenía que volver a llamar al mismo número y, sólo en ese momento, se le daba el número del edificio y del departamento.

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