Barcelona inconclusa. Laureano Debat
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Todos se mueven, menos yo. Todos pasan llevando en bolsas sus pequeños trozos del paseo: ropa, cápsulas de Nespresso, juguetitos de Vinçon o joyas. Soy un observateur subocupado que intenta capturar a los paseantes y ubicarlos en ciertas tipologías, por la manera que tienen de acceder (o no) a mi mensaje de la carne. El flyer será la focalización. La punta de muchos icebergs. El punto de muchas partidas.
¿Esto como se llama? Respondo. ¿Es Gaudí? Afirmo. La mujer tiene más de 60 y habla un castellano rudimentario. Ante el descubrimiento saca su cámara y comienza a tomar algunas fotos. Ni siquiera se toma 10 segundos para mirar algún detalle de la Casa Batlló. La primera visión que tendrá de la atracción, desde ahora y para siempre, será a través del visor de su Nikon. Sus cuatro amigas hacen lo mismo. Toman sus cámaras como pueden, haciendo malabares con sus bolsas de regalos, sus mapas y sus grandes carteras. Vasile las mira con su fría risa de moldavo, las mejillas coloradas, transpirado, fumando en la puerta de la empresa de catering que funciona al lado de la casa diseñada por Gaudí. Vasile siempre se acuesta a las 5 de la mañana. Mis charlas con él son sus monólogos sobre las juergas que pasa con los pinches de cocina, contratando prostitutas de varios países. Ahí va todo su sueldo, aunque debería ahorrar más, dice, porque quiere traer a su mujer de Moldavia y no sabe cuándo podrá hacerlo. Vasile fuma y habla, con la sonrisa dibujada en su cara cuadrada y maciza, que le empequeñece aún más los ojos. Mi teléfono móvil me avisa que tengo otro mensaje de Mónica: Nene. A ver si te ponés las pilas y te ponés a repartir. Estaría bueno ¿no?
Hay dos primeras tipologías claves para entender a los caminantes del Passeig de Gràcia. Una es el sibarita, generalmente un hombre, de traje o bien vestido, con su Smartphone en una mano y una bolsa pequeña de algo acabado de comprar en la misma mano, lo que engrandece su gran palma de macho alfa. El sibarita nunca camina encorvado, va derecho por el mundo y ante la amenaza del flyer nunca pierde la calma ni detiene su marcha. Simplemente dice “ya la conozco” con risa autosuficiente y te da un golpecito imperceptible en el hombro con su mano libre.
El otro es el mundano, muy cercano al sibarita, incluso similar y tal vez derivado de éste, salvo que se distingue del primero por su manera de acercarse al flyer. No se sabe si la conoce o no, porque niega el flyer sin hablar, guiñando tenuemente un ojo y frunciendo la boca como diciendo no puedo, por más que quiera, no me vas a ofrecer nada mejor de lo que ya tengo, ese papel no me va a deslumbrar ni a cambiar mi existencia.Sibaritas y mundanos son caminantes que el Passeig de Gràcia reclama, necesita y fabrica. La avenida de la burguesía catalana pujante, el emblema de la ciudad europea se mantiene vivo, sobre todo, gracias a ellos.
Se acercan las dos de la tarde. Hasta las 19 h no tendré ningún mensaje más de Mónica. Eso es lo bueno de acabar la mitad de la jornada del día de hoy. Lo malo es tener que volver a la parrilla a entregar el sobrante, marcar tarjeta simbólica y escuchar a Raúl, su esposo, diciendo que Mónica no está muy convencida, que me tengo que esforzar más, que necesitamos a alguien con la camiseta puesta y que si sigo así Mónica me va a echar a la mierda. Mónica manda. Raúl comunica.
Dejo los flyers en el mostrador de la parrilla, intercambio unos chistes escatológicos con el uruguayo que cocina y salgo por Aragó oliendo a humo de vaca a la parrilla. Siempre me pregunto si algún otro repartidor de flyers hará lo mismo que yo, en otra esquina de Barcelona. Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que todos mis datos son recabados sobre el terreno. Nada de estudios o informes o manuales. He conseguido, incluso, ciertas estadísticas. El Efecto Carro Ganador, por ejemplo, es muy gráfico para entender algunos comportamientos del caminante. Cuando una turba cruza por Aragó después de un semáforo verde, si el de adelante acepta, todos aceptan. El Efecto Carro Ganador siempre funciona. No hay error. Basta con que una sola persona de los primeros lugares acepte para que todos la imiten. Todos acatan la onda verde. No es lo mismo si el primero que acepta es alguno del medio, ahí el optimismo en masa se difumina y las garantías de éxito son nulas. También hay tendencias. Ciertos tipos de personajes un tanto tópicos que responden al flyer según su vestimenta o aspecto. ¿Por qué? Quién sabe. Pero lo cierto es que los hippies, los hípsters y los japoneses nunca aceptan. Y que los musculosos de anabolizantes aceptan siempre.
Vuelvo a mi casa por Enric Granados. Las calles que la cruzan justo después de Aragó ilustran las conquistas del viejo reino homónimo: València, Mallorca, Provença, Rosselló y Còrsega. Camino a casa, todas las conquistas, una por una. Camino a casa, el esplendor de la corona. De regreso al trabajo, a las 19 h, cuando cae el sol, las conquistas se pierden, en orden decreciente, una por una: Còrsega, Rosselló, Provença, Mallorca y València. Hasta llegar a Aragó y volver a abrir la puerta del restaurante.
Mónica es una rubia teñida de Bahía Blanca. Habla con voz nasal y hasta parece una mujer guapa. Es muy raro que te mire a los ojos, quizás porque siempre está hablando por el móvil o con alguien sobre algo que implique dinero, inversión, construcción y otros derivados de la economía. Me entrega un montoncito de flyers. Noto sus dedos fríos y su mirada, esta vez sí, directa a mis ojos. Inquisidora. Y sonriente.
Si el sibarita y el mundano tenían un punto en común o uno era una versión del otro, hay dos tipos que son claramente antagónicos. Hablo del interferente y del sintonía. En el interferente entran los padres de familia anglosajones o escandinavos, que caminan veloces, controlando de cerca a sus hijos que van como patitos en fila. Estos padres van siempre con cara de estar pensando en algo más, en algo que está sólo un poco más allá de las farolas, las tiendas y los automóviles de la avenida. Por eso la interferencia: el flyer lo saca de su letargo intelectual de curtido buen viajero. Y eso no puede ser. La otra cara de la moneda es el sintonía, el que agrupa a la familia árabe tipo, en su amplio y heterogéneo conjunto. El padre de familia árabe camina muy lento, cargando su panza maciza con absoluta despreocupación. Sus hijos se le cruzan, van y vienen, se pegan y se gritan. Y él, imperturbable, con su mujer detrás en silencio. El flyer no sólo no le molesta sino que se detiene al recibirlo, lo estudia sin apuros y agradece con una palmada en el hombro.
Otra vez en mi puesto para completar la jornada. Recorro con la vista la fachada de la Casa Batlló. Nunca puedo dejar de mirarla. Las ventanas cavernosas, las columnas como huesos, el confeti psicodélico. Y los mitos sobre su interpretación. Hay quienes hablan de un arlequín que arroja papel picado sobre los balcones, rememorando el carnaval. Y están los más épicos que hablan de un homenaje a la leyenda de Sant Jordi: arriba está el dragón, los balcones serían las calaveras de los hombres que se comió el animal, las columnas los huesos, aunque una de ellas, en su parte superior, termina en una flor. Y lo que antes se veía como confeti, desde esta perspectiva sería la sangre del héroe catalanizado. La polémica sigue viva y aumenta el mito sobre el Gaudí que algunos consideran místico, otros católico, otros masón.
Lo que sí es seguro y no admite discusión alguna en este rincón de Barcelona es que los cabezas de familia son un objetivo básico para la captura de clientes. El flyer placebo es el indicado para los padres que llevan el carrito de bebé a cuestas. Es fijo: hombre con carro siempre acepta, sin excepción. Ese pequeño cuadrado de papel le sirve de distracción (fugaz, momentánea) en su marcha monótona, a sus ojos apesadumbrados de padre primerizo con nostalgia de esos veintipocos años que nunca volverán.
A veces, sobre la marcha, la táctica se acomoda y apunta a los niños. A esos que te miran por ser algo un poco diferente de toda esa monotonía incomprensible de maniquíes calvos y palacetes modernistas que sus padres les obligan a ver. Cuando el niño recibe el flyer, su hermano inicia una corta estampida para tener el suyo, acercándose corriendo tan celoso a reclamar igualdad de oportunidades.
Una última tipología es la del flyer marcial, el que determina una disciplinada espera de todos los integrantes de la familia. Funciona así: ante el intento de alcanzarlos