Barcelona inconclusa. Laureano Debat

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Barcelona inconclusa - Laureano Debat Candaya Abierta

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el derecho a decidir si antes o después, dependiendo del grado de higiene del cliente).

      Para los vecinos, Sonia y Jimena regentaban una agencia matrimonial. Así lo demostraba el cartel de un sensual angelito tallado en la puerta con un enorme corazón enflechado. El alquiler se pagaba con puntualidad y todos contentos, nadie preguntaba. La vida del edificio seguía su curso, sin alteraciones ni conflictos.

      “No se atienden moros, bajo ningún punto de vista”, decía Sonia, justificando su negativa en que le daban mal rollo, sobre todo los marroquíes. Tampoco le gustaban las salidas, sólo trabajaba en casa y de día. Jimena, en cambio, vibraba en la noche, esperaba ansiosa las invitaciones a Luz de Gas o al Trainning Pedralbes y luego al hotel, pero siempre tenía su casa como segunda opción.

      El horario de atención en la casa era de 9 de la mañana a 7 de la tarde. Los sábados se reservaban para algún cliente VIP o alguna otra interesante transacción a tiempo completo, pero si no, no se trabajaba. El domingo, descanso absoluto.

      VI

      A un mes de mi llegada, las chicas me trataban como si fuera de la familia. Cenábamos juntos, salíamos a caminar y pronto organizarían mi fiesta de cumpleaños, con pizzas caseras, globos y una torta de chocolate. Nunca supe por qué decidieron alquilarme una habitación por una suma de dinero que Sonia podía ganar en tan sólo 2 horas de sexo. Protección, complicidad, compañía, mera presencia masculina en un piso tan femenino. Nunca supieron decírmelo con certeza.

      Tal vez esa omisión haya reforzado el vínculo familiar que establecimos entre los tres, como si hubiera sido así siempre, de manera natural. Y quizás alimentara, también, la escritura de la novela sobre mi vida con ellas.

      Los nueve meses que pasé en esa casa están escritos en libretas apiladas en un armario, listas para convertirse en esa novela que Sonia, hace tan sólo unos meses, recordó haber deseado, cuando le escribí un e-mail para comentárselo. Lejos de Barcelona y de la prostitución, ahora vive entre Mendoza y Santiago de Chile, cruzando con frecuencia la Cordillera de los Andes, que fue su cuna y donde pasó su adolescencia. Y que ahora ha redescubierto como un refugio, después de su larga aventura barcelonesa.

      FLYERS A LA PARRILLA

      Nunca agacharse. La actitud sumisa nunca impone respeto, conduce al rechazo. Siempre recto. Espalda recta. Los brazos relajados, sueltos y amables. Elongación de hombros, tríceps y bíceps, pasos básicos en la antesala de la actividad aeróbica. Practicar la sonrisa, nunca muy cómplice, nunca muy distante. Sonrisa templada y sutil, amigable sólo hasta cierto punto. Rotación de cintura y muñecas para aceitar los engranajes. Cuádriceps y gemelos, al final. Los auriculares puestos. El bolso colgado en bandolera. Llave a la puerta. El Eixample a mis pies.

      Salgo de casa silbando Chemical Brothers, me voy acercando al Gaixample. Cruzo lindas panaderías, restaurantes de moda, chaflanes con camionetas de carga y perros pequeños atados con correa. Aragó parte en dos la Plaça Letamendi. Giro a la izquierda y miro mi último mensaje de texto: Te dejo los panfletos en una bolsa negra al lado de un árbol, frente al restaurante. Ahí está la bolsa. Se ve desde la esquina. Negra y amorfa, entre el frenesí de automóviles y peatones que la ignoran. Desato el doble nudo, deposito la carga en mi bolso y sigo caminando. Me detengo en la tienda Desigual y arrojo la bolsa al tarro de residuos. Doy una mirada rasante y panorámica por el Passeig de Gràcia. El semáforo se pone verde. Tengo que cruzar.

      El medio es el mensaje. Yo soy el medio. No hablo, sólo reparto. Reparto el mensaje. Yo soy el medio que habilita el mensaje. Sin filtro ni operaciones. Sin conciencia. Soy un agente de las brasas. Un apático militante de la carne argentina. El mensaje es un trozo de papel cuadrado impreso en blanco y negro que promete buenos precios en entrecot, vacío, entraña y otros derivados de la vaca, aceptables para la cultura ibérica y turística en general. El mensaje: A classical Argentinian restaurant where you can enjoy with family, friends or fellow workers, wonderful lunches and dinners, from Monday to Saturday, with the most delicious meats imported daily from Argentina.

      Nadie sabe quién soy, qué haré ni dónde me detendré mientras cruzo anónimo por Aragó, entre la masa de paseantes silenciosos. Una masa que se disuelve al cruzar, en la vereda de enfrente. Gotas de agua que se pierden, que viajan juntas en un chorro diluido en un océano. Yo me disuelvo en la entrada de la Casa Batlló, entre los dos hormigueros turísticos que se forman ahí todos los días: el de los que hacen fila para entrar y el del amontonamiento de cámaras que la fotografían desde afuera. Me miro los pies. Están firmes sobre las pulidas baldosas de corales que Gaudí diseñó en exclusiva para el Passeig de Gràcia. Doy una mirada rasante por todos los edificios que hay alrededor. En uno de ellos estará Mónica, fumando hiperquinética y observando mis movimientos.

      El concepto de flâneur prescribía movimiento. Sin desplazamiento no había flâneur. ¿Cómo observar pensando si uno no se mueve? ¿Sobre qué ciudad se reflexiona en la quietud? El dandy intelectual recorría las calles de París del siglo XIX y escribía sobre sus personajes y sus atmósferas. Yo también quiero ser un flâneur. Pero de acá, en esta esquina del Passeig de Gràcia, que también es del siglo XIX. Sólo que tengo un inconveniente: estoy estático, no me muevo. Los personajes y las atmósferas vienen a mí, de golpe. Yo no los busco. Ellos son los que pasan y pasean. Aunque también es cierto que en la etimología de la palabra está “silla” y “holgazán”. Por eso, veré el mundo que me circunda con cierta curiosidad perezosa. Retomaré la leyenda de los primeros flâneurs y miraré lo me que traiga la marea. En vez de pasear tranquilo como un dandy, seré yo el paseado. Seré yo el recorrido por los paseantes.

      Empezar es fácil. No hacen falta muchos aspavientos ni prolegómenos. Se saca un manojo de papeles y se empiezan a repartir, sin olvidarse nunca de mirar a los ojos y sonreír. Nada más. Y no perder el ritmo, nunca. Porque pasa mucha gente todo el tiempo. Nunca dejan de pasar y hay que aprovechar las dos horas del mediodía, que son las más flojas para la cocina. De 12 h a 14 h. La gente nunca sabe bien a dónde puede ir a comer. Yo les enseño un camino, les doy una alternativa, les muestro la luz de las brasas. Nuevo mensaje de texto: ¡¡¡Nene!!! No te pongas muy en la esquina, esperalos más en frente a la Casa Batlló. Por si tenés que hablar con ellos es más fácil. Los agarrás mejor. ¿Entendés? Mónica está atenta a todo. Qué suerte tenerla con nosotros.

      Soy un hombre libre. O eso creo. El flâneur prescribía la libertad, aunque también el ser ocioso. Y yo estoy trabajando. No para los registros de Hacienda, pero estoy trabajando. Balzac hablaba de “la gastronomía del ojo”, la exquisitez visual como parte fundamental de todo flâneur. Una parrilla es gastronomía. Tengo el mensaje de las brasas. Y tengo el ojo. Y devoción por la multitud y el anonimato, por mezclarme en esta masa ingente y desproporcionada que crece y crece sobre la vereda. ¡Gracias, Baudelaire!: “Su pasión y su profesión han de ser una sola carne con la multitud. Para el flâneur perfecto, para el espectador apasionado, es una alegría inmensa establecer un hogar en el corazón de la multitud, en medio del flujo y reflujo del movimiento, en medio del fugitivo y lo infinito”. Walter Benjamin me da el último impulso, decretando la muerte del flâneur con el triunfo del capitalismo y de la sociedad de consumo, viéndolo ya no como un apasionado observateur parisino sino como otro signo más de la alienación urbana. Un burgués diletante que surge, al igual que el fenómeno turístico, con este capitalismo de consumo y esta vida moderna. ¡Perfecto!

      Kafka decía que en el cine nunca es la mirada la que escoge las imágenes, sino que son ellas las que escogen la mirada. Desorbitado por la velocidad de la secuencia, mareado, necesitaba pausas, ese detenimiento que sólo puede brindar la fotografía. Para Víctor Fournel la experiencia del flâneur era como “una fotografía en movimiento de la experiencia urbana”. Y, qué novedad, después de Kafka todos nos sentimos cucarachas o anónimos K ante la multitud. Y como soy yo el paseado y no

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