Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

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Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo

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insubordinación armada durante la guerra de la independencia primero y, posteriormente durante la guerra civil norteamericana, más conocida como “guerra de secesión”.

      Tomamos luego el caso de Canadá porque se trata, al contrario del caso estadounidense, de una insubordinación pacífica exitosa que demuestra que, también por ese camino, se puede acceder a una insubordinación fundante y en consecuencia, al desarrollo.[1] Además, Canadá demuestra que la Argentina, eligiendo un camino diferente, el de la subordinación, allá por la década de 1880 –aunque poseyendo similares condiciones naturales–, frustró el sendero de su desarrollo industrial. El caso canadiense deja en claro que existía una opción alternativa y superadora que, en el tiempo, lo condujo al desarrollo y la autonomía. La Argentina, por el sendero de la inserción en el sistema internacional, como simple productor de materia prima, se quedó en la frustración y la dependencia.

      Abordamos también el caso de Corea del Sur, porque demuestra que, aun un pequeño país, pobre, desprovisto casi de materias primas y recursos energéticos, puede ponerse de pie contando únicamente con sus propios recursos, a condición de rechazar de plano el pensamiento liberal hegemónico. Importa destacar que Corea del Sur pudo alcanzar su desarrollo industrial en tiempo cercanos y estando apenas a unos kilómetros de distancia de un Japón superdesarrollado, industrial y tecnológicamente. En definitiva demuestra que, aun hoy, el camino es posible.

      Finalmente, el hecho de que la principal potencia mundial –la primera nación en llevar a cabo, en el siglo xviii, un proceso de insubordinación fundante y construir un Estado continental– se encuentre sumida en una de sus más severas crisis y que muchos de los Estados que, en este texto y en nuestros anteriores escritos, hemos puesto como ejemplos de desarrollo, se encuentren también en crisis, nos obliga a reflexionar, en los últimos capítulos, sobre las causas profundas de estas crisis. Crisis que están provocado un deterioro enorme del grado de desarrollo y bienestar que esas naciones habían logrado alcanzar luego de la Segunda Guerra Mundial y que han causado la aparición, nuevamente, en el seno de esas sociedades, increíblemente, de los fantasmas de la pobreza y el hambre que se creían completamente desterrados. También importa señalar que desentrañar estas causas es fundamental para la comprensión de las claves del fracaso y el éxito de las naciones en el devenir de la historia. Pero, sobre todo, dilucidar las causas de la crisis que atraviesa en particular la Unión Europea es una cuestión fundamental– principalmente para los países que conforman la América del Sur– a fin de no realizar los mismos errores que ha cometido Europa en su proceso de integración.

      Capítulo 1

      La génesis del sistema internacional y el desarrollo de los Estados

      El primer orden económico global

      En su libro La civilización puesta a prueba, Arnold Toynbee sostiene que los viajes oceánicos de descubrimiento que protagonizaron los marinos de Castilla, Portugal y luego los de Inglaterra, Holanda y Francia fueron un acontecimiento histórico epocal porque, desde los alrededores del 1500, la humanidad quedó reunida en una única sociedad universal.[2]

      Importa destacar que, con los viajes oceánicos de descubrimiento protagonizados por los grandes navegantes, comenzó a formarse, lentamente, un orden económico inclusivo de todo el planeta (Ferrer, 2001: 11). El surgimiento de ese primer orden económico global coincidió “con un progresivo aumento de la productividad, inaugurado con el incipiente progreso técnico registrado durante la Baja Edad Media. La coincidencia de la formación del primer orden económico global con la aceleración del progreso técnico no fue casual. La expansión de ultramar fue posible por la ampliación del conocimiento científico y la mejora en las artes de la navegación y la guerra. Hasta entonces, el crecimiento del producto había sido muy lento, y las estructuras económicas y los ingresos medios de los países, muy semejantes. De este modo, las relaciones internacionales, e incluso la conquista y la ocupación de un país por otro, incidían marginalmente en los niveles de productividad y en la organización de la producción. A medida que el progreso técnico y el aumento del ingreso fueron transformando la estructura de la producción y la composición de la demanda, las relaciones de cada país con su entorno ejercieron una influencia creciente sobre su desarrollo” (Ferrer, 2002: 55-56).

      Bajo la hegemonía británica se produce la plena expansión capitalista mundial que fue polarizante desde un principio dado que el sistema internacional, conducido por Inglaterra, se basaba en un mercado integrado de mercancías y de capital, pero no del mercado de trabajo. De esa forma, la expansión capitalista no sería, en la periferia del sistema internacional, portadora del progreso –como creía Marx– sino de la miseria del subdesarrollo.[3]

      Como bien señaló Samir Amin (2001), desde el momento en que las mercaderías y el capital salieron del espacio nacional para abarcar el mundo surgió el problema del reparto de la plusvalía a escala mundial. En ese escenario político y económico, en la periferia del sistema, sólo los Estados que lograron, a través de un proceso de insubordinación fundante, la subordinación de las relaciones con el exterior a la lógica y a las exigencias del desarrollo interno pudieron llevar a cabo una verdadera política de desarrollo industrial.

      Durante el transcurso del siglo xix, Estados Unidos, Alemania, y Japón –citados por el orden cronológico de sus respectivas insubordinaciones fundantes–, a través de una vigorosa contestación al dominante paradigma de la división internacional del trabajo y de un adecuado impulso estatal, lograron realizar un exitoso proceso de industrialización, que les permitió convertirse en sociedades desarrolladas, salir de su condición periférica y transformarse, primero, en países efectivamente autónomos y, luego, en miembros plenos de la estructura hegemónica del poder mundial.[4] Tanto Estados Unidos como Alemania y Japón, cuando lograron completar su proceso de industrialización, comenzaron a predicar –como en su momento lo había hecho Inglaterra– como fórmula del éxito un camino totalmente distinto del que ellos habían recorrido para alcanzarlo.

      La ubicación y el rol de los Estados en el sistema internacional

      Como ha sostenido reiteradamente Helio Jaguaribe, una lectura objetiva de la historia de la política internacional permite afirmar con claridad que siempre han sido las condiciones reales de poder las que han determinado la ubicación y el rol de los Estados en el sistema internacional, incluidas en esas condiciones la cultura de una sociedad y su psicología colectiva. Así contempladas las relaciones internacionales, afirma el gran pensador brasileño, se observa, desde la antigüedad oriental a nuestros días, el hecho de que esas relaciones se caracterizan por ser de subordinación, que diferencian pueblos y Estados subordinantes y otros subordinados. Este hecho lleva a la formación, en cada ecúmene y en cada período histórico, de un sistema centro-periferia marcado por una fuerte asimetría, en la que provienen del centro las directrices regulatorias de las relaciones internacionales y hacia el centro se encaminan los beneficios, mientras la periferia es proveedora de servicios y bienes de menor valor, y queda, de este modo, sometida a las normas regulatorias del centro.

      Las características que determinan el poder de los Estados y las relaciones centro-periferia cambian históricamente, adquieren una notable diferenciación a partir de la Revolución Industrial y actualmente, con la plena realización de la revolución tecnológica, llegan a una aun más notable diferenciación.

      Las estructuras hegemónicas de poder

      El escenario y la dinámica internacionales –como sostiene Samuel Pinheiro Guimarães– en que actúan los Estados periféricos se organiza en torno de estructuras hegemónicas de poder político y económico, cuyo núcleo está formado por los Estados centrales. Tales estructuras son el resultado de un proceso histórico.[5] Las mismas favorecen a los países que las integran y tienen, como objetivo principal, su propia perpetuación.

      Estas estructuras hegemónicas de poder están conformadas por una red de vínculos de interés y derecho

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