Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

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Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo

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alrededor de siete millones de kilómetros cuadrados y a casi cuatrocientos millones de personas no británicas. (29)

      La subordinación ideológico-cultural produce en los Estados subordinados una “superestructura cultural” que forma un verdadero techo de cristal que impide la creación y la expresión del pensamiento antihegemónico y el desarrollo profesional de los intelectuales que expresan ese pensamiento. El uso que aquí damos a la expresión “techo de cristal” apunta a graficar la limitación invisible para el progreso de los intelectuales antihegemónicos, tanto en las instituciones culturales como en los medios masivos de comunicación.[12]

      El complejo financiero-intelectual

      Discurriendo de lo general a lo particular y del pasado al presente, podemos afirmar que en los últimos treinta años los Estados centrales han tenido como uno de sus más importantes objetivos el de imponer a los países periféricos el modelo neoliberal. Acertadamente afirma sobre el particular Ha-Joon Chang (2009):

      En lo que respecta a los países en vías de desarrollo, el programa neoliberal ha sido impuesto por una alianza de gobiernos de países ricos encabezada por Estados Unidos y arbitrada por la “impía trinidad” de organizaciones económicas internacionales que controlan en buena medida: el fmi, el Banco Mundial y la omc. Los gobiernos ricos utilizan sus presupuestos de ayuda y el acceso a sus mercados nacionales como incentivos para inducir a las naciones en vía de desarrollo a adoptar medidas neoliberales. Esto se hace, a veces, para beneficiar a empresas concretas que ejercen presión pero, generalmente, para crear un entorno en el país subdesarrollado en cuestión, que sea favorable a los artículos e inversiones extranjeras en general. El fmi y el Banco Mundial hacen su papel adjuntando a sus préstamos la condición de que los países receptores adopten políticas neoliberales. La omc contribuye haciendo normas de comercio que favorecen el libre comercio en sectores en los que las naciones ricas son más fuertes, pero no en los que son débiles (por ejemplo, agricultura o textil). Estos gobiernos y organizaciones están respaldados por una legión de ideólogos. Algunas de esas personas son académicos muy bien preparados que deberían conocer los límites de sus aspectos económicos de libre mercado, pero tienden a olvidarlos cuando se trata de dar consejos políticos (como ocurrió, especialmente, cuando asesoraron a las economías ex comunistas en la década de 1990). Juntos, esos diversos organismos e individuos forman una poderosa maquinaria propagandista, un complejo financiero-intelectual respaldado por dinero e influencia. (31)

      Son precisamente esos intelectuales –respaldados por el poder del dinero, por la poderosa maquinaria propagandística montada por las grandes potencias y por el capital financiero internacional– los que han logrado falsificar la historia del desarrollo de las naciones e imponer una “historia oficial” que oculta el hecho de que los países actualmente desarrollados, para llegar a serlo, aplicaron sistemáticamente el proteccionismo económico, la discriminación a los inversores extranjeros y la subvención permanentemente a sus industrias deficitarias. Como sostiene Ha-Joon Chang, los países desarrollados se han hecho ricos aplicando un modelo económico intervencionista y proteccionista totalmente contrario al modelo económico neoliberal que hoy predican como panacea para llegar a la prosperidad a los países subdesarrollados o en vías de desarrollo.

      Paradoja de la historia, esos mismos intelectuales –al servicio del capital financiero internacional– hoy enseñan a las poblaciones de los países ricos –con la sola finalidad de que la crisis no la paguen los grandes bancos– que deben aceptar pasivamente la aplicación de planes de ajuste que deterioran enormemente el nivel de vida y que, de continuar en esa senda, en un futuro llevarán a la pobreza a un sector importante de la población. Con justa razón ha afirmado Aldo Ferrer que los países centrales se están “cocinando en su propia salsa”.

      El surgimiento del pensamiento crítico

      En algunos de los Estados que han sido sometidos por las potencias hegemónicas a una política de subordinación cultural surge, como reacción, un pensamiento crítico que lleva adelante una insubordinación ideológica que es, siempre, la primera etapa de todo proceso emancipatorio exitoso. Cuando ese pensamiento crítico logra plasmarse en una política de Estado, se inicia un proceso de insubordinación fundante (Gullo, 2008) que, de ser exitoso, logra romper las cadenas que atan al Estado, cultural, económica y políticamente, con la potencia hegemónica.

      En la Argentina, al pensamiento crítico o antihegemónico sus propios protagonistas lo designaron “pensamiento nacional” por contraposición al pensamiento producido por la subordinación cultural, al que denominaron, implícitamente, “pensamiento colonial”. Ese pensamiento colonial, para los hombres del pensamiento nacional, daba origen a partidos políticos, de izquierda o de derecha, que no cuestionaban la estructura material ni la superestructura cultural de la dependencia.

      Por ello, podía haber, en los términos expresados por esos mismos hombres del pensamiento nacional, tanto una derecha como una izquierda “cipayas”.[13]

      La competencia por el poder y el desarrollo económico-tecnológico

      La independencia real de los Estados no es equivalente a los alardes retóricos de independencia; la independencia real –o, si se quiere, la mayor autonomía posible que puede alcanzar un Estado dentro del sistema internacional– es consecuencia directa de su poder nacional y por ello, en las actuales circunstancias, resulta fundamentalmente consecuencia directa del desarrollo económico-tecnológico. Siendo, entonces, el desarrollo económico-tecnológico la condición fundamental –aunque no suficiente– para la construcción del poder nacional, es natural que los Estados subordinantes estén interesados en impedir, estorbar, retrasar o limitar el desarrollo económico-tecnológico de los subordinados.

      La naturaleza misma del sistema internacional lleva a que todo Estado tienda a evitar siempre, en la medida de sus posibilidades, la aparición de eventuales competidores. Es la propia naturaleza del sistema internacional la que empuja a los Estados que más poder tienen a impedir que otros aumenten su poder nacional. Las únicas excepciones a este principio que rige las relaciones internacionales –en todo tiempo y lugar– se producen en las siguientes circunstancias:

      1) Cuando una imperiosa necesidad de carácter geopolítico obliga a un Estado subordinante a consentir, tolerar o fomentar el desarrollo económico de uno subordinado. Tal fue el caso, por ejemplo, en el marco de la Guerra Fría, de Estados Unidos respecto de Alemania Occidental y de Japón que, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se habían convertido en Estados completamente subordinados a Estados Unidos pero cuyo pleno desarrollo le era imprescindible al poder norteamericano, a fin de derrotar a su enemigo principal: la Unión Soviética.

      2) Cuando un Estado subordinante, a fin de poder explotar plenamente las riquezas de uno subordinado, se ve obligado –por una necesidad de carácter económico– a fomentar la infraestructura necesaria para la extracción de la riqueza en la cual está interesado. Así, la penetración económica del Estado subordinante en el subordinado tiene, en un principio, un carácter progresista pero el progreso que consigue el Estado subordinado es siempre limitado, deformante y controlado. Tal fue el caso, por ejemplo, a fines del siglo xix y comienzos del siglo xx, de Gran Bretaña respecto de la Argentina y Uruguay, caso que denominamos la paradoja rioplatense o la paradoja del crecimiento sin desarrollo.[14]

      Resulta un hecho históricamente innegable que a partir de fines del siglo xviii el desarrollo económico fuese sinónimo de industrialización y que ésta se constituyera, desde entonces, en uno los elementos estratégicos clave en la construcción del poder nacional de los Estados. Explicitada esta premisa fundamental de nuestro razonamiento, debemos entonces aclarar –yendo de lo general a lo particular– que, si procedemos a situar históricamente el principio general que hemos enunciado (los Estados subordinantes están siempre interesados en impedir, estorbar, retrasar o limitar el desarrollo económico de los subordinados), desde fines del siglo xviii hasta mediados del xx el desarrollo específico

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