Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

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de Inglaterra, luego de Estados Unidos, Alemania, Japón y, recientemente, de Corea del Sur y lo será, en un futuro posiblemente cercano, de China, Brasil y de la India.

      3) Que un considerable porcentaje de los economistas –bien intencionados– actúan, inconscientemente, como ejecutores (agentes) de la subordinación ideológico-cultural de los países periféricos.

      Las secuelas de la subordinación ideológica

      Una de las principales consecuencias de la subordinación ideológico-cultural consiste en que en los países periféricos las elites tradicionales y la clase media tienden a imitar, frecuentemente, los patrones de consumo de los países de elevado nivel de desarrollo. Siguiendo el pensamiento de Celso Furtado, afirmamos que este hecho explica la tendencia a la concentración de la renta y la fuerte propensión para importar que sufren los Estados subordinados, de lo que resulta, según Furtado, un doble desequilibrio: el primero se manifiesta como deficiencia de la capacidad para importar, y el segundo se manifiesta como insuficiencia del ahorro interno. Resulta fácil percibir que en los países subordinados los elevados patrones de consumo de la llamada “clase media” tienen, como contrapartida, la esterilización de una parte sustancial del ahorro y el aumento de la dependencia externa del esfuerzo de inversión.[16]

      Con la aparición de los medios masivos de comunicación, ciertos patrones de comportamiento de las minorías de altas rentas comenzaron a difundirse al conjunto de la sociedad. De esa forma, comenzó a gestarse en los Estados periféricos una “sociedad de masas falsificada” donde coexisten formas sofisticadas de consumo superfluo y carencias esenciales en el mismo estrato social e, incluso, hasta en la misma familia.

      La falsificación de la historia como herramienta de subordinación

      En suma, a través de la falsificación de la historia las grandes potencias persiguen el objetivo de que los Estados periféricos ignoren cómo ellas han construido sus respectivos poderes nacionales. Las grandes potencias, a través de la desfiguración del pasado, tratan de impedir que los pueblos subordinados posean la técnica y la aptitud para concebir y realizar una política de construcción de sus respectivos poderes nacionales. Hay una falsificación de la historia –construida desde los centros hegemónicos del poder mundial– que oculta el camino real que recorrieron las naciones hoy desarrolladas para construir su poder nacional y alcanzar su actual estado de bienestar y desarrollo. La falsificación de la historia oculta que todas las naciones desarrolladas llegaron a serlo renegando de algunos de los principios básicos del liberalismo económico, en especial de la aplicación del libre comercio, es decir aplicando un fuerte proteccionismo económico, pero hoy aconsejan a los países en vía de desarrollo o subdesarrollados la aplicación estricta de una política económica ultraliberal y de libre comercio como camino del éxito.

      Al respecto de la falsificación de la historia afirma, benévolamente, Ha-Joon Chang (2009):

      La historia del capitalismo se ha reescrito hasta el punto que mucha gente del mundo rico no percibe la doble moral histórica que supone recomendar libre comercio y libre mercado a naciones en vías de desarrollo. No estoy insinuando que existe un siniestro comité secreto en alguna parte del mundo que borra sistemáticamente la gente indeseable de las fotos y reescribe crónicas históricas. No obstante, la historia la escriben los vencedores y es humano reinterpretar el pasado desde el punto de vista del presente. Como consecuencia, con el tiempo los países ricos han reescrito gradualmente sus propias historias, aunque de un modo a menudo subconsciente, para hacerlas más coherentes con la imagen que tienen hoy de sí mismos, en lugar de cómo fueron en realidad. (33)

      Es precisamente esa falsificación de la historia la que oculta, por ejemplo, que Estados Unidos fue, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, el bastión más poderoso de las políticas proteccionistas y su hogar intelectual. El análisis histórico objetivo no deja duda alguna de que, después de la finalización de la guerra civil, Estados Unidos adoptó decididamente como política de Estado el proteccionismo económico y que, gracias a este sistema, protagonizó uno de los procesos de industrialización –por su rapidez y profundidad– más asombrosos de la historia.[17]

      La reescritura de la historia del capitalismo alemán no da cuenta hoy en día de que el despegue económico, iniciado por el Zollverein (1834), fue apuntalado por la Seehandlung –una especie de banco de fomento industrial bajo control absoluto del Estado– que desempeñó un papel capital en la financiación y el pertrechamiento de la industria y que impulsó el Zollverein, y eso a pesar de la resistencia de una parte importante de la población. Hoy los académicos alemanes tienden a olvidar con gran facilidad que a través de la Seehandlung los industriales alemanes tuvieron la oportunidad de acceder a un financiamiento de largo plazo y bajo interés que, de otro modo –es decir, en lo que actualmente denominamos “condiciones de mercado”–, jamás habrían podido obtener. Menos quieren recordar los intelectuales alemanes que cuando en 1890 el gobierno alemán elevó considerablemente los aranceles, el país comenzó a vivir una segunda ola de industrialización que multiplicó por cinco su producción de artículos manufacturados.[18]

      Ciertamente no es el ejemplo alemán un caso aislado de olvido y reescritura. En Italia, por ejemplo, los economistas neoliberales tienden a olvidar que a partir de 1876 –cuando Agostino Depretis fue nombrado primer ministro– el país adoptó medidas para proteger y fomentar el desarrollo industrial que cubrían un vasto abanico, desde la protección arancelaria hasta la nacionalización de sectores estratégicos, pasando por la implementación de subsidios a actividades específicas, la expansión del crédito industrial y la capitalización estatal de empresas mixtas.

      Es justamente esa falsificación o reescritura de la historia la que oculta que el pueblo suizo votó en 1898 la estatización de la mayoría de las líneas férreas, que la Confederación Helvética mantuvo durante las últimas décadas del siglo xix y principios del xx una fuerte protección arancelaria para resguardar de la competencia extranje-

       ra a sus incipientes industrias de ingeniería y que se negó hasta 1907 a sancionar una ley de patentes que abarcara los inventos químicos a fin de dejar las manos libres a las empresas suizas para que éstas pudieran tomar “prestada”, sin pedir permiso, la tecnología farmacéutica y química que inventaban las compañías alemanas.

      La historia oficial de la globalización tampoco da cuenta de que el Estado japonés, a partir de la Revolución Meiji (1868), creó y administró todas las primeras grandes industrias y que hasta 1884 en el país existió un solo actor que realizaba los estudios de factibilidad, construía las fábricas, compraba las maquinarias y administraba las empresas creadas: el Estado. Tampoco se recuerda que en 1911 el gobierno japonés –inspirándose en las leyes estadounidenses de fomento de la industria naval de 1789– prohibió la navegación costera a los países extranjeros y que este hecho permitió que los Mitsubishi fundaran entonces, en combinación con los Mitsui y los Ocurra, la Osaka Shosen Kaisha y luego la Kogusai Kisen Kaisha, que le permitieron a Japón no sólo realizar la navegación de su litoral sino crear líneas de navegación hacia África, Australia, Estados Unidos, Europa y Sudamérica. Importa destacar que cincuenta años después de que el gobierno Meiji decidiera crear, mediante el impulso estatal, la industria naviera, la marina mercante del país disponía de 4.000.000 de toneladas de capacidad de carga. Esta capacidad se había centuplicado. La historia oficial de la globalización tampoco reporta el hecho de que después de la Segunda Guerra Mundial el Ministerio de Comercio Internacional y de la Industria (miti) volvió a reeditar la esencia de la política económica de la Revolución Meiji. La historia oficial no da cuenta de que entre las leyes más importantes fomentadas por el miti figuran la Ley sobre el Control de Cambio y el Control del Comercio Exterior –del 1 de diciembre de 1949– que le otorgaba a ese ministerio el derecho de controlar las importaciones, así como la Ley sobre Inversiones Extranjeras del 10 de mayo de 1950, que lo facultaba para el control virtual sobre todos los capitales, de corto o largo plazo, que llegaran a Japón. Es también esa falsificación de la historia

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