Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

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Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo

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o indirecta, a sus principales fábricas de automóviles y que rescató –con dinero público– reiteradamente a la Toyota de la quiebra.

      La historia oficial tampoco cuenta que países como Francia, Italia, Austria, Noruega o Finlandia aplicaron, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de 1960, aranceles relativamente altos para proteger a las industrias que consideraban vitales para su desarrollo y autonomía.

      Importa precisar también que en cada Estado subordinado la elite que detenta el poder y el control de la superestructura cultural lleva adelante una permanente falsificación de la historia a fin de ocultar su carácter “colaboracionista”, es decir, su rol de instrumento de la dominación extranjera. En el relato de la historia del Estado elaborado por la elite “colaboracionista” está particularmente ausente el papel que ella misma desempeñó, a través del tiempo, para mantener a su propio Estado en una situación de subdesarrollo y dependencia.

      Una revisión histórica –como ya se ha dicho– que tenga por finalidad descorrer el velo de la realidad político-económica verdaderamente puesta en práctica por los países actualmente desarrollados resulta ineludible a fin de confrontarla con la falsedad –tanto real como ideológica– de la “historia oficial”, una historia construida “a medida”, y por lo tanto falsa, para que desnude la realidad histórica y los países subdesarrollados o en vía de desarrollo no sólo la conozcan sino que puedan aplicarla, a fin de poner en práctica las medidas y tomar los rumbos reales que permitan a sus pueblos salir de la pobreza y a los países alcanzar el desarrollo más pleno.

      No es, sin embargo, que propongamos una “copia” lisa y llana de los procesos sino un conocimiento de la realidad conceptual que imbuyó, por igual, a todos los procesos de desarrollo exitoso y eludir los errores, también conceptuales, de aquellos pueblos que fracasaron en sus intentos. Se trata de adaptar lo conceptual real a cada tiempo y espacio histórico, sin por ello abandonar las esencias, y en la medida en que se vayan aplicando, eludir –también con la experiencia– los errores ajenos o, mejor y más simple y claramente dicho, valerse de la experiencia ajena, porque la experiencia propia llega tarde y cuesta cara.[19]

      Capítulo 3

      Portugal: el primer fruto del impulso estatal

      La aventura portuguesa

      Como ya mencionamos en un trabajo anterior (Gullo, 2008), es en 1415 cuando Portugal, con sus navegantes y marineros, se lanza a la por entonces insospechadamente audaz y riesgosa aventura de avanzar al sur, a través del Atlántico. De este modo, se constituye en el primer país en acometer el desafío de librar a Europa de la dependencia terrestre que imponían los musulmanes para alcanzar Oriente y conseguir allí los valiosos cargamentos de especies (primera riqueza buscada), que permitían una verdadera “soberanía alimentaria y farmacéutica” dado que las especies resultaban el único medio

       de conservar los alimentos y elementos básicos para la elaboración de los medicamentos más usados en la época. En tal sentido, desde hacía tiempo y a través de una verdadera “política de Estado” Portugal estaba desarrollando, con apoyo de su Corona, un plan concreto de fomento de la navegación como medio de liberación de la dependencia alimentaria y farmacéutica. Así fue como la decisión de la Corona portuguesa llevó a financiar, no sólo con créditos y exenciones impositivas, la construcción de embarcaciones (el interés del reino fue tal que llegó a realizar cesiones gratuitas de madera y víveres para la construcción y el armado de buques) y también, principalmente, favoreció la investigación científica que les permitió contar con los conocimientos necesarios para acometer la gran aventura de navegar el océano Atlántico. El principal fruto de la investigación fomentada y financiada por el Estado fue el diseño y la construcción de la carabela, la embarcación más moderna de su época cuyas características le permitieron a Portugal –y luego a los otros reinos que tomaron para sí la empresa– la conquista del Nuevo Mundo y acometer el desafío con las herramientas apropiadas. Portugal eligió el camino al sur, bordeando el continente africano con el objetivo de llegar a Asia y establecer un comercio directo con aquellos reinos donde florecían las estratégicas especies y, por cierto, tratar de beneficiarse con todas aquellas oportunidades comerciales que pudieran presentarse para expandir el comercio y lograr un objetivo “teleológico” inherente al emprendimiento: el predominio y la independencia por sobre sus enemigos. Una independencia y un predominio que la larga, peligrosa y costosa ruta terrestre, cercada de enemigos, hacía de otro modo imposibles. La ruta terrestre que, por entonces usaba toda la Europa, se veía “minada” por las innumerables “aduanas secas”, principalmente en manos de reinos musulmanes, enemigos religiosos con quienes los reinos europeos libraban una batalla que, puesta en términos simples, era de liberación o dominio, real y cultural. La ruta terrestre, además, encarecía la vida independiente de los europeos –al punto de amenazarla– y, por ende, su libertad de acción y su posibilidad de crear una capacidad de resistencia sólida y, más aún, de alcanzar el umbral de poder al que aspiraban.

      La industria naviera portuguesa nace pues, también, del impulso estatal, profundamente orientada políticamente. Lisboa se torna progresivamente en un gran puerto “internacional”. Los comerciantes locales vendían vinos, pescados, sal, pero, al igual que la Corona, estaban interesados en expandir estos rubros e incluir entre sus productos a las especies, el oro y los esclavos. Para ello, navegar por la costa africana para llegar a Asia urgía de modo perentorio.

      El mismísimo rey Juan I (1358-1433) se pone al frente de la empresa. El primer escollo se encuentra a pocas millas marinas y se llama Ceuta, poderoso enclave musulmán al que es menester sortear para seguir al sur. En 1415, año crucial, reúne más de doscientos barcos y veinte mil hombres para atacar la fortaleza musulmana de esa ciudad. La victoria portuguesa es completa y aunque en toda la Europa cristiana se festeja el triunfo portugués como un triunfo de la “cristiandad”, no son pocos los reinos que comienzan a mirar con desconfianza lo que entendían podía ser el inicio de una expansión de Portugal y su eventual construcción de poder que pudiese predominar por sobre ellos. Así, en lo religioso, la toma de Ceuta es entendida, en toda Europa, como la continuación de la “reconquista de los territorios cristianos”, pero en lo político el suceso no deja de generar ciertos recelos.

      El protagonista de este primer paso hacia el “sur” y de allí a Asia es el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460), quien comanda la batalla por Ceuta y aborta, luego, un intento musulmán de reconquista de esa plaza. Su padre, el rey Juan i, lo arma caballero, simbólicamente, en la antigua mezquita de la ciudad reconquistada.[20]

      Enrique emprende así lo que consideraba su sino: navegar por las costas de África para poder llegar a Asia sin pasar por ningún territorio musulmán. Los más eminentes científicos de la época son reunidos por la Corona, en Sagres: sabios y especialistas de toda clase, desde astrónomos a cartógrafos, pasando por experimentados navegantes, constructores y armadores de embarcaciones, sin excluir a estudiosos del instrumental de navegación. El impulso estatal, como en todos los casos históricos de empresas nacionales exitosas, resulta determinante. Esta inusual concentración de sabios –que desarrollan la tecnología y las embarcaciones que permitan a Portugal acometer con éxito la aventura– hubiese sido imposible sin el apoyo incondicional del mismísimo rey. Es el Estado, la Corona, el que aporta una gran cantidad de dinero para el desarrollo tecnológico y científico, paso previo e ineludible para cualquier intento de desarrollo.

      Los frutos del gran apoyo estatal no tardan en verse. Pequeñas expediciones primero, el sorteo del mítico cabo Bojador por el marino Gil Eannes más allá del tórrido Sahara, comprueban que hacia

       el sur el mar es tan navegable como cualquier mar conocido hasta el momento y las supersticiones sobre mares de aguas tan calientes que incendiaban barcos y monstruos marinos desconocidos van desapareciendo ante la evidencia del avance sin respiro de las naves portuguesas hacia el sur de África. Pronto los portugueses colonizan las islas de Madeira y las Azores.

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