Insubordinación y desarrollo. Marcelo Gullo

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Insubordinación y desarrollo - Marcelo Gullo

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y la necesidad de romper ese cerco aceleran los tiempos de la circunvalación marítima del mundo y el arribo a la Indias. Si bien la muerte del príncipe Enrique en 1460 y la guerra que estalla abiertamente entre Castilla y Portugal en 1475 frenan y entorpecen el objetivo estratégico de Portugal de encontrar, al sur de África, un paso marítimo a las Indias, pronto será España la que continúe, por otros rumbos, idéntica búsqueda. España explorará, pocos años después, una ruta distinta y se “encontrará” con América.

      Poco antes de ese “descubrimiento”, en 1479, entre Portugal y España se firma el tratado de Alcazobas por el cual Portugal reconoce la soberanía castellana sobre las islas Canarias –ignorando que el sistema de vientos y corrientes marítimas la convertirían en la puerta de acceso a “América”– y Castilla reconoce que la ruta africana hacia las islas de las especies asiáticas es de los portugueses.

      Sin embargo, y con los tropiezos aquí relatados someramente, el prolongado impulso estatal portugués seguirá rindiendo sus frutos y esos frutos serán abundantes: Vasco de Gama consigue doblar el cabo de Buena Esperanza y descubre así el océano Índico. Navegando este océano, llega en 1498 al puerto indio de Calicut, desde el cual hacía más de mil años los barcos zarpaban, sin interrupción, con destino al Golfo Pérsico y el Mar Rojo cargados de especies. El objetivo había sido logrado: finalmente Portugal, en menos de setenta años, había roto el “cerco islámico” y la ruta directa hacia el país de las especies era suya. Es éste el motivo por el cual el retorno de Vasco da Gama a su país se celebra de modo histórico.

      La implementación de este predominio no resultó, sin embargo, fácil para Portugal. Los lusos cayeron pronto en la cuenta de que en el Índico la actividad mercantil estaba controlada por mercaderes árabes musulmanes que se encontraban aquí y acullá y habían construido sólidas relaciones, a través de los años, con los príncipes indios. El enfrentamiento fue inmediato. Los musulmanes intentaron impedir el comercio de los cristianos portugueses. Los capitanes portugueses, mezcla de traficantes y cruzados, se trenzaron en dura batalla con sus adversarios comerciales y religiosos árabes y fue, nuevamente –aunque no sin un gran “desgaste” no previsto– que la superioridad de los navíos portugueses y el mejor empleo de la artillería (técnicas ambas desarrolladas gracias a la tecnología promovida en Sagres, bajo la tutela estatal) permitieron el triunfo portugués. Sin menoscabo de los combatientes portugueses, es preciso destacar que fue la superioridad tecnológica la clave del triunfo lusitano en el océano Índico.[21]

      Alfonso de Alburquerque conquistó para el poder portugués el puerto de Ormuz, la “llave estratégica” del Golfo Pérsico, y el de Malaca, la “puerta” hacia los mares de China. La Corona portuguesa adquirió, así, una nueva dimensión y su pequeño Estado se transformó en una de las mayores potencias navales y comerciales de Europa.

      El talón de Aquiles del poder portugués

      Entre 1498 y 1517, Portugal crea un vasto imperio. Es su momento de gloria. El pueblo portugués vive su época heroica que será cantada por Luis de Camoens, su ilustre poeta. “Pero ese pueblo es verdaderamente muy pequeño para proporcionar por mucho tiempo el personal necesario para la administración y la defensa de esas inmensas y lejanas posesiones” (Renard y Weulersse, 1949: 49). La escasa población es el talón de Aquiles del poder portugués. Las pestes y la emigración descontrolada aumentaran su vulnerabilidad estratégica. Además, es preciso considerar que “las largas luchas contra los moros y los castellanos lo han agotado; la provincia que se extiende inmediatamente después del Tajo, Alemtejo, está semidesierta, y manadas de lobos vagan por todo el reino. En 1505, uno de los navíos de la gran expedición que dirige D’Almeida lleva una tripulación de palurdos que apenas saben distinguir babor de estribor; pronto se enrolan forzados y negros; en 1538 se ofrece amnistía completa a todos los condenados que quisieran embarcar para las Indias. De millares de hombres que han partido sólo uno sobre diez ha vuelto; el resto ha muerto, desertado o desaparecido en extrañas aventuras. En el curso del siglo xvi, la población de dos millones se ha reducido a uno solo, o poco más; la peste y aun el hambre se han agregado a la calamidad pública de esa emigración desordenada”. A tal punto la campiña portuguesa queda despoblada que, “para terraplenar las vides, en las campiñas del sur ha sido necesario introducir esclavos” (49-50). Los pocos labradores que quedan en el campo, dadas las difíciles circunstancias que afrontan, prefieren vender sus tierras y emigrar a las ciudades. Se extiende entonces la plaga del latifundio y, con él, aparece una nueva vulnerabilidad estratégica: la incapacidad de producir al menos los alimentos que se consumen.

      La descomposición del poder portugués:

      de la batalla de Alcazarquivir al tratado de Methuen

      En 1578, el poder portugués recibiría un nuevo golpe. El rey Don Sebastián (1554-1578), imbuido de un profundo espíritu de cruzada y convencido de la necesidad de intervenir en Marruecos para contrarrestar el aumento de presencia militar otomana –que ya se estaba convirtiendo en una importante amenaza estratégica contra la seguridad de las costas portuguesas, como ya lo eran en las españolas–, decidió invadir Marruecos. Don Sebastián, con el apoyo de su tío Felipe ii, rey de España, y habiendo invertido en ello gran parte del tesoro portugués, armó una importante fuerza militar con la cual desembarcó en Marruecos. A los pocos días, su ejército es completamente derrotado. El 4 de agosto de 1578 Don Sebastián, la elite de su nobleza y las mejores fuerzas militares del reino murieron en la batalla de Alcazarquivir, dejando sin herederos a la dinastía de los Avis y sin defensa al reino portugués. Fue entonces cuando Felipe ii hace valer sus derechos y se convierte en rey de Portugal. Durante setenta años, Portugal y España compartieron un mismo destino.

      En 1640, Portugal, con la ayuda de Inglaterra, se separa definitivamente de España. Don Juan iv (1604-1656), de la nueva dinastía de los Braganza, tuvo entonces que compensar con favores y tratamientos preferenciales a Inglaterra, por el apoyo que ésta diera a la revuelta antiespañola. En poco tiempo, el Estado portugués cayó bajo el “protectorado económico” de Inglaterra. En 1703 esta última, por el tratado de Methuen, se compromete a comprar los vinos de Portugal pero a condición de que éste le conceda, a cambio, la preferencia para todas sus compras de productos manufacturados. Portugal renunciaba a industrializarse. Rápidamente, se convierte en un país monoproductor y monoexportador. Su economía se deforma irremediablemente:

      La demanda de oporto y de madera se hace tan viva que casi todas las energías productivas del país se concentran en ese comercio y en la explotación de los bosques de alcornoque; la emigración se detiene en las provincias vitivinícolas del norte, pero la poca actividad manufacturera que siempre había poseído el país no tarda en extinguirse; y aun, para su alimentación, el reino se transforma, pronto, en tributario de sus tiránicos protectores. Durante medio siglo Portugal vegeta. Sin duda queda una gran colonia, Brasil, donde desde 1680 se explotan las minas de oro y donde, en 1729, se descubren las minas de diamante y de donde, todavía, se lleva azúcar, tabaco, maderas preciosas, cacao, añil… Pero todas estas riquezas apenas tocan a Lisboa. Su admirable bahía recibe más naves que ningún otro puerto de Europa, salvo Londres y Amsterdam; pero ellos pertenecen a armadores ingleses, holandeses, italianos […] la nación portuguesa no recoge de ese comercio, al que ella da asilo, por así decir, ningún provecho […] Un verdadero drenaje de oro acuñado se opera, a expensas de este desdichado país; es con el oro portugués que los ingleses, particularmente, satisfacen las numerosas deudas que han contraído con el mundo. (Renard y Weulersse, 1949: 51-52)

      La naturaleza le dará, finalmente, el tiro de gracia al moribundo poder portugués. En 1755 un terrible terremoto sacude su territorio, y las tres cuartas partes de Lisboa y de su espléndido puerto quedan destruidas.

      Lecciones y herencia de la experiencia portuguesa

      La expansión ultramarina de Portugal que llevó a sus marinos a las costas de África, Brasil, la India y China, fue posible, en gran medida, gracias a la acción deliberada del Estado que orientó el esfuerzo hacia

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