Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
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«Yo no soy como ese canalla», pensó Jonas apretando los dientes.
No obstante, sabía que se había convertido en una mala persona y aquello lo destrozó. Aturdido, apoyó la palma de la mano en el cristal de la ventara y dejó que lo invadiera la pena por todo lo que habían perdido.
Doce años atrás se había metido en una trampa de culpa y rabia en la que había estado encerrado todo aquel tiempo. Ahora, se daba cuenta de que ya no quedaba nada bueno en su interior y de que, además, había perdido a Cagney.
El sargento Bishop estaría encantado.
—No te odio —murmuró Jonas mientras la única mujer a la que había amado en su vida se perdía en la distancia—, pero ya no hay nada que hacer.
Capítulo 3
TRAS una reunión de emergencia con Lexy, Erin y Faith en la que se tomaron dos pizzas familiares, una caja de bombones Godiva y tres botellas de vino, Cagney consiguió sobreponerse y dos días después del encuentro con Jonas había vuelto a ser ella misma y a pensar con claridad.
Si Jonas creía que se iba a esconder para lamerse sus heridas después del enfrentamiento en la conferencia de prensa, estaba muy equivocado. Era evidente que la vida lo había vuelto un hombre duro, pero ella también se había endurecido lo suficiente como para saber que una gran parte de la armadura de Jonas se la había colocado para protegerse.
Lo conocía bien y sabía que, bajo la fachada fría que mostraba, había un hombre vulnerable por mucho que él se empeñara en fingir que aquella persona ya no existía.
Cagney había investigado y había averiguado que había ganado su fortuna trabajando con ordenadores y que iba a quedarse en Troublesome Gulch hasta que estuviera construida el ala de terapia artística del hospital, o sea, meses.
Perfecto.
Aunque no volvieran a ser pareja nunca, para cuando se fuera, habrían vuelto a ser amigos. Cagney no sabía cómo iba a hacer exactamente para abrirse camino y conseguir romper su armadura, pero lo iba a conseguir.
Le costara lo que le costase.
Cagney había terminado su turno de patrulla y había parado en el ayuntamiento para dejar unos papeles cuando, al pasar por un despacho, oyó la voz de su padre, que gritaba iracundo. Aquello la hizo pararse y escuchar.
—Una cosa es el ala del hospital…
—No es cualquier cosa —intervino Hennessy.
—Ya, sí, muy bien, pero no necesitamos un estúpido centro juvenil —insistió su padre—. Si hay adolescentes problemáticos en este pueblo, lo que tenemos que hacer es echarlos de aquí y no recompensar su mal comportamiento poniéndoles un sitio donde ir a pasárselo bien.
—Siento decirle que no estoy en absoluto de acuerdo con usted, sargento Bishop —intervino nada más y nada menos que Jonas—. Según las estadísticas, los pueblos que tienen centros juveniles con actividades extraescolares para los chicos menos privilegiados económicamente tienen mucho menos delincuencia.
¿El sargento y Jonas en la misma habitación? Cagney decidió que no se podía perder aquello.
—Muchas gracias por tu opinión sobre la delincuencia, Eberhardt. Estoy seguro de que lo que dices lo sabes de primera mano —se burló el padre de Cagney con desprecio.
—Efectivamente. Por eso me interesa tanto este tema —le confirmó Jonas.
—Mira, yo tengo mucha más experiencia que tú en cómo hacer para que se cumpla la ley.
—Esto no tiene nada que ver con hacer cumplir la ley —intervino el alcalde Ron Blackman—. Se trata de satisfacer las necesidades de nuestra comunidad y Jonas ha tenido una idea excelente.
Cagney sonrió. El hecho de que el alcalde y los concejales de la ciudad llamaran a Jonas por su nombre de pila y estuvieran de acuerdo con él debía de estar matando al sargento.
Aquello no tenía precio.
—Lo que tenemos que hacer es darles a los chicos algo que hacer. Así, no se meterán en problemas —continuó Blackman.
—Para eso están los padres —ladró el jefe de policía.
—Bill —le dijo Walt Hennessy—, me sorprende tu actitud. Eres uno de los miembros de la comunidad que más involucrados están en su bienestar. No entiendo por qué te pones en contra de una mejora como ésta. Tú más que nadie deberías saber que no todos los niños de este pueblo tienen la suerte de contar con unos padres tan buenos como tú.
A Cagney le entraron ganas de reírse a carcajadas. ¿Cómo habría conseguido su padre engañar a todos durante tanto tiempo?
—Los padres que descuiden a sus hijos deberían ser castigados —insistió el sargento—. ¿Por qué nos tenemos que hacer cargo nosotros de sus hijos?
—Porque sus hijos son ciudadanos de Troublesome Gulch —le recordó el alcalde indignado—. Y Troublesome Gulch no es una cárcel. Tampoco es un club de campo. Es un lugar en el que vivimos personas de diferentes estratos socioeconómicos y ninguno de los que estamos aquí somos quiénes para juzgar a nadie.
—Tenemos el deber de ofrecer servicios de calidad a nuestros ciudadanos, a todos nuestros ciudadanos —intervino una concejala—. Muchos de esos padres que, según tú, descuidan a sus hijos no pueden estar con ellos porque se ven obligados a tener varios trabajos para llegar a fin de mes.
Cagney tuvo que taparse la boca para no echarse a reír. Lo que más odiaba su padre en el mundo era que una mujer le llevara la contraria.
—En cualquier caso, no tenemos espacio suficiente para construir un lugar así —insistió el jefe de policía con satisfacción—. Además, no creo que el presupuesto anual nos dé para una tontería así, ¿no, Walt?
—Por el dinero no hay problema, de eso me encargo yo —intervino Jonas.
En aquel momento, Cagney tuvo una idea y, sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta. Jonas, su padre, Hennessy, el alcalde y el pleno del ayuntamiento al completo la miraron.
Ella se limitó a sonreír.
—Siento mucho interrumpir, pero pasaba por delante de la puerta y he oído una parte del debate. Es que se oye todo desde fuera, ¿saben? —se disculpó—. Bueno, he entrado para decirles que creo que tengo la solución perfecta.
—Agente Bishop, ¿qué hace usted aquí? Seguro que tiene otras cosas de las que ocuparse —le contestó su padre con frialdad.
—No, no tengo ningún asunto del que ocuparme —contestó Cagney—. Acabo de terminar mi turno. No estoy de servicio.
—Pasa, pasa —la saludó el alcalde poniéndose en pie—. Supongo que todos conoceréis a Cagney, la hija pequeña de nuestro jefe de policía y una de nuestras mejores agentes.
Todos asintieron y la saludaron.
—Por favor, siéntate —le