Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
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—¿Por qué?
—No te hagas la tonta. Hay muchas cosas entre nosotros, Cagney. No había contado con esta dificultad. Estoy tan interesado en el centro juvenil como tú, pero la situación es… rara.
—Está bien —accedió Cagney—. Entonces, vamos a hacer un trato. El centro juvenil no tiene nada que ver con nosotros, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Así que, todo lo que tenga que ver con el proyecto, lo trataremos de manera única y exclusivamente profesional. Nuestro sórdido pasado quedará al margen.
«Como si fuera tan fácil», pensó Jonas.
Apenas podía mirarla sin sentir nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. También sentía un deseo que parecía imposible de desafiar.
—¿Tú podrías hacerlo… eso de tratarme de manera única y exclusivamente profesional? —le preguntó.
—No es lo que prefiero hacer, pero, si no me queda más remedio, lo haré.
Jonas apreciaba su sinceridad.
—Mira, Jonas, sabes perfectamente que en mi familia nadie habla de nada importante. Por eso, precisamente, a mí me gusta hablar las cosas de manera muy clara. Siempre —le recordó—. Es cierto que te has visto metido en todo esto apresuradamente y que, tal vez, necesitas poner distancia profesional entre nosotros para que el proyecto salga adelante…
—¿Por qué te hiciste policía? —le preguntó Jonas de repente.
Cagney se quedó en silencio unos segundos.
—Es una historia muy larga. Ya te la contaré otro día. Bueno, mejor dicho, si quieres que las cosas entre nosotros sean única y exclusivamente profesionales, es mejor que no te la cuente nunca.
—Cuéntamela ahora mismo.
Cagney se quedó pensativa.
—Para resumirlo, diré que me había quedado sin opciones, que estaba bloqueada. Después de que murieran mis amigos y de que tú…
Jonas bajó la mirada hacia la mesa y Cagney tomó aire.
—No fui a la universidad.
—¿Cómo? —se extrañó Jonas volviendo a mirarla.
—¿No fuiste a CSU?
Cagney negó con la cabeza.
—Me derrumbé y me pasé un año deprimida. Lo único que hacía era sentir lástima por mí misma y una terrible culpa por haber sobrevivido al accidente. Echaba mucho de menos a mis amigos y lo único que hacía era ver la televisión —le explicó desviando la mirada como si escondiera algo—. Entonces, un día, el puesto de policía apareció en mi vida y yo tenía que hacer algo, no tenía experiencia laboral, pero tenía que empezar a ganar dinero para poder irme de casa, así que acepté el trabajo. ¿Satisfecho con la respuesta?
Jonas se quedó mirándola, intentando ignorar la punzada de compasión que sentía por ella. De momento, iba a tener que conformarse con aquella respuesta aunque sabía que había más.
—¿Te gusta?
—Es un trabajo y puedo pagar las facturas.
—No parece que sea la pasión de tu vida.
—No todo el mundo tiene la suerte de trabajar en lo que verdaderamente le apasiona —contestó Cagney—. Ahora me toca a mí preguntarte. ¿Por qué no te dedicaste a escribir, que era lo que tú querías hacer?
—¿Cómo sabes que no escribo?
—Porque te conozco muy bien. Aunque te moleste, te conozco perfectamente y, a menos que seas Stephen King, escribir no da para financiar un ala entera de un hospital.
Jonas no se molestó en negarlo.
—Mi madre se puso enferma y yo me tuve que poner a trabajar para ganar dinero porque el tratamiento era muy caro. Menos mal que lo que había estudiado tenía salidas profesionales bien pagadas.
Cagney tragó saliva.
—¿Así que tú sí que fuiste a la universidad? —le preguntó.
—Sí.
Cagney asintió lentamente y a Jonas le pareció ver envidia en sus ojos.
—¿Dónde?
—En Seattle —contestó Jonas dándole un trago al café para ganar tiempo—. Le detectaron el cáncer cuando yo estaba en el último año de carrera.
—Lo siento mucho, Jonas. Tu madre era una mujer maravillosa.
—Yo también lo siento —admitió Jonas.
Lo cierto era que necesitaba desahogarse con Cagney, tal y como siempre había hecho, necesitaba contarle todos aquellos años de tratamientos, todas aquellas esperanzas que se habían desvanecido cuando el cáncer había vuelto a parecer, todos aquellos años prometiéndose a sí mismo que tenía que ser más fuerte emocionalmente que su madre.
Todos aquellos años en los que no había tenido a nadie con quien hablar.
Jonas se recordó que Cagney Bishop no era su confidente.
—¿Cuándo murió?
—Hace tres meses —contestó Jonas sintiendo un nudo en la garganta.
—Vaya, hace muy poco tiempo.
—Sí, fue una lucha muy larga.
—Supongo que puedes estar tranquilo. La ayudaste todo lo que pudiste.
—No, eso no es cierto —contestó Jonas apretando los puños—. Apenas estaba con ella, tenía mucho trabajo, tenía que ganar dinero, pero me di cuenta de que el dinero no lo es todo, Cagney.
—Tranquilo, Jonas, no te pongas a la defensiva. Estaba haciéndote un cumplido. Estoy segura de que tu madre sentía que la estabas apoyando. Tan necesario sería estar con ella en el hospital como estar ganando dinero para pagar el tratamiento médico. Sé perfectamente que el dinero no lo es todo.
—Ya, pero te has comprado un edificio histórico de quince mil pies cuadrados —se burló Jonas.
—Sí, lo compré cuando estaba abandonado y el ayuntamiento estaba pensando en derribarlo. Lo compré para salvarlo. Ya sé que no me lo has preguntado, pero lo hice con el dinero que me dio el seguro después del accidente y, para que lo sepas también, tengo una hipoteca tremenda, así que no te atrevas a acusarme de materialista.
A continuación, se hizo un incómodo silencio entre ellos.
Jonas recordó las cosas tan feas que le había dicho unos días atrás. Sabía que había almacenado mucha rabia contra ella durante los años, pero él no era así.
—Quiero