Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby страница 13
—Sí, pero es tu casa.
—Insisto. Me gustaría que todo estuviera exactamente como tú quieras. Me pongo a tus órdenes.
—No me parece buena idea —intervino el jefe de policía.
—¿Por que no? —le preguntó Hennessy.
Jonas se giró hacia él y Cagney se dio cuenta de que acababa de cambiar de opinión.
—¿Por qué no? Yo voy a poner el dinero que falte después de las donaciones de los demás, así que, ¿por qué no es buena idea?
¡Atrapado de nuevo!
Cagney se dio cuenta de que, enfrentando a aquellos dos hombres, la que ganaba era ella.
—¿Eso significa que puedo contar contigo? —le preguntó a Jonas.
Jonas la miró comprendiendo lo que acababa de hacer y asintió.
—Sí, cuenta conmigo. Me tengo que quedar por aquí hasta que esté terminada el ala del hospital, así que tengo tiempo de sobra.
—Entonces, todo arreglado —sonrió el alcalde—. A los del periódico les va a encantar esta historia —añadió pensativo—. Por cierto, ¿vosotros dos no ibais al mismo colegio?
—Sí —contestó Cagney—. Nos graduamos el mismo año y, de hecho, éramos amigos, ¿verdad, Jonas?
—Sí —contestó Jonas con prudencia.
—Lo que pasa es que hemos perdido el contacto con los años —añadió Cagney.
—Genial —sonrió el alcalde—. Voy a hacer un comunicado de prensa ahora mismo. Esta historia es realmente conmovedora, es fantástica, espléndida —se emocionó mientras los demás miembros del pleno asentían igualmente emocionados—. Cuánto me alegro, Cagney, de que hayas entrado en la reunión.
—Yo también —contestó Cagney sinceramente—. Bueno —añadió mirando a Jonas—, si tienes tiempo, nos tomamos un café en el Pinecone y vamos hablando del tema. Cuanto antes comencemos, mejor, ¿no te parece?
Capítulo 4
JONAS llegó al Pinecone antes que ella, se sentó en una mesa del fondo, pidió café para los dos y esperó.
Aquel lugar no había cambiado absolutamente nada en doce años, lo que le gustaba. Seguía oliendo a café, a tortitas y a pechuga de pollo a la parrilla.
No se podía creer que hubiera aceptado trabajar tan cerca de Cagney durante meses. Le podría haber entregado el proyecto del centro juvenil, haber contratado una cuadrilla para la reforma pagándola él y punto, pero no, no había podido dejar pasar la oportunidad de hacer enfurecer a su padre.
Qué idiotez.
Claro que había sido una delicia ver cómo Cagney se enfrentaba a él con elegancia y firmeza. Jamás le había visto hacerlo cuando eran adolescentes. Entonces, su guerra era una guerra de guerrillas destinada a pasar desapercibida.
Sí, admiraba su valor, pero no tendría que haberse dejado arrastrar. Ahora se encontraba atrapado y lo cierto era que se sentía muy vulnerable cuando estaba con ella. Trabajar codo con codo con Cagney iba resultar doloroso y peligroso.
Demasiado tarde.
En aquel momento, Cagney entró en la cafetería. Jonas se quedó mirándola mientras saludaba a unas personas. Llevaba pantalones color caqui y una camiseta verde militar que realzaba su pelo rubio y dejaba al descubierto su abdomen bronceado. Era una mujer fuerte y sensual.
Por supuesto, a él no le importaba, pero era un hombre y tenía ojos en la cara.
Cuando Cagney llegó hasta su mesa lo hizo hablando sin parar. Una de dos, o estaba ansiosa por el proyecto o estaba tan nerviosa como él.
—Vaya, gracias por pedirme un café. Mira, mientras venía para acá, venía pensando en un montón de cosas. Para empezar, no creo que vayamos a tener problemas con los permisos para el centro porque después de la reforma que hice…
—Más despacio, más despacio —la interrumpió Jonas—. Reconozco que me ha causado mucha admiración el golpe de Estado que has hecho en el pleno el ayuntamiento, pero tenemos que hablar y aclarar unas cuantas cosas antes de ponernos manos a la obra.
Cagney se quedó mirándolo y se sentó lentamente.
—Está bien. Pongamos las normas. Como tú quieras. La pelota está en tu campo, Jonas, así que adelante.
—Sé por qué has hecho lo que has hecho.
—¿Ah, sí? —contestó Cagney llevándose el café a los labios.
—Para sacar a tu padre de sus casillas.
—En parte, sí —sonrió Cagney—. Resulta de lo más satisfactorio.
—¿Cuáles son los otros motivos?
—Me gustan los adolescentes y se me da bien trabajar con ellos —añadió encogiéndose de hombros.
—Ya —contestó Jonas sin convencimiento.
—No me insultes dando a entender que estoy utilizando la excusa de los adolescentes porque tengo otros motivos ocultos.
—¿Y no es así?
—Tú mejor que nadie sabes que crecí en una familia disfuncional. Los Bishop parecíamos una familia feliz y maravillosa, pero no era cierto. Llevo toda la vida sintiéndome una impostora y estoy segura de que habrá adolescentes a los que les pasará lo mismo.
—No te digo que no, pero no tiene nada que ver con vivir en una caravana y comer comida de lata todas las noches.
—Mira, esto no es una competición para ver quién lo pasó peor, ¿de acuerdo? Tengo trato con adolescentes constantemente y me llevo bien con ellos, los conozco y los respeto y ellos lo saben.
Jonas se arrellanó en la silla. Cagney tenía razón, pero no era eso lo que quería hablar con ella.
—Mira, quiero que sepas que no me ha gustado lo que has hecho para involucrarme en la reforma.
—Pues échate atrás —contestó Cagney como si no le importara lo más mínimo—. Contrataré a otra persona para que te reemplace. A mí lo que me importa es que el proyecto salga adelante.
—¿Lo dices en serio?
—No te estoy intentando engañar en absoluto. Ese centro para adolescentes me interesa mucho —le aseguró quedándose pensativa—. No me es fácil explicarlo, pero me siento viva por primera vez desde hace mucho tiempo. Gracias a tu idea, Jonas. Pero la verdad es que había creído que, aparte de financiar el proyecto, tu interés era más personal también.
—Claro que me interesa personalmente el proyecto, pero…