Argentina-Brasil. Marcelo Gullo

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de la industria [...] por medio de los gastos militares, el gobierno de Reagan aumentó la proporción estatal en el producto bruto interno a más de 35 por ciento hasta 1983, un incremento mayor al 30 por ciento, comparado con la década anterior. La guerra de las galaxias (propuesta por Reagan) fue así un subsidio público (encubierto) para tecnología avanzada. […] El Pentágono, bajo el gobierno de Reagan, apoyó también el desarrollo de computadoras avanzadas, convirtiéndose –en palabras de la revista Science– “en una fuerza clave del mercado” y “catapultando la computación paralela masiva del laboratorio hacia el estado de una industria naciente”, para ayudar de esta manera a la creación de muchas jóvenes compañías de supercomputación.[18]

      Las consecuencias

      Osvaldo Sunkel y Pedro Paz observaron que las globalizaciones, inversamente a lo que pregona el neoliberalismo, acentúan las asimetrías, y demostraron que –al contrario de la idea que vulgarmente se tiene y que se ha difundido a caballo de una verdadera teoría de la “globalización caritativa” según la cual el progreso científico-tecnológico beneficia a todos los pueblos por igual– cada ola de cambio acrecienta las diferencias de desarrollo entre el centro y la periferia. En su desarrollo de esta idea Sunkel y Paz acreditaron que tanto la India como China sufrieron con la primera globalización mercantilista y que la relación entre Europa y Asia, que antes de ese proceso era de uno a uno, pasó a ser, luego de éste, de dos a uno, en favor de los europeos. Después de que la revolución industrial cambiara de modo definitivo las relaciones mundiales –al dividir el orbe entre países “desarrollados” y países “subdesarrollados”–, la diferencia se acrecentó aun más y alcanzó niveles de desproporción cercanos al de diez a uno, siempre a favor de los países desarrollados.[19] “Con la presente revolución tecnológica, asumió proporciones de sesenta a uno.”[20]

      En la misma línea de razonamiento que Sunkel y Paz, Alvin Toffler sostiene:

      La era industrial bisecó el mundo en una civilización dominante y dominadora de la segunda ola e infinidad de colonias hoscas, pero subordinadas de la primera ola [Toffler entiende por sociedades de la primera ola a las sociedades agrícolas no industrializadas] [...] en ese mundo, dividido entre civilizaciones de la primera y de la segunda ola, resultaba perfectamente claro quién ostentaba el poder.[21]

      En la actualidad, “la humanidad se dirige cada vez más de prisa hacia una estructura de poder totalmente distinta que creará un mundo totalmente dividido no en dos sino en tres civilizaciones tajantemente separadas, en contraste y competencia: la primera, simbolizada por la azada, la segunda por la cadena de montaje y la tercera por el ordenador”.[22] En esta nueva estructura de un mundo “trisecado” también resulta claro quién ostenta el poder. En el mundo “trisecado” de los próximos años, las naciones de la primera ola proporcionarán los recursos agrícolas y mineros, las naciones de la segunda ola suministrarán la mano de obra barata y se encargarán de la producción en serie y de las industrias contaminantes que las naciones del centro del poder mundial no quieran tener en sus territorios ni cerca de éstos. Las naciones de la tercera ola venderán toda clase de tecnología de punta: aeronáutica, nuclear, informática... así como información e innovación, instrumental médico de alta complejidad, medicamentos sofisticados, gestión, cultura, educación, adiestramiento y servicios financieros. Se perfila, así, en el horizonte de largo plazo, un nuevo tipo de subdesarrollo: el “subdesarrollo industrial”, es decir, la existencia de un grupo de países industrialmente dotados pero, paradójicamente, subdesarrollados, o sea, sin “poder real” en la escena internacional. Países “neosubdesarrollados”, dependientes y sin capacidad de realizar una política autonómica.[23]

      Ya en 1980 Alvin Toffler en su obra La tercera ola se planteaba una interesante pregunta: “Ahora que la civilización de la tercera ola está haciendo su aparición, se plantea la cuestión de si la rápida industrialización implica una liberación respecto del neocolonialismo y la pobreza o si, en realidad, garantiza una dependencia permanente”.[24] Para la Argentina y Brasil podría ser el caso, por cierto, si durante sus intentos de completar sus procesos de industrialización no se crean las condiciones económico-culturales que permitan dar el salto a la tercera ola. Pero el esfuerzo económico-cultural para realizar ese salto resulta tan grande que sólo puede ser alcanzado conjuntamente, sin dispersar esfuerzos.

      Otra de las consecuencias de la tercera ola de globalización es que las empresas multinacionales norteamericanas, así como algunas europeas y japonesas, han conseguido una superioridad aplastante sobre las empresas convencionales del resto del mundo. Esta superioridad basada en la no compartida posesión de innovaciones tecnológicas –conseguidas en el caso de las multinacionales estadounidenses, en gran medida, mediante los subsidios encubiertos recibidos de manos del gobierno federal de Estados Unidos– está originando “un régimen privilegiado de comercio internacional que les asegura una superioridad definitiva”.[25] Como destaca Helio Jaguaribe, citando conceptualmente a Luciano Coutinho y João Furtado:

      El principio de libre comercio, defendido con tanta vehemencia por Estados Unidos y por las teorías neoliberales, ha sido plenamente superado en la práctica por la red de multinacionales. En realidad, estamos ingresando en la era del fin de la libertad de comercio. Más de un tercio de las exportaciones norteamericanas y dos quintos de sus importaciones se procesan a través de transacciones entre las matrices y sucursales de las multinacionales. Estas transacciones no se originan en la obediencia de los principios de optimización, de la relación costo-calidad, sino en el interés de las empresas por retener sus transacciones en su propia red.[26]

      Acertadamente, prosigue Jaguaribe:

      El resultado final del proceso de globalización consiste prácticamente en la eliminación de la soberanía de la mayoría de los países del mundo, reduciéndolos a segmentos anónimos del mercado internacional, exógenamente dirigidos por las grandes multinacionales y demás potencias con jurisdicción sobre sus respectivas matrices.[27]

      ¿Cómo lograr un lugar en el mundo?

      ¿Qué pueden hacer países como la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay o Venezuela, en estas nuevas condiciones que impone el mundo actual? ¿Qué pueden hacer para montarse en la tercera ola de la globalización y evitar la “africanización” de la región? ¿Qué pueden hacer para evitar que millones de personas sigan vegetando en los Andes o alrededor de las grandes urbes? ¿Qué pueden hacer para librar a millones de niños de los pueblos jóvenes, de las favelas o de la villas miserias, del flagelo del hambre, de la violencia y de la droga? ¿Qué pueden hacer para subirse, en definitiva, al último tren de la historia?

      Solos, nada. ¡Ni siquiera Brasil podrá solo! Y, si así no lo entiende, Brasil sufrirá la suerte que le cupo a la China imperial cuando se enfrentó durante la segunda ola globalizante a las potencias colonialistas europeas. El camino solitario al Primer Mundo conduce a los oscuros sótanos del “cuarto”. La Argentina obnubilada del menemismo pagó caro esa ingenua ilusión. Caro pagarán, también, aquellos que intentan hoy, en soledad, vivir de las migajas del gran señor del norte. Juntos, sin embargo, sin vanos intentos por parte del más grande por conseguir una hegemonía regional relativa, todavía tienen una oportunidad. Las puertas de la historia todavía no se han cerrado. Los procesos históricos son largos. El tren ya ha comenzado a moverse pero todavía hay una oportunidad de treparse al último vagón. Sólo deben comprender que necesitan “poder para poder ser” y que sólo pueden “ser” si “son” juntos. Deben comprender que las políticas de “autonomía nacional” tienen que dejar paso a una nueva política de “autonomía continental”. Que si el molino de viento dio la sociedad con el señor feudal y una Europa dividida en condados, marcas y principados con ausencia de un poder central capaz de dirigir el conjunto; y el molino accionado por el vapor, la sociedad con el capitalista y una Europa dividida en Estados nación, la revolución tecnológica lleva a la constitución de los Estados continentales. Estados continentales que, por lo demás, serán los únicos “protagonistas de la historia”

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