Los buitres de la deuda. Mara Laudonia
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El control del gobierno era tal que se había montado a metros de allí una carpa blanca organizada por grupos de protesta en contra de la globalización que estaba literalmente vacía. Los supuestos manifestantes nunca llegaron; según las noticias del momento, habían sido interceptados en el aeropuerto y deportados.
En ese contexto de lo más ajeno y ante una multitud de periodistas, inversores y analistas internacionales, Lavagna presentó la oferta, en un salón que dispusieron las autoridades organizadoras de la cumbre anual.
La Argentina estaba sola ante el mundo. Ninguna autoridad del FMI ni grandes banqueros concurrieron al evento, en un gesto de total desconfianza a los próximos movimientos de la Argentina, si bien estaban muy atentos a los acontecimientos. De hecho, había dos temas que acaparaban casi toda la atención en la cumbre: la posición e insistencia de Estados Unidos para que China empezara a revalorizar su moneda, el yuan, y la propuesta argentina para salir del default.
Apenas dos días antes, allí mismo en Dubai, el gobierno argentino había negociado con el FMI lo que luego se convirtió en el último acuerdo de un préstamo stand by (por 13.300 millones de dólares, a tres años) para un país que recién comenzaba a levantarse de la ruina, y necesario para tener un marco de referencia en la negociación con los acreedores.
Ya en la sala de la presentación, se advirtió que el grueso del público en la tribuna estaba conformado por acreedores de todo tipo, alemanes, italianos, españoles, japoneses y estadounidenses, y representantes de bancos de inversión, sobre todo del área de investigaciones, quienes eran los que luego iban a lucrar con sus informes y sus análisis sobre los datos presentados por la Argentina.
Por el lado argentino, la hinchada celeste y blanca de funcionarios se compuso de una modesta comitiva, en la que participaron el director por la Argentina del Banco Mundial, Alieto Guadagni, y los entonces titulares del Banco Provincia, Ricardo Gutiérrez, y del Banco Ciudad, Roberto Feletti.
Hubo, a diferencia de cumbres anteriores, muy poca presencia de funcionarios y empresarios de personajes del sector privado, un poco por los altos costos que demandaba viajar del otro lado del mundo para un país aún en crisis, y también por la desconfianza –de parte del sector privado– por la oferta que presentaría el país a la comunidad internacional.
El clima de suspenso acerca de la oferta invadía el ambiente designado para la presentación, donde el vocero de Lavagna, Armando Torres, fue el encargado de introducir al ministro y a sus colaboradores. Lavagna inauguró la exposición en un tono muy solemne pero evidentemente tenso, y luego le cedió la palabra a su secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen, quien en perfecto inglés explicó cada una de las diapositivas que incluían los detalles de los lineamientos de la oferta.
Nielsen estuvo en todo momento ayudado por su equipo de jóvenes colaboradores, compuesto por el secretario de Coordinación Técnica, Leonardo Madcur, y el subsecretario de Financiamiento, Sebastián Palla.
Finalmente, el momento esperado. Cuando Lavagna pronunció las palabras que develaron la incógnita: “Una quita nominal del 75%”, la sala se sacudió de repente. Enseguida comenzaron los silbidos: nadie esperaba una quita semejante, más allá de cierta especulación en la prensa los días previos. Era el dato más esperado, al punto que algunos periodistas de agencias de noticias, en pos de conseguir la primicia, sorprendieron levantándose de sus asientos en la sala para a través de sus teléfonos cantarles a los medios la cifra, que parecía apocalíptica.
Nielsen continuó con la exposición presentando los lineamientos de una oferta con tres familias de bonos, según los distintos tipos de inversores: pequeños, grandes fondos y AFJP. Pero la oferta definitiva, con tasas de interés y plazos, tardaría meses en conocerse.
También se anunció allí una novedad planetaria: la de que habría una especie de compensación con títulos atados al crecimiento del país. La idea era proponer una especie de “sociedad en las buenas”, desde el punto de vista de que si a la Argentina le iba bien y crecía más de lo proyectado, repartiría esa ganancia entre el Estado y parte a los acreedores, lo que les aliviaría la quita.
El cupón fue prácticamente ignorado al principio por los inversores, debido al historial de crecimiento del país.
Lo que siguió en esa sala de convenciones fue una serie variopinta de reacciones, según las distintas culturas allí presentes. Los italianos y los españoles demostraron inmediatamente su bronca con la oferta, tanto acreedores como periodistas, que buscaron alcanzar frenéticamente a un huidizo equipo económico que marchaba a paso firme y se retiraba hacia sus aposentos. Los japoneses, en cambio, se fueron casi sin emitir palabra, como indignados.
Algunos inversores buscaron el veredicto inmediato de algún analista de bancos de inversión que hubiera presenciado el anuncio. Un japonés se le acercó al argentino Guillermo Mondino, el ex asesor de Domingo Cavallo durante la gestión de Fernando de la Rúa hasta la crisis de 2001, quien se había ubicado en un banco de inversión en Nueva York. Mondino fue muy elocuente, negando con su cabeza, cuando se le preguntó qué le parecía la medida. “Es muy agresiva”, dijo.
Desde el minuto cero Mondino, como tantos otros, no apostó a la oferta de deuda. Algunos, en cambio, intentaban convencerse de que lo que habían escuchado era un error. ¡La quita no podía ser tan grande!, afirmaban. Lo ocurrido allí se replicó en Buenos Aires y Wall Street.
Allí fue cuando los inversores comenzaron a conocer a Néstor. “No creíamos en un número tan grande. Cuando comenzamos a negociar con Lavagna, conversábamos sobre quitas mayores a 50%, pero no esto. Decididamente allí estuvo el estilo duro de negociación de Néstor, que luego todos conocimos”, sostuvo un acreedor de un gran fondo internacional, que jugaría luego un papel clave en las negociaciones para la reestructuración de deuda, e incluso llegaría a demandar al país ante las cortes internacionales.
Aparecieron allí mismo en Dubai críticas a la propuesta de los nombres conocidos del momento que emitían sendos informes a los inversores de la región, como el de Lacy Gallagher, del equipo de research del Credit Suisse First Boston, el banco de David Mulford, un ex subsecretario del Tesoro de la era de Bush padre y amigo de Cavallo, con quien el ministro había organizado un megacanje seis meses antes del default, una operación que lejos de haber otorgado oxígeno financiero al país, representó más endeudamiento y más ahogo fiscal y aceleró la crisis en 2001. También se encontraba Martín Anidjar, un argentino que trabajaba en el JP Morgan. Ellos eran algunos de los “expertos” del caso argentino, entre otros. Como el resto, cuestionaban la no inclusión del pago de intereses vencidos desde 2001. Veían la quita como unos números más, y con la inclusión o no de esos intereses harían sus cuentas para ingresar a la oferta o no hacerlo.[3]
La vorágine en torno a la quita no permitió ver en el momento lo que se estaba desatando. La propuesta de la Argentina significaba un cambio conceptual muy grande, una revolución en la historia de su deuda externa, que comenzó en 1824, cuando tomó el primer empréstito con un banco inglés y a la medida de los acreedores. Fue plantarse por primera vez, ante el establishment internacional, con una propuesta propia, a través de la cual el país pudiera salir del incumplimiento sin descuidar los intereses de los argentinos.
En verdad, la propuesta inicial tuvo tres etapas en cuanto a modificaciones, como se verá más adelante, y en el trayecto se vislumbró un juego de presiones e intereses fenomenal. Si bien los cambios fueron sutiles, contemplaron parte de los reclamos de los distintos tipos de acreedores, grandes y pequeños, pero se mantuvo en líneas generales el nivel de la quita. “Y el que se mantuvo siempre firme fue Néstor”, reconocieron casi al unísono todos los funcionarios, inversores, banqueros y allegados al presidente consultados.
En representación de los bonistas italianos, se encontraba