Los buitres de la deuda. Mara Laudonia

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Los buitres de la deuda - Mara Laudonia

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también en la sala otros pequeños inversores víctimas del default, algunos de los cuales hasta resultarían pintorescos en esta amarga historia. Como el alemán Stefan Engelberger, un hombre dueño de una casa de souvenirs en su tierra natal que insistía con entrevistarse con los funcionarios argentinos, andaba para todos lados en bicicleta, y hasta fue tema de La Nelly, protagonista de una tira cómica diaria publicada en la contratapa del matutino Clarín.[4]

      Engelberger le regaló a la autora de este libro, que lo entrevistó en Dubai durante la cumbre, un vaso de cerveza con el águila alemana revoloteando sobre el Congreso argentino y con insignias que denotaban “un símbolo de la corrupción”, le dijo. El jarro era un souvenir de su negocio, al que vendía a casi 15 euros, y resultó su ocurrencia para sortear la mala racha económica. No obstante su bronca, reconoció: “Es la primera vez en la historia financiera que se pone en la mesa de negociación a los pequeños acreedores privados”.[5]

      Los pequeños inversores –muy distintos de los grandes fondos que entran y salen constantemente de los mercados a la caza de oportunidades de negocios financieros– querían el repago total del capital, y aceptaban sólo alargar plazos y bajar intereses. Para ellos, la propuesta era “una tomada de pelo”. Al invertir en bonos de la Argentina, habían buscado tener una especie de renta permanente periódica, a modo de un plazo fijo, mal asesorados durante los 90 y principios de siglo por los bancos, con el concepto de que, a diferencia de las empresas, “los gobiernos nunca quiebran”.

      El banco inglés Barclay’s tuvo una actitud distinta desde el inicio. Su feje de research –como se dice en la jerga al departamento de investigaciones–, José María Barrionuevo, que también viajó a las tierras orientales, fue el único representante de un banco de inversión que destacó desde sus inicios el modelo de sustentabilidad planteado por el gobierno argentino, si bien sostenía que “era un propuesta para empezar a negociar” y reconocía que el no pago de intereses podía entorpecer las negociaciones. Ese entendimiento le valió luego el acercamiento del banco en la operación de colocación de deuda, tanto en 2005 y luego en la operación que lideró el ministro de Economía Amado Boudou en 2010.

      “Barrionuevo fue el primero de los economistas de Wall Street que entendió el concepto nuestro de capacidad de pago y de que estábamos estabilizando la economía, incluso antes que cualquier economista local”, reconoce Nielsen, entrevistado para este libro. En contraposición, el resto buscaba que prendiera la idea de la “no voluntad de pago” y “de mala fe” en las negociaciones.

      Habían transcurrido sólo unos minutos de culminada la presentación de Lavagna. Fuera del salón, los popes de las finanzas mundiales, que habían evitado ingresar al mismo, estaban ansiosos por saber qué había pasado allí dentro.

      –¿Y? ¿Cuál fue la quita que anunciaron? –preguntó uno de ellos tras interceptar sigilosamente a una periodista argentina.[6]

      –Un 75%.

      –¡Uh! –dijo, y se llevó la mano a la cabeza, sorprendido, el vocero del FMI, Thomas Dawson.

      –¿Plantearon un período de gracia de tres años? –preguntó, y seguidamente razonó en voz alta–: Eso sería dejar el pago de la deuda para la próxima administración –dijo, sin más.

      Este diálogo es una prueba del desconocimiento total que tenía el hombre del Fondo sobre la oferta, y de los nuevos aires de la relación de la Argentina con los hombres del FMI, quienes venían acostumbrados a tener la “primicia” de los anuncios de las políticas económicas de la Argentina en los 90. Tampoco imaginaban entonces el carácter del hombre que asumía en la nueva gestión en el país y que en breve se les pondría de frente, y sin patear el pago de la deuda hacia alguna gestión posterior.

      Por cierto, tampoco sabía nada el Banco Mundial. Se vio a su director gerente en la Argentina, Axel van Trotsenburg, anotando en su libreta punto por punto los lineamientos de la oferta, durante el anuncio. Podría decirse casi con seguridad que fue el único funcionario de una entidad multilateral que acudió a la sala.

      Van Trotsenburg, quien había liderado la iniciativa de los organismos para condonar la deuda a veinticuatro de los países más pobres (iniciativa HIPC, por su sigla en inglés), era un apasionado del caso argentino. Desembarcó en el país durante la crisis de 2002 y mostró cierta flexibilidad durante su gestión para promover créditos de inversión, un punto en el que hubo consenso con el gobierno de Kirchner, que aceptó tomarlos, en contra de los denominados “créditos de ajuste” otorgados durante los 90, en los que el dinero era “fungible” (es decir, se ponía en la misma caja para ser repartido) y no se sabía bien adónde iban los recursos.

      –¿Ustedes no les avisaron de la quita al FMI ese día en Dubai?

      –No. Tuvimos una cena la noche anterior pero no les dijimos nada. Les decíamos: “Vamos a hacer tal cosa” cuando ya estaba todo cocinado. Fue un cambio de ahí en más, pero ya habíamos empezado a hacerlo, como cuando buscamos salir del “corralón”: en un momento dado subimos el tope de retiros para que los ahorristas pudieran retirar fondos. Y Krueger llamó hecha una fiera a Lavagna, y le espetaba que estábamos tirándonos la “borrachera monetaria” hasta el cuello –recordó Nielsen.[7]

      Anne Krueger, la número dos del Fondo en ese entonces, fue bautizada como la dama de hierro del FMI con la Argentina. Mientras estuvo en funciones, encarnó el odio de lo más ortodoxo de la comunidad internacional con el país por la crisis y el default de 2001, asesorada por colaboradores como su economista jefe de investigaciones Kenneth Rogoff.

      “Rogoff y Carmen Reinhart eran dos economistas del FMI que le bajaban línea intelectual a Krueger y decían que en la Argentina había monetary overhang (borrachera monetaria), producto de los amparos, y estábamos al borde de la híper. Ésa era su visión. Y claramente no tuvimos una híper”, recordó Nielsen, quien destacó que “la susceptibilidad con la Argentina era muy grande”.

      Esa susceptibilidad de ambos economistas continuó en el tiempo de los Kirchner. Y pensar en un default como solución “deseable” para salir de una crisis era de ficción. Con el tiempo, Rogoff y su compañera, que devinieron economistas de los más escuchados para estos temas, cambiarían parte de su visión ortodoxa sobre los pedidos de ajuste y las crisis de deuda de los países luego de haber estudiado el problema mundial de los últimos diez años. Y alcanzaron a recomendar defaults como “deseables” para casos como el actual de Grecia, pero aún permanecen duros con la Argentina.[8]

      El faltazo de Prat Gay

      Ya se había develado la incógnita de la quita y la sala era aún un hervidero minutos después. Guadagni y Feletti se esmeraban por explicarle a los medios las bondades de la propuesta y el concepto de “sustentabilidad” y de “capacidad de pago”, que la Argentina necesitaba primero crecer y que sólo podría ofrecer lo que podía pagar en el tiempo para no volver a caer. Aún no se conocía la oferta concreta y final, sólo se habían esbozado los lineamientos.

      Feletti no pertenecía aún al gobierno. Como titular del Banco Ciudad, respondía a Aníbal Ibarra, quien acabada de ser reelecto jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, venciendo a la fórmula encabezada por Mauricio Macri. Pero fue uno de los primeros economistas que compró y defendió el concepto de sustentabilidad de la deuda argentina. “Nos habían pedido que ayudáramos a explicar y defender la oferta”, sostuvo Feletti, uno de los pocos incondicionales a la propuesta desde sus inicios.

      La actitud de estos funcionarios hizo incandescente una ausencia en la platea de los locales: el titular del Banco Central, Alfonso Prat Gay, no estuvo presente en el lanzamiento de la oferta, pese a haber sido parte de la comitiva oficial argentina.

      Había

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