Los buitres de la deuda. Mara Laudonia

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Los buitres de la deuda - Mara Laudonia

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una oferta exitosa. Existía una presión para que alcanzara el 80%, cuando no había nada escrito antes las leyes internacionales.

      La rispidez con el Fondo iba en ascenso a medida que pasaban los meses. Luego de una reunión reservada entre Krueger y Nielsen por ese tema, “el contenido de la reunión se había filtrado rápidamente ante los acreedores del GCAB. Esto puso en una posición incómoda a Krueger, que como gesto hacia el país se vio obligada a echar al supuesto informante de su equipo”, recuerda Nielsen.

      Krueger tenía además su propio plan para la deuda de países en quiebra y miraba todos los demás con recelo: en 2002 había recomendado su plan de reestructuración de deuda soberana en el que buscaba que el FMI fuese juez y parte en la resolución, algo que no prosperó en el gobierno de George W. Bush hijo por el fuerte lobby de los bancos de inversión que veían afectados sus intereses.

      “Krueger tenía su propio candidato, que era el Citibank, pero algunos lo querían a Charles Dallara [ver capítulo 4]– que capitaneaba a los bancos, y otros querían a otros. Ella siempre defendió al GCAB pero quería al Citi como ocurrió en 1982 con el Plan Brady”, comentaron los miembros del ex equipo económico.[18]

      El punto de mayor disidencia en la negociación de ese acuerdo con el FMI fue cuando Alemania intentó hacer un código de conducta sobre la reestructuración de deudas soberanas dentro del G20 e incorporarlo al caso argentino.[19] “Yo le decía al ministro de finanzas [alemán] Hans Eichel que el código eran todas obligaciones para los países deudores. Nosotros propusimos una serie de reglas que al sistema financiero le parecieron horribles”, comenta Lavagna.

      Asimismo, el ex ministro y su ex secretario de Finanzas destacan que durante las votaciones en el directorio, en las respectivas revisiones, los países más cooperativos fueron Estados Unidos y Francia: “Los españoles iban y venían pero en el fondo no fueron un gran obstáculo, y en algunos casos hasta se ausentaban en las votaciones. Y los que más presionaron fueron Alemania, Italia y Japón”.

      El clímax de la tirantez de relaciones con la burocracia del Fondo fue cuando Lavagna y Nielsen descubrieron que el organismo ocultó información relevante al gobierno de Estados Unidos, uno de los países con voto de peso en el directorio del FMI, para renegociar el acuerdo.

      En una reunión con el subsecretario del Tesoro de ese país, Paul O’Neill, Lavagna le dijo: “Nosotros sólo queríamos el roll over (refinanciación de vencimientos y no plata nueva). O’Neill me preguntó asombrado: «¿Cómo no quieren plata fresca? ¿Entonces cuál es el problema?» Y yo le contesté: «Vaya y dígaselo a los del FMI»”.

      También Lavagna habló con el secretario del Tesoro de Estados Unidos John Snow, quien le resumió la idea de Estados Unidos de que el FMI debía ser un acreedor privilegiado por sobre los demás.[20]

      “Yo le explico que nosotros tenemos un solo bolsillo, le pagamos al FMI y a los organismos, y el remanente que queda es muy poco; si ellos quieren más dinero para los privados tienen que sacrificar un poco de dinero. Él allí me sorprende y me dice: «Páguele al FMI y después a los otros»”, relató Lavagna.[21]

      Esta postura de Estados Unidos fue replicada luego ante las cortes de Nueva York, en numerosas oportunidades, y posteriormente resultó un argumento a favor de la Argentina en los litigios de los acreedores por el default, cuando éstos buscaron incautar fondos de reservas argentinas.[22]

      En tren de promover una solución entre las partes que incluyera la reestructuración de la deuda con quita, “Estados Unidos claramente trabajó en el G7 a favor de la Argentina”, asintió Lavagna. Esto se reflejó no sólo en la Justicia sino también en las posturas adoptadas durante las votaciones en el directorio en el FMI y en la conducta de no interceder en defensa de los acreedores, a diferencia de la burocracia del Fondo, de los países europeos y de Japón.

      Esta posición fue admitida por los propios acreedores de la Argentina cuando iban a tocarle la puerta a Snow y su segundo, John Taylor. Fue el caso de Hans Humes, cabeza de un fondo de riesgo estadounidense, Greylock, que ensayó el liderazgo de una defensa en todos los frentes, mediática, judicial y diplomática, de los inversores de su país durante la etapa de la primera reestructuración de la deuda, y compartió la presidencia de la asociación de bonistas GCAB.[23]

      En tanto, Italia jugaba comprensiblemente muy duro en contra del país, ya que tenía una cantidad fenomenal de pequeños bonistas –se decía que eran 450.000– que habían comprado deuda argentina, muchos de ellos jubilados que habían comprometido su pensión, engañados por bancos de su país que en los 90 les habían ofrecido papeles celestes y blancos como ahorro seguro.

      La embajada italiana en Washington presionaba al G7 y al FMI. “Les pedían a las autoridades del FMI que le diera al GCAB un lugar preponderante como negociador, pero nosotros no se lo queríamos dar. El copresidente del GCAB, Nicola Stock, nos impresionó desde el principio muy mal. Viene a la Argentina, recién nos conocíamos, y lo primero que nos dijo fue: «Tiene que negociar conmigo»; además, tenía un ego increíble”, recuerda Nielsen con un dejo de amargura.

      Nielsen fue uno de los que más padeció al italiano, quien se mostraba muy duro con la Argentina, y en tono despectivo llamaba al funcionario –quien tenía evidente debilidad por las corbatas– “el hombre de la corbatas de seda”, recordó un representante de los fondos de inversión de acreedores.

      Nielsen volvía de sus periplos por Italia, tanto en las negociaciones como en el road show cuando se promocionó luego la oferta de deuda, ofuscado por este personaje. En cuanto pudo, buscó relajarse en las piletas de un club de Palermo, Gimnasia y Esgrima, donde entre brazada y brazada descargaba tensiones con el devenido ministro de Infraestructura de Ibarra, Roberto Feletti, también asiduo concurrente al predio deportivo.[24]

      De todos modos, los contactos con los italianos empezaron antes de la era Kirchner y el primer acercamiento con los acreedores italianos ocurrió en Londres, durante la presidencia de Eduardo Duhalde, en 2002. Luego aparece el lobby de los bancos italianos que nombran a Nicola Stock presidente del grupo Task Force Argentina (TFA).

      Nicola Stock es un ex gerente de un banco comercial romano ya jubilado a quien volvieron a entrar en carrera, precisamente para evitar que el pesimismo italiano se volviera contra los bancos de la península. Fueron, en definitiva, las entidades financieras las que habían contribuido a promocionar el festival de bonos argentinos de los 90, colocando entre jubilados italianos títulos de deuda como alternativa a un ahorro “seguro” del tipo de un plazo fijo. Por eso, el italiano ejercía un fuerte lobby en contra de la Argentina ante el FMI.

      Sin embargo, había también otros italianos que consideraban a Stock un representante de los bancos que habían estafado a la gente, y por ello no compraban tan fácilmente sus recomendaciones. Ellos se agrupaban en asociaciones de consumidores o en otros comités.

      Por otro lado se encontraban los japoneses, que buscaban ejercer fuerte presión en la comunidad financiera internacional. Para su cultura, era inaceptable la “estafa” que habían sufrido de parte de la Argentina. Los jubilados nipones no podían comprenderlo. El culto a los mayores en Japón es reverencial, como en casi todos los países del continente asiático, donde existe toda una tradición de fortísimo respeto y veneración por la ancianidad. Y, al igual que los jubilados italianos, habían sido convencidos de que compraban un plazo fijo y no un título de deuda, que inherentemente lleva mayor riesgo.

      Tokio fue una de las paradas más difíciles para el equipo económico de Lavagna, debido a la diferencia cultural con Occidente. La cantidad de japoneses con bonos en default era tal que el primer encuentro con los tenedores nipones se realizó en un “megateatro que parecía un estadio”, recordaron Nielsen y Palla, los enviados del gobierno.

      “No

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