Los buitres de la deuda. Mara Laudonia

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Los buitres de la deuda - Mara Laudonia

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ambos funcionarios.

      El encuentro se realizó en el teatro Shinkuju Bunka Center, uno de los más importantes de Japón que emula a los de Broadway en Nueva York. Por allí pasan artistas distinguidos de todo el mundo, se realizan conciertos y ballets, entre otros espectáculos. En ese lugar Nielsen y Palla fueron a “dar la cara” por la Argentina ante unos 1.300 acreedores. Los cálculos del momento daban unos 2.600 millones de dólares en deuda en default samurái.[25]

      “Saquémonos a estos tipos del FMI de encima, Roberto”

      Pasó el tiempo y, a mediados de 2004, la Argentina había superado la prueba de las dos primeras revisiones y cumplido las metas macroeconómicas en el tiempo establecido, y sin embargo el FMI seguía presionando con no aprobar la tercera revisión de julio. Esto denotaba a las claras que lo que buscaba el organismo era mejorar de alguna forma la propuesta a los acreedores lanzada en Dubai, de la que Kirchner no se movía.

      Lavagna comenta que “la tercera revisión se tenía que hacer en junio de 2004 pero ellos con distintas excusas la fueron corriendo. El FMI se había convertido en una especie de garante de los bancos y los acreedores. Había que ajustar el gasto para generar un excedente para pagar la deuda. La información que nosotros teníamos era que ellos querían que siguiéramos haciendo el ajuste fiscal y generásemos un mayor excedente para mejorar la oferta a los bonistas en la reestructuración de deuda. Nosotros con Kirchner pensábamos que el FMI no tenía nada que decir acerca de la reestructuración de la deuda. Por lo tanto, hasta que no estuviera lanzada la oferta final a los acreedores, no íbamos a aceptar que el FMI nos pidiera un mayor excedente fiscal para que esa oferta fuera más generosa. Fue cuando pedimos negociar una salida ordenada, la prórroga de un acuerdo con el Fondo. Sin nuevos desembolsos, a cambio de prórroga de vencimientos”. Es que la aprobación de la tercera revisión gatillaba automáticamente un desembolso de 1.000 millones de dólares, el monto de vencimientos equivalente de la Argentina con el Fondo hasta fin de año.

      Pero en el FMI hacían oídos sordos. El lunes 2 de agosto de 2004 retrasa hasta septiembre la firma de la tercera revisión del acuerdo con la Argentina. Ni la intermediación de países vecinos como Brasil había logrado convencer al organismo –que a esa altura dirigía el español Rodrigo Rato– de la necesidad de aprobar antes de las vacaciones la tercera revisión. El retraso ya era oficial.

      El enojo de Kirchner con el FMI era muy grande porque se habían cumplido las metas macroeconómicas. Él no pensaba rendirse a las presiones y había anunciado que continuaría con el proceso de canje de los bonos en suspensión de pagos, con el beneplácito del Fondo o sin él.

      A pesar de estas advertencias, los funcionarios del gobierno argentino siguieron intentando que se desbloquearan las negociaciones. En septiembre tendría que haberse iniciado la cuarta revisión del acuerdo, que no llegaría nunca.

      La demora en la firma del acuerdo con el FMI empezaba a golpear a la Argentina y la paciencia de Kirchner para seguir negociando se estaba acabando. El presidente redobló la apuesta. El 9 de agosto empezó a correr la mora y el 9 septiembre el país entró en default por un simbólico monto de 30 millones con el Fondo. Esa señal que dio Kirchner marcó un punto de inflexión definitivo en la relación con el FMI.

      Esta situación de tirantez obligó al Rato, flamante director gerente del FMI, a viajar al país. La visita se concretó en el ínterin, el 31 de agosto, antes de la oficialización del default. Para Rato, el desafío entonces era cómo manejar la interna en el Fondo y al mismo tiempo se le pedía que evaluara si la Argentina estaba negociando “de buena fe” con los acreedores.

      En tanto, el representante de pequeños bonistas, Stock, no daba respiro. En la víspera de la visita de Rato, Nielsen recordó que “la presión de los acreedores al directorio del FMI fue terrible porque el italiano le había pedido más presión sobre la Argentina y que no le permitiera postergar vencimientos con el organismo, tal como es la intención oficial. Los acreedores extranjeros de la deuda en default insistían en apostar a la inflexibilidad del Fondo para lograr que el gobierno mejorase los términos de la oferta de reestructuración”, dijo el ex secretario de Finanzas que padeció al italiano.

      Stock había expresado su preocupación por esta posible prórroga de los vencimientos. Amenazaba con el fracaso del canje. “Stock temía que cualquier oferta para reestructurar la deuda en cesación de pagos iba a fracasar sin el respaldo del FMI y amenazaba con que los acreedores no aceptarían; y lo peor es que ese pedido de Stock se producía justo una semana antes de que el nuevo director gerente del FMI, Rodrigo Rato, llegara a Buenos Aires en una visita relámpago”, comenta Nielsen.[26]

      El duro de Stock seguía con la amenaza de un efecto contagio. Decía que “si el FMI continúa siendo blando con la Argentina, países como Brasil y Turquía dirán por qué no a nosotros, y se sentaría un mal precedente”, rememoró Nielsen.

      En ese momento el grupo de los siete países más ricos, el G7, estaba muy pendiente de cómo se sucedía la amenaza del default al FMI de parte de la Argentina; y el prestigio del FMI estaba en juego. Rato, recién llegado al Fondo, no se podía permitir un fracaso.[27]

      El titular del FMI decía que estaba muy condicionado por lo que opinara Estados Unidos; en el caso de que hubiese divergencias en el G7, él quedaría en el medio de las discusiones con el gobierno argentino.

      Sin embargo Taylor, desde Estados Unidos, manifestaba en tanto que “el FMI no debe tomar partido por ninguna de las partes, ni por la Argentina ni por los acreedores”. Indirectamente, esta postura apoyaba la de Argentina.

      “Lo que pasó fue que Rato con distintas excusas nos fue corriendo la revisión de junio a julio, de agosto a septiembre, y terminó queriendo hacer la revisión casi en octubre en un momento clave para la reestructuración, entonces optamos por decirle que la revisión no se hacía. Por orden de Kirchner le dije a Rato que no nos interesaba cerrar la tercera revisión del acuerdo hasta que no se hiciera la oferta. Ellos la fueron postergando pero la tenían que aprobar, porque las metas fiscales estaban sobrecumplidas”, explica Lavagna.

      “La idea de Rato era que usáramos ese excedente para presentar una mejor oferta a los bonistas. En nuestro caso la situación era más difícil porque habíamos generado un excedente fiscal mucho mayor a los 3 puntos de superávit que nos pedían. Teníamos más de 4 puntos pero el excedente lo queríamos usar para inversión social”, agrega Lavagna. En ese momento, el presidente se convenció de que había que pasar a la acción y le dijo: “Roberto, saquémonos de encima a estos tipos lo antes que podamos”, afirma.

      Fue un momento bisagra en la relación con el Fondo: Néstor comenzó a pergeñar la idea de avanzar con la cancelación de la deuda total con el FMI. “Había una idea de que lo haríamos en abril de 2006 para no afectar tanto las reservas, porque entraban todas la divisas de las exportaciones, y porque aún teníamos la oferta de canje de deuda abierta”, recordó Lavagna.

      Pero el gobierno argentino fue por partes. Primero, logró acordar la suspensión del acuerdo hasta tanto se terminara el canje de la deuda.

      Kirchner y Lavagna logran sacarse de encima el tutelaje del FMI el 17 de septiembre de 2004. Pero la jugada se hizo extensiva a otro hombre clave del poder local. En esa fecha Kirchner hizo un “dos por uno”: había decidido desplazar también al presidente del Banco Central de la República Argentina, Alfonso Prat Gay, y reemplazarlo por Martín Redrado. Entre los motivos estaba la negativa de Prat Gay a la oferta de reestructuración de la deuda presentada por el gobierno a los acreedores. Las diferencias no eran meras sutilezas, sino conceptualmente más profundas.

      “Prat Gay quería una especie de programa stand by con el FMI. En realidad impulsaba un esquema de recompra de bonos, consiguiendo fondos con un paquete de 20.000 millones

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