Los buitres de la deuda. Mara Laudonia

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Los buitres de la deuda - Mara Laudonia

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con la nueva gestión, pero lo cierto era que había que negociar un acuerdo con el FMI. Se sabía ya que iba a haber elecciones, pero ellos querían negociar con la nueva gestión. Había mucha interferencia para llegar a resolver el tema de la deuda, de carácter político también. Y en lo técnico íbamos resolviendo problemas que estaban en la hoja de ruta”, relata Mad-cur, quien recuerda que en medio de las negociaciones, en junio de 2002, se interpusieron las muertes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, lo que obligó a Duhalde a anunciar elecciones anticipadas para abril de 2003.

      El equipo económico acudió a la asamblea anual del FMI de septiembre de 2002, donde fue mirado como la oveja negra del rebaño, para negociar el acuerdo. Ese foro parecía haber olvidado que, hacía apenas cuatro años, Carlos Saúl Menem había sido distinguido allí por haber aplicado las mismas políticas que llevaron a la economía argentina al default.

      “Para terminar de negociar ese miniacuerdo con el FMI fuimos por dos días y nos quedamos, hasta que terminamos de negociar, dos semanas más”, agrega. Personal de la embajada argentina en Washington dio cuenta de ello: “Llevaron poca ropa, casi sólo lo puesto, por lo que los ayudábamos a lavar las camisas en un lavadero”.

      Allí, en la asamblea del Fondo, “el FMI nos tenía dormidos, porque los banqueros querían saber si había funcionado lo del canje de depósitos por los Boden (lanzados en agosto de ese año).[14] El FMI quería colocar un bono compulsivo a los afectados por el «corralito» y nosotros no, lo hicimos voluntario al canje, para nosotros ya era suficiente el sufrimiento de la gente con la pesificación y no queríamos enchufarles un bono compulsivo a los ahorristas”, graficó, mostrando las dificultades para cerrar un arreglo.

      Con todo, la intransigencia del Fondo impidió la meta de un acuerdo. El equipo económico se volvió con un borrador avanzado pero no fue el convenio definitivo, que no llegó sino hasta enero de 2003.

      Los funcionarios argentinos experimentaron en carne propia el poco grado de autonomía que tenían ante el FMI en la elaboración de las políticas económicas nacionales, si pedían a cambio los fondos frescos.

      Para Madcur, el colmo de los pedidos del Fondo fue cuando exigió la reforma de la Constitución para avanzar con el programa. “El FMI nos pedía en ese entonces que se dividieran los bancos en bancos comerciales y banca de inversión, y que se separaran del Banco Central, y modificáramos la coparticipación. Nosotros contestábamos que no les podíamos imponer cosas a la provincias, entonces nos pedían: «Cambien la Constitución Nacional y listo, aprieten el botón, y no nos importa si tienen dificultades institucionales»”, resume Madcur sobre la dinámica de las negociaciones cotidianas con el organismo.

      Finalmente, el acuerdo que se alcanzó contenía metas fiscales –con exigentes superávits primarios– y monetarias, que no eran concretas sino lineamientos que se fijaban y que quedarían a cargo del gobierno siguiente. Ese acuerdo finalizaba en agosto y luego habría que negociar otro.[15]

      Pese al entendimiento alcanzado, el FMI seguía con su constante actitud de presionar. El 30 de abril de 2003 el director gerente del Fondo Monetario, el alemán Horst Köhler, en un mensaje para dos candidatos justicialistas –Carlos Menem y Néstor Kirchner– que competirían en el ballotage presidencial del 18 de mayo afirmó: “Estamos listos para trabajar con el nuevo gobierno argentino sobre un programa de reforma global, que será necesario para avanzar en los actuales beneficios acarreados por la estabilización y para instaurar una base firme para un crecimiento sostenido, acorde al considerable potencial del país”. En realidad, era una manera de recordar que el gobierno electo se debería sentar rápidamente a negociar con el FMI indefectiblemente.

      Köhler dijo en esa conferencia que le daba la bienvenida a la reciente estabilización en la Argentina y hasta se permitió elogiar el espíritu democrático de los ciudadanos. “Las encuestas recientes sugieren que, a pesar de los difíciles momentos económicos, no existe deseo popular de un retorno a los pasados regímenes autoritarios”, expresó, cual sapo de otro pozo.

      El gobierno siguiente no tendría otra alternativa que encarar esa negociación con el FMI, porque en agosto caducaba el miniacuerdo debido a los abultados vencimientos con los organismos y la nueva deuda.[16]

      El último acuerdo que firmó la Argentina con el FMI

      La aún frágil situación económica desde mediados de 2003 obligó inicialmente a Kirchner a continuar los pasos de sus antecesores y firmó entonces el primer acuerdo con el FMI en Dubai en septiembre de 2003, donde se presentó la oferta de reestructuración de la deuda argentina. A través del mismo, el país obtendría unos 12.500 millones de dólares de auxilio financiero.

      Este acuerdo tuvo una particularidad respecto de los anteriores: fue el único que se respetó a rajatabla desde 1958 y en el que la Argentina cumplía todos los objetivos macroeconómicos que el FMI solicitaba. Lo cierto es que resultó también el último acuerdo, debido al hartazgo de Kirchner y Lavagna respecto de las imposiciones del Fondo.

      Los típicos acuerdos con el FMI consistían en un programa según el cual la Argentina solicitaba unos préstamos a una tasa relativamente baja respecto del mercado, se comprometía a cumplir ciertas metas macroeconómicas y obtenía créditos blandos para poder repagar la deuda. En verdad, seguían imperando los mandamientos del Consenso de Washington que Kirchner quería dinamitar.

      Este acuerdo tenía la particularidad de que la Argentina necesitaba reestructurar su deuda en default con el sector privado y el FMI quería ser protagonista del proceso, pese a que no hay reglas escritas que indiquen que deba serlo.

      Lavagna explicó cómo el Fondo buscaba siempre correr el arco de la cancha: “Nosotros hacíamos todo lo que nos exigía el FMI, pero para ellos siempre era poco y nos pedían que actuáramos de buena fe. Esto lisa y llanamente significaba que mejorásemos la oferta a los acreedores y más condicionamientos para la política económica, pero Kirchner se oponía siempre a mejorar la oferta”.

      En ese último acuerdo con el Fondo, la negociación con los acreedores y la concreción de un canje de deuda era crucial entre las metas a cumplir. Y Kirchner le buscaría la vuelta para escapar a ese tutelaje que miraba sólo las recetas impuestas por los países del G7, los más desarrollados.

      Había fuertes exigencias del directorio del Fondo, donde tenían silla los países con bonistas afectados por el default, sobre todo pequeños acreedores como Japón e Italia.

      El acuerdo con el FMI requería del cumplimiento de una serie de metas parciales, que eran sometidas a revisiones periódicas, en este caso cuatro. Cada revisión resultó un parto para el país.

      Los escollos del FMI que cansaron a Néstor Kirchner

      El primer escollo con el FMI en la era de Néstor fue la primera revisión del acuerdo firmado en septiembre de 2003, realizado en marzo de 2004. Las exigencias incluían mejorar la oferta a los acreedores y reconocer al Comité Global de Tenedores de Bonos Argentinos (GCAB, por su sigla en inglés).

      Para Nielsen, el tema que más le preocupaba al FMI era que la Argentina reconociera al GCAB como único interlocutor, y entonces se produjo un juego político y diplomático fenomenal. Kirchner se plantó y dijo que no al liderazgo de un grupo de acreedores impuesto por el FMI para la negociación de los acreedores, y en contraposición presentó una lista de veinticinco acreedores reconocidos por el gobierno.[17]

      Luego el otro gran obstáculo fue la aceptación de la segunda revisión del acuerdo de julio de 2004. De nuevo, a través de los acreedores el FMI pide un esfuerzo más y que la Argentina reconozca un mayor pago. Argumentaba que el país crecía ya al 9% anual y podía aspirar a un superávit mayor al comprometido en el acuerdo, y otorgarle esa diferencia a

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