Las cartas sobre la mesa - Suyo por un fin de semana - Un auténtico texano. Andrea Laurence
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–No exactamente –contestó él con una sonrisa, mientras se servía un vaso de whisky. No tenía ninguna prisa por saciar su curiosidad, después de los tres años que ella le había hecho esperar–. ¿Te sirvo una copa? –ofreció, más por educación que por deseo de agradar.
–Ya sabes que no bebo.
Nate se puso rígido. Lo había olvidado. Annie odiaba que el alcohol le hiciera perder el control. Era sorprendente cómo se olvidaban las cosas con el tiempo. ¿Qué más habría olvidado?
–¿Un refresco? ¿Agua?
–No, estoy bien, gracias.
–De acuerdo –dijo él, sirviéndose un par de cubitos de hielo. Con calma, le dio un largo trago a su whisky, con la esperanza de que le ayudara a adormecer el deseo que sentía por ella.
Annie tenía algo que siempre le había excitado. No era solo su exótica belleza, ni su aguda inteligencia. Todavía podía sentir el contacto de su cabello sedoso y negro en el pecho cuando habían hecho el amor. O el musical sonido de su risa. Todo junto formaba un cóctel embriagador. Y, solo con tenerla cerca, la sangre le bullía.
Entonces, Nate se recordó a sí mismo que lo que ella quería era el divorcio. Y que lo había abandonado en medio de la noche sin explicación ninguna.
Al menos, Annie se había molestado en pedir el divorcio ante los tribunales. Su madre, por el contrario, se había ido sin más, hundiendo a su padre en una espiral de depresión que había estado a punto de destruir el negocio familiar. Pero él era más fuerte que su padre, se dijo. Había reconstruido su hotel, el Desert Sapphire, y lo había llevado a la cima de la industria turística del lugar. No era la clase de hombre que se dejaba hundir por una mujer.
Aunque fuera una mujer tan increíble como Annie.
Ella lo observó con desconfianza desde el sofá.
–Sé que no puedes haber cambiado de opinión de golpe. Dime, ¿qué está pasando?
Tenía razón. Nate no había cambiado de idea y seguía molestándole darle a Annie lo que quería, pero el campeonato era más importante. La organización que patrocinaba el torneo de póquer más prestigioso del mundo había mantenido durante años una sociedad con otro casino. Para hacer que ese año firmaran con el Desert Sapphire, él había tenido que hacerles algunas promesas irresistibles. Y necesitaba que Annie le ayudara a cumplirlas.
–Estoy trabajando en un proyecto relacionado con el campeonato y tengo un trabajo perfecto para ti –señaló él, e hizo una pausa para dar un trago–. Si firmo los papeles y te doy el divorcio, me ayudarás.
–No lo entiendo. ¿En qué voy a…?
–Estoy seguro de que has oído hablar de que el gran torneo de póquer es un nido de tramposos –le interrumpió él–. Y la reputación de los organizadores está en jaque a causa de ello.
–Siempre hay rumores de trampas –repuso ella con un suspiro–. Pero nunca se ha demostrado nada importante. El puñado de tramposos que pillan roba una cantidad de dinero insignificante comparada con lo que se mueve en esa clase de eventos. ¿Qué tiene eso de especial?
–Hospedar el torneo es un gran reto para mi hotel. Como bien sabes, se ha celebrado en Tangiers durante los últimos veinte años. Para convencer a los organizadores de que apostaran por nosotros, he tenido que ofrecerles garantías de que cualquier persona que haga trampas será detenida y procesada, para que sirva de ejemplo.
–¿Y por qué estás tan seguro de que puedes hacer mejor el trabajo que Tangiers?
–Porque tengo uno de los mejores equipos de seguridad del negocio y los empleados más cualificados. Vamos más allá de las medidas habituales que usan la mayoría de los casinos.
–De todas maneras, no creo que sirva para mucho. No me parece posible impedir que la gente haga trampas.
–Este hotel estaba al borde de la quiebra cuando yo tomé el mando. Antes de eso, mi padre no se encontraba bien y la gente se aprovechó de ello. Nuestro mayor problema eran los timadores que estafaban al casino, sobre todo nuestros propios empleados. Yo invertí en la tecnología más puntera para impedirlo y, durante los últimos cinco años, nuestras pérdidas por trampas han bajado un ochenta por ciento.
–¿Entonces para qué me necesitas? –preguntó Annie, cruzándose de brazos.
Nate se quedó embobado mirando cómo los pechos de ella se apretaban bajo sus brazos. Sus suaves y femeninas curvas eran únicas para incendiar su deseo.
–Porque sospecho que está en marcha una operación a gran escala, con caras nuevas y sin antecedentes. Pero tenemos que pillarlos. Si tenemos éxito, los organizadores me han garantizado un contrato de diez años con nuestro casino. Eso es algo con lo que mi abuelo ni habría soñado.
–¿Y qué? ¿Crees que sé quiénes están implicados?
–Creo que puedes tener tus sospechas –adivinó él–. Llevas varios años dentro de la comunidad de jugadores profesionales y debes de haber oído rumores –añadió, y la miró a los ojos–. También creo que puedes desenmascararlos, si tienes la… motivación adecuada.
Annie se levantó de un salto del sofá, nerviosa.
–No soy una chivata –se defendió. No pensaba arruinar su reputación delatando a sus colegas. Ni por el divorcio, ni por los encantos de un hombre tan guapo como Nate. El honor era lo primero en su profesión.
–Si lo hacemos bien, nadie tiene por qué saber que tú eres el topo.
–¿Cómo? Hay cámaras por todas partes. Lo más probable es que los estafadores cuenten con la ayuda de alguien de dentro, incluso con alguien de tu equipo de seguridad. ¿Acaso crees que no se darán cuenta de que comparto información contigo?
–No tienen por qué saberlo.
Nate no le había revelado todo su plan. Annie era experta en póquer, pero él era un maestro del ajedrez y estaba tres movimientos por delante. Y ella odiaba que la manipularan.
–Explícamelo.
–No hay cámaras aquí dentro –señaló con una sonrisa.
Annie miró a su alrededor en el despacho y hacia el pasillo que daba a su suite. De veras esperaba que no hubiera cámaras, pues si no, alguien se habría puesto las botas con su noche de bodas.
–¿Y no les parecerá sospechoso que esté contigo en tu suite? Es un poco raro que me vea a solas con el director del casino, ¿no crees?
–¿Qué tiene de raro que pases tiempo con tu marido?
Annie se quedó helada. Deseaba con toda el alma que nadie supiera el error que había cometido al casarse con él. Su matrimonio había sido un secreto que solo había compartido con su hermana, Tessa, y su madre. Además, había terminado tan rápido que no había tenido tiempo de contárselo a nadie más.
–¿No crees que les puede parecer